CAPITULO III: DESCENSO

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Al terminar de leer las ultimas paginas registradas en el diario, Ale cerró el cuaderno sin pronunciar palabra alguna, yo tampoco le pregunté nada, al mirar de nuevo el reloj, dieron las 11:45 de la noche, ella solo me pidió un favor.

-¿Puedo quedarme a dormir esta noche? -me miró con ojos inocentes.

Al principio me rehusé; pero después de explicarme que vivía a una hora de viaje, accedí, aunque no del todo cómodo. Volvió a hacerme una pregunta.

-En los tres años que no tienes registrados desde lo de tu madre ¿Qué sucedió? Yo nunca conocí al novio de Cristina, y eso que soy amiga de ella desde hace seis meses.

-Hablaremos de eso en otra ocasión. -Le respondí con miedo.

-Está bien, si no me quieres hablar no importa, me voy a dormir. -Noté un pequeño tono de reclamo ¿Se había enojado conmigo por no responderle? Solo la miré con confusión y me dormí en el piso en una improvisada cama que la hice con un sleeping bag y unas cobijas.

-El piso es muy duro y frio, si quieres puedes subir. -Al parecer me estaba dando una invitación sin verme a la cara.

A la mañana siguiente mi invitada se fue sin ningún apuro tiempo después de que mi tía Norma dejara la casa como un ratón. Tiempo después nos alcanzó noviembre y ya pasados seis años después aun no podía librarme de Isabella y de Moloch. En todo ese tiempo que había pasado desde que Ale se quedó en mi casa nos habíamos vuelto más cercanos; al parecer ella jamás pregunto a Cristina sobre su pasado ni tampoco indagó sobre Angy, pero Ale y yo siempre manteníamos contacto incluso en clases de la universidad por medio de internet.

Las clases en la universidad retomaban el ritmo habitual de siempre, y el semestre inició apenas hace un mes, en octubre del 2017, lo habitual llegó, el rostro arrogante de Alex, las frecuentes manifestaciones de Isabella y personas que me rodeaban las cuales no toleraba o no me importaba si vivían o morían, con excepción de dos personas que me ayudaban a sobrellevar el día a día; Karla y Andrés, se habían convertido en mis mejores amigos de la universidad, sobre todo en la ciudad en que vivía, ya que tanto Cristina como Ale y Angy eran de mi ciudad natal y amigas del colegio.

Andrés era solitario, aunque puede compartir fácilmente con las personas, la mayor parte del tiempo prefiere pasar el tiempo en su mundo, es un aficionado de la computación y la tecnología, tal vez por eso es que empezamos a llevarnos como amigos, y al igual que yo, no tenía muchos amigos, a decir verdad, Karla y yo éramos los únicos. Por otra parte, Karla es todo lo contrario a Andrés, ella siempre está rodeada de gente con una sonrisa para compartir, es la persona más extrovertida que he conocido y a pesar de eso solo tiene confianza en muy pocas personas, la verdad ni me acuerdo bien como fuimos amigos desde un inicio, pero estuvo siempre a mi lado desde el primer día en la universidad, tal vez habrá sido por el mismo gusto musical.

Como todos los jueves, o bueno, casi todos los jueves, teníamos la costumbre de hacer "reuniones" en mi departamento, en donde nunca faltaba el alcohol; eso se empezó a dar por el estrés de las materias así que lo usábamos como pretexto para beber, se podía decir que dichos eventos nunca se salían de control, solo éramos tres jóvenes tratando de pasar el rato.

Hoy es jueves, y en ya varias semanas que nos hemos reunido los tres por la noche, supongo que hoy vendrán sin previo aviso, al sonar el intercomunicador acudo a la llamada para adentrarles en mi departamento, Andrés es el primero en pasar con una botella de ron añejo y mi sorpresa es más al ver a Karla sin nada, pues ella siempre era la que traía la botella de alcohol más rara y fuerte, una vez adentro la sorpresa no paró, pues del pequeño bolsillo del pantalón, Karla extraía diez gramos de marihuana. Al parecer ella ya la había probado antes, pero para Andrés y para mí sería la primera vez. Nos acabamos primero la botella de ron y armamos un porro para cada uno, ya eran las 10:05 de la noche y había tomado la quetiapina con un vaso de ron, una muy mala combinación, pero aun así no me siento preocupado; lo único que se me hizo raro fue ver a Isabella parada en el pasillo mirándome fijamente pues ella solía desaparecer desde las 9 de la noche hasta el siguiente día después de tomar el medicamento, y sin embargo, ahí estaba, inmóvil, fijando sus ojos en mí, sin prestar atención a mis invitados, empezó a incomodarme un poco, será mejor cerrar la puerta para empezar a fumar, incluso para que el olor no se disipe.

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