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Un sinfín de quejidos, murmullos y portazos se escuchan habitación adentro en el segundo piso de la majestuosa casa. Siendo ese el ritual matutino, que rara vez no se da si alguien despierta a Amanda antes de que se le haga demasiado tarde, como es de costumbre.

Allan, ha estado al servicio de los Thomas casi desde siempre, y aunque en su contrato solo figure como chofer, ha aprendido con el tiempo a también ser escolta, asistente personal e incluso guardián de secretos de la jovencita que tiene como principal defecto ser increíblemente impuntual. Ya que en todo ese tiempo trabajando para ella solo recuerda haberla llevado a tiempo en cinco ocasiones, cuatro de ellas incitadas por la puntualidad del Sr. Thomas.

Para él, ya es habitual escuchar los mascullos matutinos de Amanda una vez que se le ha hecho demasiado tarde. Usualmente verla correr de un lado para otro intentando resarcir su impuntualidad es divertido pero dejo de serlo desde que el reloj en la pared de la sala ha marcado más de veinte minutos de retraso.

La puerta de la habitación se abre de golpe y una rubia melena descontrolada baja a toda prisa las escaleras frente a él.

— ¿Tarde otra vez? — Pregunta, una vez que lo ha pasado de largo.

La rubia parece no escucharlo hasta que emite un sonido, casi un bufido, al abrir la puerta principal de la casa, claramente mofándose de una pregunta tan obvia.

— ¡Vamos ya!. No tengo tiempo para que te burles.

El hombre reprime una risa con solo escuchar el tono de la joven pues ha quedado claro que no solo se levantó tarde sino también con el pie izquierdo. Él le sigue el paso hasta la camioneta y se apresura en salir del estacionamiento delantero de la residencia, aunque a su parecer a estas alturas ya no importa cuán rápido quiera ir.

Una vez dentro del embotellamiento característico de Miami, Allan reconoce que no hay más que hacer sino esperar a que el único factor que realmente se le escapa de las manos termine de pasar.

Claramente molesta ante lo único que parece no ir rápido en una ciudad tan movida, Amanda termina por colocarse los audífonos y dejar correr su playlist. Algo de música siempre es bueno, sin importar cuán mal pinte la situación. Tres canciones más tarde, a penas y si la camioneta negra de vidrios polarizados se ha movido unos centímetros hacia delante.

La música cesa una vez que el aparato se ilumina para dejar ver la llamada entrante con el nombre de PAPÁ encabezando la pantalla. Los ojos de Amanda parecen dos platos antes de mostrarle con aparente nerviosismo la llamada a Allan, quien solo responde al hacer un gesto desgarbado pues dentro de él sabe que la jovencita está a punto de volver a escuchar el interminable sermón sobre la puntualidad y sus beneficios.

Lanzando un suspiro al aire, la muchacha toma el valor necesario para aceptar la llamada entrante. Pero ni bien ha contestado cuando Leo ya ha comenzado a hablar.

— ... es importante.

Siendo eso ultimo lo único que ha logrado escuchar de todo lo que Leo ya ha propuesto.

— ¿Eh?.

— Cariño, ¿me escuchas? — El tono de voz de Leo es dulce y complaciente.

Siendo esa clase de tono demasiado interesado en comparación al que regularmente usa. Este solo lo emplea cuando pretende salirse con la suya. Cosa que Amanda le ha copiado sin siquiera darse cuenta.

— Sí. ¿Qué me decías?

Dentro de sí, Amanda solo espera el típico sermón que su padre le da cada vez que sabe ha vuelto a llegar tarde a algún lado.

El socio de papá ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora