El gimnasio al que asistía constantemente tenía oculto en una esquina de una habitación polvorienta, un saco de boxeo de cuero. Ella no sabía pelear, pero en días como ese, cuando el fantasma de sus padres se le aparecía disfrazado de esperanza, corría a aquella habitación y golpeaba el saco hasta enrojecer sus nudillos de sangre. Lo hacía bastante mal, pero no había nadie ahí para verla.
Las lágrimas se confundían con el sudor, pero sabía disimular cuando Yael aparecía para irse a casa.
La estación contaba con un complejo de apartamentos para los reclutas de Séptima. Eran alrededor de cien jóvenes. Pero, sólo doce de ellos estaban destinados a la tripulación de la nave Sawyer. Los demás eran entrenados para la guardia espacial.
Sawyer se mostraba en una exhibición, para animar a los reclutas que pasaban por la plaza central a diario, donde lucía imponente y abrazada por una reforzada pared de vidrio blindado.
Yael acompañó a su hermana hasta el departamento, el de él estaba justo en la puerta de al lado. Le regaló una sonrisa amable y la invitó a cenar esa noche.
—Claro, hermanito —dijo antes de entrar y cerrar la puerta detrás de ella.
Azul dejó la toalla sudada en la cesta de la ropa sucia. Se dio una ducha rápida y se colocó su uniforme gris y sus zapatos deportivos. Se ajustó una gorra a la cabeza y salió haciendo el menor ruido posible. Se escabulló entre los edificios cuando empezaba a anochecer. No había nadie cerca, puesto que a esa hora todos estaban descansando, así subió de dos en dos los escalones hasta llegar a la planta administrativa de la estación.
Se adentró en la puerta que estaba al final del pasillo y se acercó a un chico que estaba concentrado tecleando en una computadora.
—¡Hola! —dijo con un estruendo.
El chico se sobresaltó e hizo una mueca de dolor cuando vio a azul.
—Ay, no —dijo ajustándose los lentes en el puente de la nariz.
—¿Tienes lo que te pedí? —preguntó sentándose sobre el escritorio, incomodando al muchacho.
Él le miró las formadas piernas y tragó fuerte.
—Me van a despedir si te doy las coordenadas Azul, por favor olvida esa idea loca, me vas a meter en problemas.
—Oye —dijo acariciándole el brazo—, nadie se va a enterar que fuiste tú.
Notoriamente carraspeó siguiendo los dedos de Azul sobre su brazo.
—L-lo siento, no puedo.
—Es una lástima —dijo poniéndose de pie y yéndose hacia la puerta—, no quería hacer esto pero no me dejas otra opción. —el chico la miró confundido.
Azul sacó su teléfono y buscó una foto en la galería.
—¿Qué es eso? —preguntó poniéndose de pie también— ¿Qué tienes ahí?
—Una foto tuya —rio—, haciendo cosas indebidas en el trabajo.
El muchacho se sonrojó y tropezó con el escritorio dejando caer algunos papeles al suelo.
—Eres el ser más cruel de esta ciudad.
—Lo sé. Mi encomienda, por favor —le pidió—, curiosamente este edificio tiene la mejor red inalámbrica de todo el continente. La foto llegaría en cuestión de milisegundos.
—Mierda —bufó buscando algo en su computadora—, aquí está —le tendió un USB diminuto—, las coordenadas del destino de la quinta misión. Estás demente —dijo cuando Azul tomó el dispositivo.
—Gracias —dijo con una sonrisa juguetona—, nos vemos cuando regrese Andy, no hagas travesuras en esta oficina. Tengo ojos en todo el edificio.
El chico la miró salir con indignación y regresó apenado a su trabajo.
Azul apuró el paso mirando el pequeño aparato en su mano y sonriendo triunfante.
—Perdona —se disculpó una chica cuando tropezó con ella.
—Tranquila —dijo y siguió caminando.
***
Mara había llegado esa mañana al planeta Tierra. Había tenido que empezar a usar lentes de contacto, ya que sus ojos de reptil no soportaban la luz de sol, que a pesar de ser una estrella agonizante aún les hacía un poco de daño a los draconianos.
Estaba exhausta y junto a sus dos mejores amigas, decidieron descansar para salir durante la tarde a buscar sus horarios de entrenamiento.
—Todo el campus está vigilado por guardias —dijo Nayra mientras se cambiaba de ropa—, es como una ciudad pequeña, pero aislada. Nada sale de este lugar.
—Te dije que había escuchado a Lorton hablando con alguien. Los líderes humanos no saben lo que hacen aquí, camuflaron el proyecto como unas cuantas misiones de exploración en busca de recursos ecológicos —comentó Kyla.
—Debe haber draconianos infiltrados en el gobierno—bufó Mara—, de igual manera no estamos en Andralian, no somos sujetos de pruebas, es lo importante.
—Si tanto se esfuerzan en ocultarlo, es porque no es correcto lo que están haciendo —dijo Nayra con desconfianza.
—Lo ocultan porque, según palabras del líder del proyecto, los humanos le tienen miedo a todo lo que desconocen —respondió Mara.
—Hagan silencio —las regañó Kyla que ya estaba acostada en una de las camas—, duérmanse.
Mara no pudo dormir demasiado y luego de intentar despertar a sus compañeras para ir a almorzar, decidió dirigirse ella sola al comedor. Se arregló el cabello lo mejor que pudo. El clima en la Tierra hacía que se esponjara y que siempre luciera despeinada. Chasqueó la lengua al no poder arreglarlo como quería y salió del departamento.
Vio a la multitud entrar a un edificio de dos pisos y los siguió. Se acercó a la fila y tomó una bandeja, como hacían los demás.
—¿Qué quieres comer? —preguntó la señora detrás del mostrador.
Mara titubeó mirando toda la comida.
—Un poco de todo —decidió.
—¿Vienes de otro planeta? —preguntó la mujer. Y Mara rio asintiendo. —Los extranjeros siempre piden un poco de todo.
Se dirigió a una mesa con la bandeja llena de dos trozos de pizza, una hamburguesa de queso fundido, dos cajas de papas fritas, porque le había gustado como lucían, un vaso mediano de un líquido espeso y tres galletas medianas espolvoreadas con azúcar.
Comió con ganas mirando a todos los chicos ir y venir. No le molestó estar sentada sola, siempre le había gustado comer sin tener que estar conversando con alguien más. Para cuando terminó, la mitad de las personas ya se había retirado y sólo llegaban entrenadores, personal administrativo y obreros a comer.
Al salir, le preguntó a un chico bajito dónde quedaban las instalaciones de entrenamiento y éste le señaló la inmensa torre, le agradeció y se encaminó hacia allá.
Eran cerca de las dos de la tarde y había decidido apuntarse a los entrenamientos que iniciaban a las siete de la mañana, porque así le quedaba el resto del día libre luego de almorzar. Porque solía almorzar bastante.
Ya los entrenamientos habían empezado y decidió quedarse un rato a mirar. No les enseñaban a pelear, sólo entrenaban la resistencia. Observó el mapa de la torre y vio que fortalecían diversas habilidades, como el mantenimiento de equipos, reparación, estrategias de vuelo, pilotaje y resistencia a climas abrasivos. Se preguntó si podía apuntarse a todas las clases.
Salió antes de que el entrenamiento terminara y decidió explorar los demás pisos. Vio los laboratorios, salones de clases, una biblioteca digital impresionante, pero al llegar a la planta administrativa ya estaba exhausta. Entró al baño que había encontrado y al salir se tropezó con una chica que miraba sonriente la palma de su mano. Se disculpó y bajó hacia la plaza central, donde sus amigas la esperaban con los brazos cruzados e indignadas por haber salido sin ellas.
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Séptima
Science FictionEn el planeta tierra, con una civilización evolucionada, doce chicos son reclutados para la sexta y última misión del proyecto Séptima, un proyecto secreto del cual ninguno tiene idea. Azul Dramen, una de las tripulantes, logra cambiar la ruta de su...