19. El diario de Abdón

755 106 13
                                    

El libro yacía quieto en sus piernas como si las cosas que ocultaba no tenían importancia para nadie. Azul apretaba sus puños a los lados. Había estado cerca de dos horas sentada en su cama mirando la cubierta y recordando todo lo que había pasado días antes.

Con la muerte de la mensajera él no va a buscarte.

—¿Quién es él? —preguntó en voz alta.

Sintió el libro moverse en sus manos y se alarmó un poco. Atraída por las páginas, su mano abrió el libro en una página específica.

El dios errante, decía.

Azul tragó fuerte. El dios errante era un ser al que temían los draconianos. Los cientos de mitos decían que el dios podía manipular a cualquier habitante de Draconia. Recordaba haber leído bien sobre él y cómo muchos draconianos eran absueltos de crímenes al decir que habían sido manipulados por el dios errante.

—¿Por qué habría de buscarme el dios errante? —preguntó una vez más.

Sus manos se dirigieron a la página siguiente y ahí estaba:

Azul Dramen, hija de Abdón Dramen, draconiano, y Áurea Scodel, terrestre.

Azul se puso de pie y se alejó como si el libro le hubiese quemado la piel. Éste cayó al suelo abierto de par en par, mostrando dos páginas llenas de dibujos.

Eran ellos, los doce tripulantes de la nave Sawyer, sobre cada dibujo estaba escrito el nombre de cada uno, con sus progenitores, todos eran draconianos. Los doce sujetos habían sido procreados por un draconiano y un humano.

Se acercó de inmediato al libro una vez más y leyó.

El proyecto Séptima había procreado las partes restantes de las almas que necesitaban porque no habían nacido naturalmente, ni tampoco podían. Abdías había descubierto que los draconianos y los humanos tenían características reproductivas similares, así que creó una nueva raza que completara las siete almas.

Azul nunca se preguntó cómo podía tener una parte draconiana cuando conoció a Azula, si Draconia y el planeta tierra estaban en el mismo plano de existencia y ahí estaba la razón. Ella ni siquiera debía haber existido, naturalmente no podía existir. Ni ella ni los otros once.

Se dejó caer en el suelo y gateó hasta la esquina de su pequeña habitación. Abrazó sus piernas mientras la misma frase se reproducía en su mente: ella no debió haber existido.

***

La estabilidad mental de una persona puede flaquear hasta el punto de desmoronarse completamente. Azul empezaba a perder la cordura. Séptima había destruido cada parte de su ser desde el inicio del viaje. Ni siquiera Mara podía hacerla salir de la habitación. Ella junto a Yael, tenían que meter las cucharadas de comida a su boca y tenían que obligarla a tomar agua. Se sentía inmersa en una realidad que no le pertenecía, de hecho, nada de lo que era le pertenecía, ni siquiera el cariño que Mara le demostraba a diario.

—Ser un draconiano no es tan malo —le decía Mara acariciándole el rostro—, es imposible que toda una civilización esté destinada a la crueldad de sus habitantes.

—Son los peores seres que hayan podido existir —dijo secamente— y nada ni nadie va a hacerme cambiar de opinión.

Mara la miró con tristeza.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó temerosa de la respuesta.

—Cuando regresemos a la tierra, me encargaré personalmente de exiliar a todo aquel que tenga sangre draconiana en sus venas.

SéptimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora