Capitulo 8
Joyce y Melissa entraron en un restaurante francés.
-estás muy callada. me dijiste que querías hablar conmigo -aclaró joyce
después de quince minutos.
-tengo un problema -melissa suspiró.
-¿quién no? -joyce sonrió.
-tienes razón. estoy a punto de hacer mi maleta e irme de chicago.
-en ese caso, soy toda oídos -joyce dejó el tenedor en la mesa. melissa dio un
sorbo a su taza de café.
-matthew es hijo de diego -aclaró-. el hijo que le aseguré haber perdido hace
cinco años, cuando lo abandoné.
-¿y crees que eso es un problema? -preguntó joyce de forma tajante.
-yo no sabía que estaba enterado de la verdad. al principio no quería a matt,
pero ahora son inseparables. suponía que empezaba a encariñarse con el niño, aun a
sabiendas de que era hijo de otro hombre. sin embargo, ayer encontré una copia del
acta de nacimiento de matthew en el cajón de su escritorio.
-si ya lo sabe las cosas mejorarán.
-de eso quiero hablarte -dijo melissa llena de angustia-. para mí era importante
que diego creyera en mí, sin pruebas de ninguna especie. pero ahora, no sé qué
pensar. y en los últimos días, diego actúa como si mi presencia le molestara. incluso
creo saber por qué. como ya sabe que matthew es su hijo, me odia por haberle hecho
creer que lo perdí.
-¿por qué lo engañaste?
-es una historia muy larga -melissa esbozó una sonrisa y bajó la vista-. tenía
motivos suficientes para mentirle. me despreciaba tanto, que estoy segura de que
me habría quitado al niño.
-tus razones debían ser muy poderosas -su interlocutora la miró con simpatía.
-oh, los dos cometimos errores -en sus ojos se adivinaba su sufrimiento-. pero
ahora que sabe que matt es su hijo, debe recriminarme haberlo privado durante
todos estos años de la compañía del niño. tengo miedo de que intente quitármelo.
-estás al borde de la histeria -la increpó joyce-. ; contrólate muchacha! ahora
no podrás escaparte. debes quedarte y luchar por tu hijo. piénsalo -añadió-. incluso
trata de reconquistar a tu marido se casó contigo, es porque le interesabas.
-jamás tuvo la intención de casarse conmigo. mi padre nos encontró en una
situación comprometida, que diego pensó que yo había planeado, y se vio obligado a
casarse conmigo. su familia y él trataron como una leprosa, y cuando descubrí mi
embarazo, no quise que mi hijo creciera en aquella atmósfera tan hostil. por eso le
dije había perdido al niño y lo abandoné.
-¿estás segura de que no te ama?
-diego fue un mercenario durante más tiempo que el resto del grupo. en una
ocasión, me aseguró que no creía en el amor y que era lujo que no se podía permitir.
me desea. sólo eso.
-tú y yo no tenemos suerte en el amor -admitió joyce-. yo trabajo con un
hombre que me odia y tú vives con otro que no te ama.
-tú también amas a apollo -señaló melissa.
-¿eso crees? -joyce sonrió, pero en sus ojos había tristeza.
-0h -melissa dejó su taza de café-. comprendo.
-actúo con él de esa manera para disimular mis verdaderos sentimientos.
mírame -hizo un puchero-. el es un hombre guapo, rico, y próspero. ¿por qué se
habría de fijar en una muchacha tan insignificante y poco atractiva como yo?
quisiera ser guapa, como tú.
-¿yo, guapa? -melissa se quedó desconcertada.
-¿estás enamorada de diego?
aunque era una pregunta difícil de contestar, melissa no solía mentir.
-siempre lo he estado -confesó-. creo que. siempre lo amaré.
-entonces, ¿por qué en lugar de pensar en abandonarlo, no tratas de
reconquistarlo? -sugirió joyce-. alejarte de él no te hizo feliz, ¿verdad?
-no. he sido muy desdichada. ¿pero cómo puedo vivir con un hombre que no me
quiere?
-puedes intentarlo. -¿no crees que vale la pena defender tu amor?
-¡oh, sí!
-entonces hazlo y deja de pensar en el pasado.
--no tengo experiencia en conquistar a un hombre -melissa frunció el ceño.
-yo tampoco. ¿y qué? -joyce se encogió de hombros-. podemos aprender juntas.
a melissa le encantó la posición de su amiga. a pesar de su nerviosismo, era
consciente de que diego la deseaba y eso le daba seguridad.
-podemos intentarlo. pero si las cosas salen mal... -titubeó melissa.
-confía en mí. tendrás éxito.
-tú también lo tendrás -melissa apretó los labios-. ¿sabías que yo trabajaba en
el departamento de compras de una tienda de ropa? creo que tengo buen gusto y sé
el atuendo que favorece a la gente. qué te parece si vamos juntas de compras. te
indicaré la ropa que debes usar.
-¿por qué? -joyce arqueó las cejas.
-porque con un poco de buena mano podrás convertirte en una chica
sensacional. estoy segura dé que llegará el día en que apollo suspire por ti y te
implore de rodillas que lo aceptes.
-la única forma en que apollo se pondrá de rodillas ante mí será dándole de
patadas -en el estómago -bromeó joyce.
-¡no seas pesimista! se supone que tú eres quien debe levantarme el ánimo. ¿qué
te parece si las dos seguimos los consejos que me diste?
-tienes razón. después de todo, no tenernos mucho que perder.
-¿estás de acuerdo con que el sábado pon la mañana salgamos de compras? tú
me llevas a las tiendas y yo te sugiero qué debes comprar.
-tengo un poco de dinero en mi cuenta de ahorros -murmuró joyce-. me parece
bien. lo haremos.
¡magnífico! -melissa saboreó su postre--. es increíble que ahora la comida me
parezca deliciosa.
-a mí también. pero si apollo me tira por, la ventana, tendrás problemas.
-no lo hará. sigue comiendo.
en la mente de melissa surgió un gran número de ideas. en realidad, nunca había
tratado de conquistar a diego. incluso en guatemala, jamás intentó desarrollar su
potencial. aunque carecía de experiencia, sus viajes y la cercanía de las mujeres
expertas en atraer a los hombres, le habían enseñado el camino a seguir. estaba
dispuesta a reconquistar a su esposo a cualquier precio. joyce tenía razón. alejarse
de él sólo había servido para complicar las cosas y en esta ocasión estaba decidida a
luchar.
melissa compró un juego para ejercitar la memoria a matthew, y cuando diego
volvió a la casa esa noche, la encontró sentada en la alfombra junto a su hijo. la
joven estaba muy atractiva con un ajustado jersey y unos vaqueros. diego se detuvo
en el dintel de la puerta, y al verlo, su esposa adoptó una pose seductora.
-buenas noches, señor laremos -murmuró-. matthew tiene un: nuevo juego.
-me acuerdo de dónde está la manzana -gritó matthew con entusiasmo,
levantándose para abrazar a su padre.
-es un chico muy inteligente -comentó diego al contemplar un montón de cartas
con imágenes coincidentes que estaban junto al niño.
-su mente es muy ágil -observó melissa-. y además, modesto.
-yo sé todo -aseguró matthew con inocencia-. ¿quieres jugar con nosotros,
papá?
-después de cenar, niño. voy a cambiarme de ropa y hacer una llamada
telefónica.
-¡está bien! -el niño se dispuso a dar vuelta a las cartas.
-sólo dos -indicó melissa-. no se vale ver todas.
-sí, mami.
melissa observó que diego no le quitaba la vista del amplio escote del jersey,
debajo del cual no llevaba nada.
-¿pasa algo, diego?
-no. discúlpame -se dio la vuelta y se dirigió a su habitación.
melissa sonrió con malicia.
la cena fue más agitada que de costumbre. la señora albright bajó al niño al
vestíbulo para presentarle a su hija y nieto que acababan de volver de un viaje por la
república mexicana y le habían comprado un regalo.
