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La nueva sede de Thomas Corp. en Atlanta había abierto sus puertas exactamente con dos días de retraso. Aunque todo estaba perfectamente en su lugar, Leo parecía aun no dar tregua a la demora. Él mismo había propuesto una reunión con los nuevos inversionistas de la ciudad, posponerla, para él, fue imperdonable.

Ahora la reunión coincidía con su ida de Atlanta. En Miami, le necesitaban con urgencia ante un percance. Simplemente estaba furioso porque sabía que el día sería interminable.

Uno de los nuevos inversionistas cruzo la puerta de la sala de juntas, acercándose hasta él. Cuando los demás estaban aún en la sala de espera, pues Amanda y Adam no habían aparecido, y sin ellos él no quería empezar la reunión.

Mauro, un viejo amigo de descendencia italiana, de cabello aún más gris que el de Leo y ojos almendrados, fue el primer interesado en invertir en algo tan rentable como la mejor empresa de bienes raíces del mercado, Thomas Corp.

— Leo, que bueno encontrarte solo. Necesitamos hablar — Fue lo primero que le advirtió, al sentarse a su lado.

— ¿Algún problema?, Mauro.

— No lo sé. Dime tú.

De momento, Leo pareció no entender lo que su amigo quería decir. Y honestamente, su paciencia no estaba en óptimas condiciones como para adivinar sobre qué se refería.

— Mauro. Hay problemas en Miami. No tengo tiempo para trivialidades.

Para Leo era muy sencillo decir las cosas de frente. Jamás había dejado de decir exactamente lo que él quería.

— Viejo amigo, debes estar loco al haber hecho una sociedad con ese chico Harris — Le dijo, igual de tajante.

Extrañado por la severidad de sus palabras Leo lo observa intrigado.

— ¿A qué se debe eso? — Pregunto.

— Además de que no tiene suficiente experiencia en los negocios. Ese muchacho no va en el camino correcto. ¿Cómo es que lo dejaste acercarse tan fácil?

— Miles y Katherine, eran grandes amigos de Fiorella y mío. Era como apoyar de nuevo a unos viejos amigos.

— ¿Y tú estás seguro que es el mismo chiquillo que viste en los brazos de Katherine?

La pregunta desconcertó a Leo por completo.

— ¿A qué te refieres? — Pregunto ceñudo.

— Que te puedo asegurar no tiene la misma inocencia de cuando estaba con Miles y Katherine. ¿Cuántos años debe tener?... Veinte cuando mucho. Es un adolescente descarriado que se acercó a las últimas personas con las que sus padres tuvieron contacto.

Lo que su amigo le decía simplemente parecía descabellado, pero al mismo tiempo, le hacía dudar.

— Sabemos que no tuve nada que ver con la muerte de ellos. Fue la prensa amarillista que nos señaló a Fiorella y a mí, después de enterarse de que habíamos propuesto comprar la mitad de Harris Inc.

— ¿Y eso lo sabe el chico?... ¿Crees que él está consciente de que ustedes nada tuvieron que ver con aquel accidente?

Las interrogantes de Mauro solo hicieron crecer las alarmas internas de Leo. Quizá había sido esa misma la duda y desconfianza creciente que había observado en los ojos de Adam durante el vuelo.

— ¿Él tan siquiera sabe que fuiste tú su tutor hasta que cumplió la mayoridad? — Pregunto.

— No — Respondió en seco. — Eso fue un acuerdo entre Miles, Katherine y yo. Al igual que si a Fiorella y a mí nos hubiese sucedido algo, hubiesen sido ellos los tutores legales de Amanda.

El socio de papá ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora