4

282 37 5
                                    

𝓔𝓵 𝓬𝓸𝓶𝓲𝓮𝓷𝔃𝓸

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.






𝓔𝓵 𝓬𝓸𝓶𝓲𝓮𝓷𝔃𝓸

  𝓛as últimas palabras de la madre Leonor retumbaban por su mente: «Muchas personas te verán como una amenaza y es por ello que tienes que tener cuidado de cualquier persona que se te acerque». Era cierto, quizás la mitad del pueblo la vería como una amenaza ante la corona y nunca pensó en eso.

El carruaje dio bruscamente una vuelta y eso fue suficiente para sacarla de sus pensamientos y hacerla volver a la realidad. Ahora, en ese instante, se encontraba de camino hacia el Gran Palacio de Quindos; donde la esperaba su familia. Y mentiría si decía que no estaba nerviosa.

Se acercó  a una de las pequeñas ventanas que poseía el carruaje y tomo la pequeña cortina entre sus manos para así poder ver un poco hacia afuera. La noche estaba cayendo, el azul del cielo se tornaba oscuro cada vez más y unos cuantos destellos lo acompañaban. A pesar de que traía su capa puesta en ocasiones el viento frío la hacía  estremecer.

Romina le había dado una carta pero ella no se sentía segura de leerla ahora. Sabía que si lo hacía se iba a soltar a llorar como una loca. Nadie la había acompañado porque así lo había decidido, más que dos guardias que habían mandado sus padres y el hombre que dirigía el carruaje. Victoria se dio cuenta que estar sola y en silencio era, tal vez, la peor cosa del mundo.

Sus nervios la estaban agotando. Tenía sueño pero estos le hacían imposible que durmiera al menos unos cuantos minutos. Jamás se había sentido de esa manera. Sentía ahogarse cada vez más conforme transcurría el tiempo.  Solo se había despedido de Romina, las últimas palabras que le dijo fueron «Hasta vernos de nuevo».

Le encargó a la superiora que la despidiera de todas, que ella no podía hacerlo, porque si lo hacía cambiaría su decisión. Aunque también sentía remordimiento por el futuro que deparaba para cada chica, pero ella estaba más que segura que volvería aquel lugar que la vio crecer.

Y ansiaba también toparse con alguna de sus compañeras cuando anduviese por ahí. Eso la haría condenadamente feliz. El carruaje se detuvo y Victoria hizo trabajar todos sus sentidos. Sus ojos se movían con rapidez, aunque su cuerpo estaba inmóvil y su sentido del oído estaba al cien por ciento alerta de cualquier ruido.

El olor familiar a troncos quemados inundó sus fosas nasales. Fogatas. En un rápido movimiento se asomó nuevamente por una de las pequeñas ventanas y observó que estaban a las afueras de una pequeña aldea. Su inspección visual fue interrumpida por quien abrió la puerta del carruaje.

—Señorita Victoria, nos hemos detenido en esta aldea para que cene y nosotros también —dijo un hombre con cabellos grises. Por el tono de su voz Victoria sintió que este tenía un poco de súplica—. Espero y no le moleste.

Dinastía Roja ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora