Capítulo 7
El día lunes, Gaby entró en el despacho dispuesta a ser más eficiente que nunca. Competente hasta en su apariencia, el conjunto de lana beige contrastaba con la blusa verde agua de corte femenino. El maquillaje muy bien aplicado ocultaba a la perfección las ojeras, debido a las dos noches de insomnio que había pasado pensando en James. Él había querido humillarla con aquella exigencia absurda, pero le demostraría el lugar exacto que ocupaba en su vida.
El hombro le dolió un poco cuando se descolgó el bolso para guardarlo en la gaveta del escritorio. James aún no había llegado, pero Dick enseguida salió de su oficina para saludarla, aliviado.
-¡Menos mal que regresaste, Gaby! -exclamó con un suspiro -La secretaria temporal no soportó nuestro ritmo de trabajo y la agencia no consiguió otra sustituta. ¿Dónde está James?
-No lo sé... Probablemente en su casa. ¿No ha llegado aún?
-Aún no. ¿Pero qué ocurrió? ¿Pagaron el rescate? ¿Cómo está Martina?
Gaby sonrió, tranquila, ante la ansiosa curiosidad de su jefe. Se quitó la chaqueta y la colocó en el respaldo de la silla, después se puso las gafas.
-Vamos por partes -respondió muy calmada, consultando en ese momento la agenda. -Martina está bien, pero no hubo necesidad de pagar el rescate. Los detalles, por favor, pregúntaselos a J.D. ¿está bien?
Dick alzó los brazos, exasperado.
-Desapareces por unos días y, cuando regresas, ¿llegas aún más misteriosa? ¡Vamos, Gaby, eso no es ser una buena amiga!
-¿Cómo va lo del divorcio de la señora Turnbull?
Él suspiró, resignado. Era obvio que lograría sonsacarle ninguna información a Gaby.
-Va muy bien, pero el juez quiere discutir el caso con J.D. antes de la sentencia final. -Y, mirándola con atención, añadió: -Te ves muy bien. ¡Lo que pueden hacer unos días de descanso!
Gaby rio, tomando nota de la regañina. ¡Rastrear por la selva empuñando un arma era un ―descanso‖ que ella no le deseaba ni a su peor enemigo!
-Digamos que hice unos cuantos ejercicios extras -ironizó, archivando unos documentos.
Frustrado, Dick desistió de preguntar y se fue a su oficina. Gaby trabajó duro toda la mañana colocando en orden todo el papeleo acumulado durante aquellos días de ausencia. J.D. llegó mucho más tarde, muy serio y elegante con un traje gris. La expresión adusta se transformó en una de asombro mal disimulado, cuando Gaby le sonrió con amabilidad, como siempre hacía.
-Buenos días, J.D.
-Buenos días. ¿Algún mensaje?
-Solamente del juez del caso Turnbull. Él quiere hablar contigo antes de la sentencia.
-Bien. ¿Y qué tengo previsto en mi agenda para hoy en la tarde?
-El señor Parker va a pasar por aquí después del almuerzo, luego tienes una tarde ajetreada: tres clientes, uno detrás del otro, Por ese motivo, creo que es mejor que nos pongamos al día con la correspondencia ahora mismo.
Y, tomando el block y el bolígrafo, se levantó, permaneciendo al lado del escritorio, mientras esperaba que James entrara en su oficina.
Él carraspeó, confuso y se disponía a decir algo cuando Dick abrió la puerta y se aproximó.
-Menos mal que ya llegaste, J.D. Estoy loco por saber cómo les fue en el rescate, ¡pero Gaby no quiso decirme ni una palabra acerca del viaje!
-Yo tampoco quiero. -le informó J.D., con sequedad-.Pero todo salió bien. Martina y Roberto regresaron a Palermo y los secuestradores fueron vencidos... Aniquilados, para ser exacto. ¿Quieres almorzar conmigo hoy?
-No puedo, ya quedé con un cliente.
James fue hacia su oficina y se sentó en el confortable sillón tras el escritorio. Gaby lo siguió y se acomodó en la silla delante de él, entretanto James consultaba el manojo de cartas sobre la mesa. Luego, mientras anotaba lo que le dictaba, se percató de que era blanco de una mirada insistente, pero fingió no darse cuenta. Y fue un alivio cuando James prescindió de ella. Se disponía a salir de la oficina cuando James la llamó.
Gaby se volvió con aspecto casual y esperó sus nuevas órdenes. James jugaba con el bolígrafo sin levantar la cabeza, apoyada en una de sus manos.
-¿Cómo está tu hombro? -quiso saber, por fin.
-Un poco adolorido, pero es natural.
-¿Quieres la dimisión por escrito?
-Como sea mejor para ti. Necesito encontrar un empleo cuando termine el preaviso y voy a aprovechar mi hora de almuerzo para buscar alguno. Así que, si no te importa...
-¡No necesitas renunciar! -la interrumpió, alterado.
-¡Vamos!, ¿cómo qué no?
-Las cosas volverán a la normalidad. ¿Sería mucho pedir que hagamos otro intento? ¡Nos llevábamos tan bien antes!
-Es cierto. Todo iba a las mil maravillas antes de que me trataras como a una prostituta.
James bajó la cabeza y continuó jugando con el bolígrafo por unos instantes, en un silencio taciturno.
-No será fácil sustituirte...
-Tal vez, pero no imposible. Deben haber otras tontas a quienes les guste practicar tiro al blanco con los demás y seducir al amigo del jefe...
J.D. palideció ligeramente, aunque no la miraba.
-Tu renuncia será desventajosa para ambos. No tengo ganas de enseñarle todo de nuevo a otra persona. Y tú vas a morir de tedio en cualquier otro empleo.
-Discúlpame la franqueza J.D., pero ese es mi problema. ¿Has olvidado que es mi vida?
James se levantó y se acercó a ella, exasperado. La sujetó por los hombros pero ella se soltó con firmeza.
-No iba a inmovilizarla, señorita Darwin -ironizó él, un tanto ofendido.
-¿Y cómo puedo estar segura? No sería la primera vez.
-Nunca tuve la intención de llegar tan lejos, Gaby. Si eso te tranquiliza, jamás volveré a ponerte un dedo encima.
-El problema no es ese. No quiero seguir trabajando contigo, ya no te respeto, ni como jefe, ni como hombre. Y donde no existe respeto, no hay confianza tampoco.
El la observó con cierta malicia, mientras encendía un cigarrillo.
-¿Ya no confías en mi, Gaby? ¿Acaso tienes miedo de que vuelva a la guerrilla? ¿Te preocupas tanto así con mi seguridad?
-Que vuelvas o no a la guerrilla es problema tuyo, no tengo nada que ver con eso... con tal que no necesites de mi ayuda.
El último comentario lo dejó furioso. Sus ojos echaban chispas cuando la miró con atención.
-¿Cómo tienes el coraje de decirme eso después de todo lo que compartimos en aquella habitación, en casa de Laremos, Gaby?
-Nuestros recuerdos de aquella habitación son muy diferentes, por lo visto. Los míos no son nada agradables y dudo que sea a esos a los que te refieres.
-Sabes muy bien que no.
-Entonces no hay nada más que recordar.
-Gaby, yo tenía mis motivos...
-Guárdatelos. Me doy cuenta que deseas olvidar lo que ocurrió en Guatemala. ¡Y yo también, pero no lo lograré si continúo trabajando aquí!
Fueron interrumpidos por el teléfono, el cual Gaby atendió. Se lo pasó, y salió, aprovechando la oportunidad de ir a almorzar a una cafetería cercana al despacho. Pidió apenas un almuerzo leve, pero tenía tan poco apetito que no pudo comerse ni la mitad del sándwich. La conversación le atormentaba el alma, dejándola con una
terrible sensación de fracaso. En el fondo, espera que él se disculpara por su comportamiento grosero y despectivo. ¡Qué tonta era! James no se arrepentía de ninguna de sus palabras, de ninguno de los gestos que había tenido en casa de Laremos. Sólo deseaba tenerla cerca debido a su eficiencia como profesional.
Si era competencia lo que James quería de ella, pues eso tendría... ¡y por poco tiempo! Con esa resolución, Gaby regresó al despacho una hora más tarde. J.D. no estaba, pero le había dejado un mensaje avisándole que había salido con un cliente y que ya no volvería a la oficina.
La ausencia de James le permitió a Gaby ponerse al día con todo el trabajo acumulado. Al mismo tiempo, las tareas del despacho no le permitieron pensar si James le habría mentido o no en el mensaje. Sólo cuando llegó a casa ese pensamiento la atormentó. ¡J.D. tenía una propensión tan especial para meterse en líos y ella se odiaba, por encima preocuparse por su seguridad!
A la mañana siguiente, tardó más tiempo aún con el maquillaje para disimular las ojeras debido a la noche de insomnio. Llegó al despacho con la firme resolución de encontrar otro empleo cuanto antes. Mientras cumplía sus tareas de rutina, buscaba alguna ocupación interesante en los anuncios clasificados del periódico.
Dick aprovechó la ausencia de James durante toda la mañana para organizar con ella la correspondencia acumulada aquellos días y así el ritmo forzado de sus actividades le impidió pensar en James. Y fue sin gran esfuerzo que lo saludó calmadamente cuando llegó, casi a la hora del almuerzo.
-¿Estuviste preocupada por mí? -quiso saber él, cuando le pasó el último mensaje.
Ella lo miró por encima de las gafas.
-¿Preocupada por qué?
James suspiró y entró en la oficina, cerrando la puerta con fuerza. Gaby se encogió de hombros y sacó el bolso de la gaveta. Tomaría un almuerzo rápido y se presentaría a algunas entrevistas de trabajo.
-Me voy a almorzar -avisó por el intercomunicador.
Ya se dirigía hacia la puerta, cuando James la llamó. Estaba de pie al lado de la puerta de la oficina, con aspecto inseguro y solitario.
-Almuerza conmigo -le pidió.
Ella le mostró el periódico con una sonrisa amigable.
-Hoy no puedo. Voy a presentarme a algunas entrevistas.
-No...
Gaby casi reconsideró todas sus decisiones al ver la expresión suplicante y desamparada de James. Pero moriría a los pocos días si continuaba allí, viéndolo todos los días, deseando con desesperación el amor que él jamás le daría. Se armó con todo su valor para reaccionar al impulso de abrazarlo.
-Tengo que irme. Es mejor así.
-¿Mejor para quién?
-¡Para ambos! ¡No soporto estar contigo en el mismo lugar ocho horas al día!
James palideció como si le hubieran dado una bofetada. Gaby se giró y salió sin decir una palabra. Sólo más tarde se le ocurrió que, seguramente, él había entendido su comentario de manera distorsionada. Había confundido con repudio lo que, en realidad, era amor.
Mejor así, pensó desolada. No valía la pena, arriesgar su esfuerzo en demostrar naturalidad delante de James. Si el llegaba a descubrir cuanto lo amaba, usaría todos sus artífices para retenerla. Después de todo, él reconocía en ella a una excelente secretaria, capaz hasta de adivinar sus deseos. ¡Y ella tendría que conformarse con sexo y gratitud, cuando sería capaz de entregarle de buen agrado hasta su propia vida! Era muy poco para alguien que lo amaba con locura. James nunca sería capaz de un afecto verdadero. Había aprendido a vivir sin vínculos con el futuro, sin planear el mañana. Cualquier relación más profunda le parecería una atadura que le robaría la libertad.
Marchal tenía razón: para J.D., soledad y libertad eran sinónimos. ¿Qué podía esperar de él sino amargura y desilusión? Era mejor romper los vínculos mientras eran recientes... o no tendría el valor de hacerlo.
Cuando regresó de almorzar, James ya había salido. Un buen entrenamiento para cuando ya no lo viera más, pensó con amargura. Una realidad dolorosa, pero, con el tiempo, se acostumbraría a la idea. En la corta relación con el James guerrillero, aprendió a superar el sufrimiento en beneficio de un bienestar duradero.
Durante el resto de la semana, J.D. mantuvo un comportamiento reservado. Sólo conversaba con Gaby sobre asuntos del bufete y, aun así, cuando era estrictamente necesario.
El viernes por la mañana, luego de dictarle la correspondencia del día, la miró fijamente con cierta preocupación.
-¿Ya recibiste alguna respuesta de las entrevistas para el nuevo empleo? -quiso saber, tras un momento de vacilación.
-El lunes me darán la respuesta acerca de un empleo como digitalizadora. Las otras entrevistas no dieron resultado.
James se mordió el labio, pensativo.
-No es tan fácil encontrar un buen empleo...
-Te agradezco la preocupación, pero no hay motivos para ello. De una manera u otra acabaré arreglándomelas.
-Lo que me preocupa es en qué forma...
-Discúlpame la franqueza, pero eso no es de tu incumbencia.
-¡Claro que lo es! Me desagrada ver a una persona talentosa como tú en un empleo muy por debajo de tus capacidades. ¡Vamos, quédate conmigo! Creo que... Si me das un tiempo, las cosas volverán a ser como antes.
-No empieces de nuevo, James. Así, sólo me pones las cosas más difíciles.
-Pensé que sería más fácil para ti salir por esa puerta y no volver a verme.
-Creo que me expresé mal. Yo no decidí salir de aquí, la verdad no tuve otra opción. Nuestra relación se ha puesto muy difícil y tiende a complicarse aún más.
James la observó por unos momentos, y luego esbozó una sonrisa irónica.
-¿Sólo porque no deseo un compromiso? Pensaba que estábamos de acuerdo al menos en ese punto. Después de todo, tú siempre has dejado bien en claro que no querías a un hombre interfiriendo en tu vida...
-Y así es, no lo quiero, al menos, no por el momento. Una relación no significa una prisión. Es un intercambio de experiencias, una comunión de ideas, una entrega mutua. Es así como yo veo una relación enriquecedora entre un hombre y una mujer. Y todo lo que ocurrió entre ambos sólo me confirmó que tú no tienes nada para ofrecerme, a no ser sexo y amargura. ¡No, James, muchas gracias! Tengo la vida entera para decepcionarme, no quiero comenzar tan temprano.
Él se levantó de la silla con un suspiro y caminó despacio hacia la ventana.
-En cierta forma, tienes razón, Gaby. Tuve una vida muy dura, siempre teniendo que luchar mucho por conseguir lo que quería. Nunca tuve una relación afectiva, a no ser con mi madre y con Martina. Pero ellas dependían de mí y yo me vi en la obligación de ser fuerte, a nunca demostrar mis sentimientos.
-¡Pero el afecto no es símbolo de debilidad!
-Ahora lo sé, pero es muy difícil cambiar de repente. Estuve bastante tiempo en las guerrillas y me acostumbré a ver el mundo de una manera muy cruda. Y cuando decidí abandonar aquella vida, pensé que lo más importante era la seguridad y el bienestar social. No quería necesitar de nuevo aquel tipo de trabajo para sobrevivir, ¿lo entiendes?
-Pero tampoco has podido alejarte de las emociones fuertes, ¿no es cierto? La prueba de eso está, en como llevas las investigaciones de tus casos... para ser sincera, voy a extrañar eso. ¡Este empleo puede haber sido de todo, menos aburrido!
-¡Entonces quédatelo! Si lo aceptas de nuevo, me sentiré menos culpable por las bestialidades que te hice en Guatemala.
Gaby se encogió de hombros con indiferencia.
-Lo siento mucho, pero no tengo nada que ver con tu sentimiento de culpa, J.D., no soy una santa como para redimir pecados. El mundo está lleno de secretarias competentes, una de ellas se adaptará a tu manera de trabajar, tal vez aún mejor que yo.
-Eso sería imposible, Gaby.
Ella soltó una carcajada, recordando las constantes quejas de James sobre su temperamento fuerte y voluntarioso.
-¿Qué dices, James? Soy yo, Gaby, ¿recuerdas? La refunfuñona, crítica, entrometida...
-Inteligente, compañera perspicaz, apabullante, admirable, ingeniosa y valiente -completó él, sonriéndole con ternura. -Soy tan idiota que aún no te he agradecido por haberme salvado la vida. Estaba demasiado ocupado tratando de entender por qué la vida de mercenario ya no me atraía.
-Eso es porque Martina jamás estuvo envuelta en tus aventuras. Las cosas se ven diferentes cuando estamos del lado más débil de la cuerda...
-Esa no fue la razón. Está claro que ver en peligro la vida de alguien a quien se ama fue un nuevo detalle en esta historia. Pero todos estos años como abogado me han enseñado muchas cosas. No puede haber justicia en una vida marginada, Gaby. Antes lo sabía de manera teórica, pero ahora, lo sentí en carne propia. El secuestro de Martina fue una sórdida venganza contra los errores que cometí en el pasado. Denver me atacó una vez porque le pareció que mi fama en el mercado estaba superando la suya. Y cuando salí del hospital, casi lo maté por ello. Después, empecé una vida respetable y enterré el pasado tan hondo que casi me convencí a mi mismo de que ya no existía.
-Pero tuviste buenos motivos para volverte mercenario.
-La mayoría de los criminales tienen buenos motivos para vivir al margen de la ley. A veces me pongo a pensar en qué sería del mundo si todos tuvieran la misma suerte que yo tuve de nunca ser arrestados... Sólo cuando comencé a ejercer como abogado, me di cuenta de que yo no era mejor que mis clientes. Yo también infringí la ley, haya sido por razones nobles o no... -Y, sacudiendo despacio la cabeza, añadió, áspero: -Entré a la facultad de derecho queriendo apenas tener una profesión y estatus social. Y encontré la mejor manera de liberarme de mi pasado de una manera digna y útil.
Gaby lo encaró, incrédula. Recordaba muy bien la expresión de James con la ropa de camuflaje. Todo él irradiaba un orgullo muy semejante al de un soldado con su uniforme, consciente del cumplimiento de su deber.
-No me diste esa impresión en Guatemala -comentó- muy por el contrario: parecías muy emocionado con el poder que una UZI y algunos C-4 te daban...
-Estaba compenetrado con la misión de salvar a mi hermana. Y, por si lo quieres sabes, estoy orgulloso de haberlo logrado.
-¿O no sería más bien que te sentías envanecido por tener el poder de la vida o la muerte de esas personas en tus manos' Tal vez esa sea la libertad que tanto buscas.
Gaby sonreía, la barbilla alzada en un suave desafío. Cuando James hizo alusión de contestar, se lo impidió con una ligera señal de la mano.
-No, no me respondas esa pregunta a mí, respóndetela a ti mismo... Ahora, tengo que mecanografiar estas cartas.
Gaby se levantó y caminaba hacia la puerta cuando J.D. la llamó.
-¿Me has estado evitando porque tienes miedo de mi? -quiso saber, muy serio. -No te culparía, después de todo lo que ocurrió...
-No te tengo miedo. Es sólo que no quiero que aquella escena tan lamentable se repita.
Abrió la puerta y salió de la oficina, sentándose delante de la máquina de escribir. James la siguió despacio y se sentó en un rincón del escritorio, mirándola con atención.
-Aún no hemos conversado sobre ese asunto, Gaby. Creo que necesitamos esclarecer ciertos puntos...
-No estoy de acuerdo, para mí la situación quedó clara por sí misma. Y, aunque fuera necesaria alguna explicación, no me gustaría oírla, ni aquí ni ahora. Necesito trabajar J.D.
-¡Muy buen pretexto has inventado para ocultar tu miedo!
-Piensa lo que quieras. La única opinión que me interesa por el momento es la de mi sustituta. No quiero que vaya diciendo por ahí que la ex secretaria de J.D. Brettman era una indisciplinada.
-¿Quieres parar son eso? ¡No creas que para mí es fácil hablar de aquel maldito incidente!
-Entonces, espera por lo menos a que termine de mecanografiar estas cartas. Si es que acaso tenemos algo para decirnos uno al otro. Por mí, ese asunto está cerrado.
-¡Las cartas pueden esperar! ¡No puedo dar ese asunto por terminado porque aún me incomoda! ¿Piensas que no me doy cuenta de cuánto me desprecias después de aquello? Tú no dices nada, pero está escrito en tus ojos.
Ciego, lo insultó mentalmente. Sólo alguien sin la mínima sensibilidad confundiría con desprecio el amor que colmaban sus ojos cuando él la miraba. Se volvió hacia él, sin esconder la impaciencia ante su insistente solicitud de atención.
-Está bien, J.D., de todas formas ya me desconcentraste... Entonces habla.
-Juro que no quería asustarte, Gaby. Estaba aterrado, tenso, fuera de la realidad...
-En primer lugar, tú no me asustaste, sólo me ofendiste. Y, además, si en verdad hubieras estado tan fuera de la realidad, no me habrías acusado de una manera tan fehaciente. Absurda, es verdad, pero muy bien pensada.
-Entré en pánico cuando te vi en medio del fuego cruzado... Yo no me encontraba en mi estado normal... ¿Recuerdas cómo fue aquella mañana del rescate?
¡Claro que lo recordaba! ¿Cómo olvidar la sensación intensa de los besos, las caricias de James provocándole la piel desnuda? ¡Gaby luchó con dificultad contra aquellos recuerdos, manteniendo una expresión impasible!
-Y cuando se está bajo presión es que se conoce la verdadera personalidad de alguien -afirmó, indiferente. -¡Y tú me trataste como a una persona de última categoría, una mujer trivial que arriesga la vida de un grupo de personas por simple vanidad!
-Lo que hice, no tiene perdón, lo sé -suspiró, resignado. -Arriesgaste tu vida para salvarme y yo...
-Por favor J.D., vamos a dejar esta conversación hasta aquí. Haz de cuenta que ese episodio de nuestras vidas no fue más que una pesadilla, ¿está bien? Necesito cumplir una semana más de preaviso y quiero hacerlo con el mínimo de resentimiento posible.
James la miró a la cara, una sombra de tristeza nublándole el rostro abatido.
-¿No quieres reconsiderarlo y almorzar conmigo hoy? -insistió. -No será nada personal, apenas una especie de despedida entre jefe y empleada. Después de todo, siempre nos llevamos bien durante dos años de relación laboral. No tiene sentido separarnos así, disgustados.
-Prefiero mantener esa relación nada personal, solamente aquí, en el despacho... Además, nos entendíamos mucho mejor cuando nos ajustábamos sólo al trabajo.
-Por lo visto, invadir el campamento de Denver fue mucho más fácil que derribar tus defensas, Gaby...
-Ya probé quedarme sin defensas cerca de ti y no me gustó la sensación. ¡No me pidas que repita la dosis!
James se levantó del escritorio y caminó despacio hacia su oficina. Ya había llegado a la puerta cuando se volvió, haciendo alusión de ir a decir algo. En cambio, bajó la cabeza, desanimado y entró, cerrando la puerta rápidamente tras de sí.
Gaby se volvió hacia su máquina de escribir, conteniendo las lágrimas con gran sacrificio. En aquel momento, había perdido a James para siempre.
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Serie Soldados De La Fortuna
RomansaSerie de soldados de la fortuna en un mismo libro todas las historias #1 Misterio pasado #2 unas locas vacaciones #3 enamorada #4 corazones secuestrados #5 un momento de locura #6 el último mercenario Ojo estas historias no son mías son de auto...