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𝓔𝓷𝓽𝓻𝓮 𝓽𝓮𝓵𝓪𝓼 𝔂 𝓳𝓸𝔂𝓪𝓼

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𝓛o mejor de Irlanda eran sus inviernos suaves y sus veranos frescos debido a su clima marítimo. Era reconfortante saber que no morirías de frío o que posiblemente podrías derretirte gracias al excesivo calor que irradiaba el sol. Eso beneficiaba a todos los habitantes del país y las personas con escasos recursos no morirían por enfermedades causadas por el clima.

Extrañamente el Rey aún no regresaba debido a que tenía muchos asuntos de suma importancia que tratar. Mañana sería la enorme fiesta de cumpleaños de la Reina Regina. Probablemente Augusto llegaría a la hora del gran buffet que se daría en el palacio y no dejaría a su esposa sola. Todos se encontraban en el comedor disfrutando del desayuno.

Victoria cortaba algunos trozos de fruta con el tenedor mientas escuchaba atenta lo emocionada que estaba la Reina. Admiraba cómo Regina podía compartir su hogar, su mesa, sus alimentos entre otras cosas con la persona que le arrebató a su esposo. Mientras que Beatriz a veces emanaba una pequeña y casi inexistente sensación de incomodidad.

—Enoch me ha comentado que tu traje de gala está listo Christian —exclamó la Reina atrayendo la atención de su hijo—. Lo dejará en tu habitación después del medio día.

—Me parece bien, me agrada que Enoch sea muy responsable con su trabajo. Es un gran sastre. —halagó el pelirrojo.

—Aún no tengo algún vestido para la ocasión —interfirió Nabella.

—¿Porque? —Regina frunció el ceño y dejó los cubiertos a un lado de su plato.

—Iré hoy, bueno, iremos —dijo—. Victoria irá conmigo después del desayuno y compraremos los vestidos para mañana. ¿Verdad hermana?

La castaña había escuchado perfectamente las palabras de su hermana pero todo a su alrededor se esfumó en cuanto sus ojos divisaron a Erick colocando una bandeja con más fruta en la mesa. Sus mejillas no tardaron en encenderse y bajo la mirada avergonzada. Sentía muchos nervios, las manos le cosquilleaban y un nudo se había instalado en su garganta.

Se sentía tan avergonzada ante la presencia del joven. Pero le era inevitable no recordar las palabras que había escrito él en su carta para Victoria. Ella no le había enviado una de vuelta, aunque si pensó en hacerlo. ¿Porque él tenía ese poder sobre ella? No era nadie para que la intimidase de esa manera y la hiciera perder el control de su ser con tan solo mirarla.

Era ilógico. Victoria no entendía que pasaba con ella.

—¿Victoria? —Nabella observaba a su hermana con un gesto de confusión. Eso fue suficiente para devolverla a la realidad.

—Oh, si, claro. —Victoria respondió al fin, y cuando se dio cuenta que todos en la mesa la observaban fingió una sonrisa.

—¿Te encuentras bien? —preguntó la pelirroja.

Dinastía Roja ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora