Enamorada

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Capitulo 5

Al ver entrar a diego, sintió que volvía a un pasado que trataba
desesperadamente de olvidar. aunque se encontraba bajo el efecto sedante de los
analgésicos, nada podía calmar su preocupación al ver a su esposo por primera vez
después de cinco largos años.
contuvo el aliento y sus ojos grises se detuvieron a contemplar la elegancia de
diego. durante muchos años había seguido amándolo y, en su soledad, no dejaba de
llamarlo. sin embargo, el recuerdo de su fría indiferencia y el odio de su familia se
habían encargado de matar cualquier sentimiento hacia él. ya no era aquella
jovencita que tanto lo adoraba. era preciso ocultar cualquier atracción que aún
sintiera hacia él para proteger a matthew. ella era una mujer indefensa, mientras
que diego tenía todo el dinero y el poder del mundo. no podía exponerse a confesarle
la verdad del origen del niño, porque estaba segura de que diego lo alejaría de su
lado. en otra ocasión había hecho algo semejante con ella.
todavía ahora recordaba el disgusto que se reflejaba en su cara aquella noche
en que la había apartado de su lado el último día que ella estuvo en su casa.
melissa abrió los ojos otra vez y diego se inclinó sobre ella, con la misma cara
indescifrable de siempre. aunque habían pasado cinco años, estaba tan varonil y
atractivo como siempre. la muchacha recordó su perfume y la exquisita sensación
que le había producido sentir sus labios sobre los de ella. ahora llevaba un cuidado
bigote. había envejecido un poco y su cuerpo era un poco más musculoso. sin
embargo, seguía siendo el diego de siempre.
-melissa -su nombre sonaba como música en los labios de diego, quizá a causa
de su acento extranjero.
-diego -melissa bajó la mirada.
- ¿cómo te sientes?
se preguntó cómo lo habían encontrado y de qué forma se habían puesto en
contacto con él. se llevó la mano a la frente, en un intento por recordar lo que había
pasado.
-tuvimos un accidente en el avión en que viajábamos -susurró y su cara se
contrajo en una mueca al recordar el estrépito del motor del avión al aterrizar y los
gritos de los pasajeros.
-no pienses en eso ahora -le aconsejó diego, que se encontraba de pie junto a
su cama.
-¡matthew! oh, no. ¡matthew! -comenzó a gritar.
-¡cuidado! -diego la obligó a apoyar la cabeza en la almohada tu hijo está bien.
acabo de verlo.
melissa pidió a dios que su desconcierto hubiera pasado inadvertido para diego.
lo miró de forma expectante. sin embargo, él se abstuvo de hacer comentario alguno
sobre el pequeño. ni una sola palabra.
-he pedido a la señora grady que se quede con él, hasta que te den de alta en el
hospital -se irguió con arrogancia.
-ha sido muy amable de tu parte, gracias.
diego se volvió para mirarla de frente, como si quisiera estudiar las reacciones
de su cara, aunque había decidido no molestarla.
-durante seis semanas no podrás trabajar. tengo la impresión que la señora
grady sabe que tienes problemas económicos serios.
melissa cerró los ojos en un intento por controlar las náuseas.
-en la primavera caí enferma de neumonía -confesó-. me he retrasado en el
pago de algunas cuentas.
-¿me estás escuchando, señora laremos? -diego puso especial énfasis en su
nombre de casada, aunque- sabía cuánto le molestaba no puedes trabajar. hasta que
te pongas bien el niño y tú vivirán conmigo.
-¡no! -abrió desmesuradamente los ojos.
-ya está decidido -anunció con indiferencia.
-no iré a guatemala, diego -dijo con decisión. en otra época, jamás se habría
atrevido a desafiarlo-. nada me hará cambiar de opinión.
diego la miró con desconcierto. era evidente que los recuerdos continuaban
atormentándola también a ella. alzó la barbilla y la miró fijamente.
-viviremos en chicago, no en guatemala -aclaré con serenidad-. el retiro había
comenzado a aburrirme -se encogió de hombros-. aunque no necesito dinero, apollo
blain me ha ofrecido un trabajo de asesor, y ya tengo un apartamento en chicago. me
encontraba en la finca de guatemala para disfrutar de unos días de vacaciones antes
de comenzar a trabajar, cuando recibí una llamada telefónica de este hospital.
apollo. el nombre- le resultaba familiar. de pronto -recordó a los mercenarios
que trabajaban con diego.
-tiene problemas con la justicia.
-ya no. j.d. brettman lo defendió y ganó el pleito. apollo tiene ahora su propio
negocio y casi todos los miembros de nuestro grupo trabajan con él. el es el único
que queda soltero. los otros ya se han casado, incluso shirt.
-¿se ha casado shirt? -melissa tragó saliva.
-con una viuda. ¿no te parece increíble? vine a texas hace tres años para
asistir a. la boda.
melissa no tuvo fuerzas para mirarlo a los ojos. estaba segura de que diego
jamás le había comentado a sus camaradas que se había casado, porque la odiaba.
¿acaso no se lo había dicho en varias ocasiones?
-me alegro por ellos -comentó con tristeza-. menos mal que algunas personas
consideran el matrimonio un medio para ser felices y no una muerte en vida.
-recordar el pasado resulta inútil -entornó los ojos para mirarla-. olvidemos lo
qué pasó. por el momento no puedo abandonarte; la señora grady no tiene dinero
suficiente para mantenerlos a tu hijo a ti.
para melissa no pasó inadvertido el énfasis que diego, había puesto mencionar a
matthew. le mejor era que siguiera creyendo que ella lo había traicionado. su estado
actual hacía que le resultara imposible desafiarlo.
-¿y tú sí? -le miró con ironía.
-es cuestión de honor -contestó con rigidez.
-sí, por supuesto. honor -al tratar de moverse, sintió un fuerte dolor-, espero
enseñarle a matthew que la compasión y el amor son más importantes que el honor y
el orgullo.
al recordar que melissa había olvidado su honor para engañarlo con otro, sintió
que la sangre se agolpaba en sus mejillas.
-¿quién es el padre de tu hijo, melissa? -preguntó con acritud.
aunque no hubiera querido hacerle esa pregunta, las palabras salieron de su
boca, sin que pudiera evitarlo-. ¿de quién es hijo?
melissa volvió la cabeza para evitar mirarlo.
-es mi hijo -contestó indignada.
el tiempo en que toleraba las impertinencias de diego, se había quedado atrás,
al igual que el pedestal en que lo había colocado. ahora había madurado y estaba
dispuesta a cualquier cosa por defender a su hijo.
-cuando me apartaste de tu lado, perdiste tus derechos sobre mi el padre de
mi hijo, es asunto mío. si tú me despreciaste, otra persona pensó de manera muy
distinta.
diego hizo un esfuerzo por controlar su furia. melissa había puesto el dedo en
la llaga. jamás había podido ignorar sus remordimientos, tanto por haber perdido el
control que lo había obligado a casarse con ella, como por haberle ocasionado
indirectamente el accidente que impidió que su hijo naciera.
-no podemos cambiar el pasado -insistió.
melissa odiaba las emociones que su atractiva voz, con un acento español muy
peculiar, lograba despertar en ella, así como la necesidad que sentía de su amor.
pero jamás se lo diría.
-¿por qué te llamaron a ti por teléfono? -melissa contempló sus delgadas
manos.
-encontraron nuestra acta de matrimonio en tu bolso -sus ojos la miraron
impasibles.
-oh.
-me sorprende que la hayas llevado contigo -añadió-. cuando huiste de mi lado,
parecías odiarme.
-no más que tú a mí, diego -lo acusó con voz cansada.
al oír su nombre en labios de melissa, diego sintió que el corazón le daba un
vuelco. ella lo había susurrado aquella tarde lluviosa en las montañas, y había
terminado gritándolo. apretó los puños, para alejar de su mente esos recuerdos que
tanto daño le hacían.
-los dos nos odiábamos, ¿no es verdad? -desvió la mirada-. sin embargo, traté
de encontrarte -añadió con sinceridad-. pero todo fue inútil.
-nunca supuse que me: buscarías -confesó-. pensé que mi ausencia no te
importaría lo más mínimo, una vez que perdí a nuestro hijo -puso especial énfasis en
la mentira-, que era lo único importante de muestro matrimonio.
diego movió la cabeza. melissa ignoraba el sufrimiento que su desaparición le
había causado. todavía le costaba trabajo hablar de ello, sin revelar sus emociones.
-eras mi esposa -trató de fingir indiferencia-. estabas bajo mi responsabilidad.
-sí -aceptó-. y sólo era un deber muy molesto -el dolor volvió a atormentarla
con más fuerza.. sus ojos grises lo miraron de frente-. nunca me quisiste, sólo te
interesaba una cosa. y después de casados, ni siquiera eso.
melissa estaba equivocada. desconocía la tremenda lucha de diego para no
entrar en su habitación, por temor a interesarse demasiado por ella. aun ahora,
melissa formaba parte de su sangre y él la deseaba más que nunca. su alejamiento,
sus comentarios ofensivos formaban parte de un plan para alejarla de su corazón. lo
que sentía por ella era la emoción más parecida al amor que había experimentado en
su vida; sin embargo, logró disimular sus sentimientos. siempre había vivido, con
libertad e independencia, y el amor era una especie de prisión, una atadura eterna
que no deseaba sentir. incluso el matrimonio no había sido suficiente para cambiar su
manera de pensar, al menos, en un principio.
-la libertad era para mí una especie de religión -admitió con tono de
indiferencia-. jamás pensó: que algún día me vería obligado a renunciar a ella. el
matrimonio nunca me interesó.
-sí, pude comprobarlo -respondió, hizo una mueca al apoyar la cabeza en la
almohada-. ¿qué me... han hecho? no me han informado de nada.
-te operaron para detener una hemorragia interna -se inclinó sobre ella, con
actitud arrogante-. te has roto una pierna y además has tenido algunas contusiones y
rasguños sin importancia. también te quitaron un ovario, sin embargo, el médico opina
que podrás tener más hijos.
-no quiero tener más hijos -se ruborizó.
la miró con desprecio mal disimulado.
-con el hijo que te dejó tu amante tienes bastante, ¿verdad, señora? --
preguntó con ironía.
-oh, dios, cuánto te odio -lo miró con furia y su cara se contrajo por el dolor.
-¿necesitas algo más para calmar el dolor? -preguntó y fingió ignorar el
comentario de su esposa.
-me... duele -se llevó la mano al abdomen.
-veré a la enfermera antes de salir. voy a llevar a matthew su ropa.
}-se me había olvidado. mi apartamento. la ropa del niño está en, el
compartimiento superior del armario.
-¿en dónde está la llave?
-en mi bolso.
no deseaba que diego entrara en su apartamento. aun cuando todo estaba en
orden, su esposo podría encontrar algún dato que identificar al niño como su hijo. sin
embargo, no tenía alternativa. el bienestar de matthew era lo primero para ella.
diego le acercó el bolso y después de que melissa le entregó la llave, lo volvió a
dejar en el armario dé la habitación. al mirar sus escasas pertenencias, diego se
avergonzó. le apenaba contemplar la pobreza de la muchacha, ya que tenía derecho a
disfrutar de su fortuna. diego se había enterado de que el padre de melissa se había
quedado en la miseria un poco antes de morir.
el apartamento donde vivía con su hijo era tan modesto como su guardarropa.
la casera lo miró con suspicacia, hasta que el recién llegado le extendió un cheque
para pagar las deudas de su esposa. la casera se abstuvo de hacer comentarios al
respecto.
diego inspeccionó el apartamento hasta encontrar una pequeña maleta donde
metió las escasas prendas de matthew. desde un principio comprendió que
necesitaba comprarle ropa, porque la poca que tenía estaba en condiciones
deplorables. se sintió culpable de la precaria situación económica de su esposa.
buscó en otro compartimiento del armario la ropa interior de melissa, y se
sorprendió al encontrar una pequeña fotografía escondida en una de las prendas. se
trataba de la que melissa le había hecho varios años atrás, en donde aparecía
montado a horcajadas en uno de sus sementales. en ella estaba sonriente y
ligeramente inclinado sobre el cuello del animal para sujetarle la crin. detrás de la
foto estaba escrita una leyenda: diego, cerca de atitlán. aunque carecía de fecha, la
fotógrafa estaba demasiado maltratada, como si la hubiera llevado con ella a todas
partes. de pronto recordó que ella misma se la había hecho... el día anterior a que se
refugiaran en las ruinas mayas.
al colocarla otra vez en su lugar, encontró algo más: un pequeño libro que
contenía flores, trozos de papel y una señal para marcar libros. recordó que, las
flores las había cortado en el campo cuando salía a pasear con ella; los trozos de
papel contenían palabras en español que él le había enseñado; y la señal para marcar
libros se la había regalado él cuando cumplió dieciocho años. frunció el ceño. ¿por
qué había guardado estos recuerdos durante tanto tiempo?
los dejó en su sitio y encima dejó la prenda de ropa que los cubría; hizo un
esfuerzo por olvidar lo que había visto. tal vez los conservaba para recordar la
crueldad con que la había tratado.
a la mañana siguiente, fue de compras. conocía la talla de melissa, pero no la
del niño, por lo que llamó por teléfono a la señora grady para pedirle ese dato.
aunque le molestaba comprar ropa al hijo de otro hombre, de pronto se encontró en
el departamento de juguetería y adquirió varios juguetes para el niño. se reprendió a
sí mismo por hacer algo tan ridículo.
le conmovió la expresión del niño al abrir los regalos en el apartamento de la
señora grady. diego sonrió ante su entusiasmo, al mirar maravillado los juegos
electrónicos y un pequeño robot de control remoto.
-el pobre niño no tiene nada -suspiró la señora grady, sin dejar de sonreír-. no
es culpa de melissa, por supuesto. me alegro de que ahora tenga bonitos juguetes.
-sí -al ver al niño, diego se sintió culpable de la pérdida de su propio hijo.
recordó con tristeza las cosas horribles que había dicho a su esposa la noche
en que salió corriendo de la casa y sufrió aquella aparatosa caída. dios, ¿cuándo
olvidaría aquella pesadilla?
-debo irme. melissa necesita ropa nueva. ahora mismo se la voy a llevar al
hospital.
-¿cómo está ella?
-mucho mejor, gracias. el doctor opina que en pocos días la podré sacar del
hospital -miró a la amable mujer-. matthew nos acompañará a chicago. estoy seguro
de que la extrañará mucho y melissa y yo estamos muy agradecidos, por haberlo
cuidado tan bien.
-lo he hecho con mucho gusto.
-gracias por mis juguetes, señor -matthew lo miró con alegría. levantó sus
bracitos para que diego lo levantara.
el pequeño estaba acostumbrado a que los adultos fueran cariñosos con él. sin
embargo, el hombre que tenía junto se mantuvo impasible. el niño se desconcertó y la
alegría de sus ojos desapareció.
diego se avergonzó de su actitud. después de todo, el niño no tenía la culpa. no
obstante, sus años de disciplina le impidieron reconsiderar su proceder. se dirigió a
la puerta y trató de ignorar la mirada de desaprobación de la señora grady.
una vez en el hospital, la enfermera ayudó a melissa a ponerse uno dé los tres
hermosos camisones que diego le había comprado. era feliz con su ropa nueva. el
camisón era muy escotado y estaba adornado con encaje. la joven no pudo dejar de
pensar en lo feliz que habría sido en otro tiempo si diego le hubiera regalado algo.
era consciente de que ahora actuaba por lástima, no por amor.
-no debiste gastar tanto... -le dijo cuando él entró en la habitación.
-durante un tiempo tendrás que usar camisones -trató de justificar su
generosidad. se sentó en un sillón y se dispuso a saborear su café-. he comprado a tu
hijo algunas cosas -añadió-. unos juguetes -observó la mirada sorprendida de
melissa-. matthew parecía una abeja en busca del néctar más exquisito. corría de un
lado a otro -trató de bromear.
melissa estuvo a punto de llorar. cuánto le habría gustado comprarle a su hijo
juguetes caros, pero no tenía dinero.
-gracias por haberle proporcionado esa felicidad -dijo con voz serena-. dadas
las circunstancias, nunca esperé que le compraras algo, mucho menos juguetes caros
-melissa esquivó la fría mirada de su esposo-. no he podido comprarle nada, porque el
dinero no me alcanza para juguetes.
la joven estaba sentada en la cama y el pelo le caía en suaves rizos sobre la
cara. "está preciosa", pensó diego, sin dejar de mirarla. ahora era más mujer, más
atractiva. detuvo la mirada en el escote del camisón y entrecerró los ojos para
admirar mejor sus senos.
melissa se ruborizó al tiempo que trataba de cubrirse con las sábanas, pero la
mano de diego la detuvo.
-no te cubras, melissa, no hay necesidad. supongo que no creerás que en las
circunstancias actuales, voy a atreverme a hacerte insinuaciones.
-no. por supuesto que no -suspiró-. no esperaba que me compraras camisones
nuevos -trató de cambiar de tema. la mirada de diego seguía inquietándola y eso la
molestaba-. ¿no encontraste los míos? -recordó con angustia lo que había escondido
dentro de una prenda de noche. acaso habría visto... melissa desvió la cara, para
evitar que notara su desconcierto.
-una mirada a tu cajón me convenció de que no podías usarlos, y por eso, no los
toqué -mintió-. ¿te gustan los que te he comprado?
-son preciosos -contestó sin gran entusiasmo.
-¿te empezó a faltar dinero cuando llegaste a estados unidos? -preguntó, sin
dejar de mirarla.
a melissa no le gustó la pregunta, se cruzó de brazos y lo miró fijamente.
-el dinero no lo es todo -afirmó.
-pero sí la falta de, él -replicó. se irguió con arrogancia-. el padre del niño... ¿no
te da dinero?
melissa apretó los dientes. aquel interrogatorio le resultaba intolerable. alzó la
vista.
-no, no quiero molestarlo -la respuesta fue concisa-. y no te queda el papel de
juez, diego. ni por un momento he pensado que durante estos cinco años has estado
sin una mujer.
diego guardó silencio. su expresión era distante, impasible.
-¿conoce matthew a su padre? -insistió.
melissa no se atrevió a contestarle.
-comprendo que estés resentido con matthew, pero espero que no intentes
descargar en él tu ira -advirtió.
-sería incapaz de hacerle eso a un niño -la miró con enfado.
-yo era casi una niña -le recordó-. tú y tu venenosa familia, no tuvieron
compasión de mí.
-sí -recordó que melissa tenía razón-. mi abuela estuvo a punto de sufrir una
crisis nerviosa cuando desapareciste. entonces me confesó lo mal que te había
tratado. para mí fue terrible comprobarlo, porque jamás supuse que sería capaz de
hacerte víctima de su venganza. debí haber previsto su reacción, pero me sentía
atrapado e incluso llegué a odiarte cuando salí de, casa de luz.
antes que melissa pudiera responder a su inesperada confesión, una enfermera
abrió la puerta con la comida de la enferma. después de saludar a diego, colocó la
bandeja a un lado de la cama de melissa.
-comes muy poco -comentó, al notar su falta de apetito.
diego se sentó en un sillón junto a la ventana. su aspecto era más latino que
nunca. melissa desvió la mirada para disimular la atracción que aún sentía por él.
-no tengo hambre.
-¿no te gustaría comer un filete con salsa de champiñones? -murmuró y por
primera vez, desde su llegada al hospital, la miró con simpatía-. además, hay papas
fritas y pan integral.
-cállate -gimió.
-creo que lo que no te gusta es la comida del hospital. cuando te den de alta,
me encargaré de que comas bien.
-tengo que trabajar.
-no podrás ir a tu trabajo hasta que te hayas recuperado por completo -le
recordó diego-. hablaré con tu jefe.
-será inútil. no pueden guardar mi puesto seis semanas -suspiró.
-¿hay alguien que pueda sustituirte?
-oh, sí -pensó en su joven y competente ayudante.
-entonces, no habrá problema.
-no permitiré que te hagas cargo de mis gastos -dijo con firmeza-. te
agradezco tu ayuda, pero ya no somos un matrimonio.
-a mí tampoco me agrada la situación -señaló con aparenté indiferencia-. más
por el momento, esta es la única solución. en cuando a divorciarnos -se encogió de
hombros-... no es posible. sin embargo, cuando te cures, pensaremos en algún arreglo
viable, por ejemplo, la separación. desde luego que me haré cargo de la situación
económica tuya y del niño.
-vete al demonio -gritó. diego se sorprendió no sólo por el vocabulario tan poco
usual en ella, sino por la furia de su mirada-. no estamos en guatemala. en estados
unidos, las mujeres tenemos los mismos derechos que los hombres. no somos
objetos, y yo estoy capacitada para asumir los gastos de mi hijo y míos.
-¿de verdad? -levantó sus oscuras cejas-. entonces, ¿por qué vives en la
miseria, por qué le compras a tu hijo ropa usada y ni siquiera tenía un juguete nuevo?
melissa sintió deseos de levantarse de la cama y pegarle en la cabeza con la
bandeja.
-no viviré contigo.
-¿qué harás entonces, niña? -preguntó encogiéndose de hombros. melissa
comprendió su situación e hizo un esfuerzo por controlar las lágrimas de impotencia.
apoyó la cabeza en la almohada.
-no sé.
-será sólo un arreglo temporal -le recordó-. hasta que te pongas bien. tal vez
te guste chicago -añadió-. hay un lago, una playa y muchas cosas interesantes para
un niño.
-matt y yo nos moriremos de neumonía si pasamos el invierno allá -apuntó-.
ninguno de los dos hemos salido del sur de arizona en los últimos c...
-inmediatamente trató de corregir el error que estuvo a punto de cometer-, tres
años.
diego no se dio cuenta de su turbación, porque no dejaba de admirar el esbelto
cuerpo de la muchacha. melissa estaba equivocada al suponer que él había pasado
esos cinco años en compañía de otras mujeres. el recuerdo de ella había destruido su
interés por cualquier otra compañía femenina. incluso en sus sueños aparecía ella
como una obsesión. el había matado el inmenso amor de melissa y no podía culparla
por su reticencia. desde que se había enterado de que su esposa tenía un hijo, sus
sentimientos eran un verdadero caos.
-estamos en primavera -murmuró-. varias cosas podrían cambiar antes de que
llegue el invierno.
-no iré a guatemala, diego -insistió-. bajo ninguna circunstancia viviré con tu
abuela y tú hermana.
diego se pasó la mano por la cabeza.
-mi abuela vive en barbados con su hermana -le informó-. todavía lamenta que,
por nuestra culpa, se malograra su bisnieto. mi hermana vive ahora en la ciudad de
méxico con su marido.
-¿saben que has venido a verme? -preguntó melissa con simulada indiferencia.
-las llamé por teléfono anoche. esperan que te cures pronto. quizá algún día se
les presente la oportunidad de pedirte perdón por la maldad con que te trataron.
-juana trató de ser amable -admitió-. no tu abuela. aunque comprendo su
actitud, en parte era justificada, mi estancia en aquella casa fue un calvario.
-y me culpas de haberte dejado en sus manos, ¿no es verdad?
-sí -melissa levantó la vista para mirarlo-. jamás me dejaste explicarte.
inmediatamente me echaste toda la culpa de lo que había pasado entre nosotros, y
de esa forma quisiste cobrarte. y pague -añadió con hostilidad-. pagué demasiado
caro mi error.
-pero has conseguido vengarte de mí, ¿verdad? -rió con ironía- te buscaste un
amante y tuviste un hijo suyo.
-eres muy hábil para descubrir la verdad -mintió-. estoy asombrada de tu
facilidad para leer mis pensamientos.
-qué lastima que no echara mano de la habilidad que me atribuyes, cuando
huiste del hospital, aun sin haberte dado de alta -contestó-, el día que
desapareciste se produjo un golpe militar, y varias personas murieron.
melissa advirtió que en sus ojos negros se reflejaba la emoción. no se había
dado cuenta de lo demacrado que estaba. por unos momentos los años se le vinieron
encima y la indiferencia de su actitud pareció haber desaparecido para siempre. el
hombre ausente y caballeroso que tenía ante ella, no se parecía en nada al que había
conocido en guatemala. el cambio era radical.
-¿hubo varias muertes? -frunció el ceño.
-junto con el golpe de estado ocurrieron otras desgracias, y uno de los
cadáveres se quedó sin identificar -rió con amargura-. era una. joven de pelo rubio.
-¿pensaste que era yo?
respiró con fuerza y tardó unos instantes en contestar su pregunta.
-sí, creí que... eras tú.

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