-ah -sonrió diego-. esos juguetes son muy populares en la tierra de tu madre y
en la mía. ¿verdad querida? todavía recuerdo que de niño me encantaba jugar con
ellos.
-donde tu papá y yo vivíamos, no había tiendas de juguetes -melissa informó a
su hijo-. estábamos en el campo, cerca de un volcán y rodeados de ruinas mayas -se
sonrojó al recordar una ruina en particular.
-sí -intervino diego-. las ruinas eran... impresionantes.
-cinco años -miró a diego con elocuencia-. algunas veces me parecen días.
-para mí no -diego reaccionó con aspereza y clavó la vista en la taza de café-.
fue terrible vivir en aquella época tan difícil.
matthew quería jugar, pero melissa le indicó que primero cenara.
-¿pensaste alguna vez en buscarme? -preguntó de forma inespetada..
aunque comprendía las razones de melissa para actuar de esa forma, cada día
lamentaba más no haber estado cerca de su hijo durante esos años para ser testigo
de sus primeras palabras, sus primeros pasos, su primer diente y todas esas cosas
inolvidables para los padres.
melissa suspiró con tristeza al recordar cuánto había extrañado a diego el día
que nació matthew. pero era evidente que él no la quería: después de casarse las
cosas empeoraron e incluso después de su caída aquella noche lluviosa, su actitud fue
de absoluta indiferencia.
-en una ocasión lo pensé -le confesó con timidez. estaba segura de que él le
reprocharía haberlo privado de sus legítimos. derechos como padre-. sin embargo, tú
te habías esforzado demasiado por hacerme comprender que en tu vida no había
lugar para mí y que te habías, casado conmigo para evitar mayores desgracias a tu
familia.
-¿jamás pensaste en la posibilidad de que yo estuviera arrepentido melissa?
-no -contestó con franqueza-. decidí salir adelante por mí misma -bajó la
mirada-, y cuidar sola a matt.
-supongo que cuando él nació las cosas empeoraron -trató de obligarla a hablar.
-tuve problemas -murmuró-. tuvieron ,que hacerme una cesárea.
-dios mío -diego sintió un nudo en la garganta-. y sin contar con ninguna ayuda.
-tuve suerte -miró a su hijo con ternura-. mis vecinos se portaron muy bien al
igual que la empresa donde trabajaba. mi jefe se encargó de que el seguro pagara
todos los gastos e incluso me concedió un adelanto sobre mi sueldo, para que
pudiéramos comer.
diego apretó la taza con tal fuerza, que estuvo apunto de romperla. melissa
había tenido que enfrentarse sola a la situación. si él no hubiera sido tan cruel con
ella, habrían compartido los momentos difíciles.
--pude salir adelante, diego -mintió, al ver el dolor reflejado en la cara de su
esposo-. de verdad. y matt fue el niño más dulce...
-tengo que hacer, unas llamadas -la interrumpió con brusquedad-. discúlpame.
melissa sintió .pena por él y comprendió que no estar presente en el nacimiento
de su hijo, lo había destrozado. aunque se sentía culpable, ahora ya no había nada
que hacer.
diego entró, en su estudio y se apoyó en la puerta. la angustia de saber que ella
había sufrido tanto por su culpa, no lo dejaba vivir. si pudiera hablar con ella y
confesarle cuánto significaban los dos para él. en algunas ocasiones había dudado de
su capacidad para sentir ninguna emoción. su pasado había sido tan violento, que no
existía lugar para la ternura. hasta ahora empezaba a comprender que siempre estuvo
equivocado, y que la cercanía de melissa y de su hijo era lo más preciado para
él. cada vez le resultaba más difícil ocultar la atracción que sentía por su esposa.
ahora ya no se trataba de algo meramente físico, como en guatemala. ella
representaba algo más profundo. la actitud d e melissa había cambiado. su
resentimiento inicial había dado paso al afecto y a la malicia femenina.
quizá aquella era una manera de agradecer las atenciones que ambos habían
recibido de él, además de un hogar y la tranquilidad necesaria para recuperarse.
¿era sólo gratitud o había algo más?
tal vez fuera demasiado pronto. ella no confiaba en él lo suficiente para decirle
la verdad sobre matthew. daría tiempo al tiempo.
melissa volvió a la sala con su hijo. unos minutos después, diego entró. se había
quitado la chaqueta y la corbata y enrollado las mangas de su camisa blanca. melissa
miró con disimulo el vello que cubría los morenos músculos.
al notar la sensual mirada de su esposa, diego se sintió feliz. ninguna mujer lo
había hecho sentirse tan varonil como melissa. su mirada lo hacía estremecer de
placer y era evidente que su esposa lo deseaba tanto como él a ella.
-¡juega con nosotros, papá! -gritó matthew.
-te dejaremos sitio -melissa sonrió insinuante.
-estaré sólo un momento -diego no pudo negarse. se quitó los zapatos para
tumbarse boca abajo junto a melissa, quien aspiró su deliciosa y varonil fragancia-.
¿cómo se juega esto?
después de darle una breve explicación, observaron que diego daba vuelta a
dos cartas que casaban. matthew rió y melissa lanzó un grito de júbilo.
-desde la puerta he aprendido a jugar -diego guiñó un ojo a melissa-. no sólo a
las cartas sino... -miró su bien formado trasero que los ajustados vaqueros hacían
resaltar-, también otras cosas.
-lascivo -susurró, divertida.
ese comentario sorprendió agradablemente a diego, quien clavó la mirada en la
sensual boca de la muchacha antes de inclinarse para besarla con suavidad.
-el papá y la mamá de bobby se besaban así, pero bobby me dijo que su mamá
besaba a su papá todo el tiempo.
-tú mamá no me besa casi nunca, niño -diego rió entre dientes-. está demasiado
débil por el accidente.
-matt, ¿quieres ir a la cocina y traerme un refresco? -en la mirada de melissa
se reflejaba una cierta malicia.
-¡está bien!
-¿te parece que estoy muy débil para besarte? -preguntó, deleitándose con el
desconcierto de su mirada.
melissa se volvió hacia él y lo empujó sobre la alfombra con suavidad. diego rió
entre dientes, sin ocultar su felicidad, cuando su esposa se inclinó sobre él y lo besó
con tal fervor que lo hizo emitir un gemido, antes de abrazarla con fuerza.
-estoy muy débil, ¿verdad? -murmuró melissa en sus varoniles labios.
diego le acarició su pelo suave y ondulado y se apoderó de la boca de melissa
con brusquedad. ella sintió el ritmo acelerado del corazón de su esposo contra sus
senos cuando echó los brazos alrededor de su cuello sin dejar de besarlo. el dulce
contacto hizo que su sangre circulara con mayor rapidez. diego levantó la cabeza con
brusquedad, y las miradas de ambos se encontraron.
¡cuidado! -murmuró diego-. no tientes al destino.
-no se trata del destino -susurró indecisa-. sino de ti -melissa metió la mano
debajo de su camisa para acariciar el negro vello que cubría sus músculos. el cuerpo
de diego se puso tenso y ella suspiró satisfecha-. si no quieres que te asalte,
abróchate la camisa.
diego rió, desconcertado, ante la conducta de su esposa.
-dios, ¿en dónde ha quedado mi tímida orquídea de la selva?
-ha venido -lo miró de frente-. ¿te molesta?...
-no -tomó la mano de la muchacha para presionarla sobre su pecho-. haz lo que
quieras, pequeña, siempre y cuando estés dispuesta a aceptar las consecuencias de
tus acciones.
-comprendo -lo miró con expresión seductora.
mientras hablaba, melissa apretó la palma de la mano de su esposo contra el
escote de su jersey.
al acariciar la suave piel de sus senos, diego suspiró.
-¿es esto premeditado? -preguntó con aspereza.
-oh, sí -confesó apoyando la cabeza sobre el hombro de su marido-. diego...
-no. aquí no --suplicó apartando las manos.
-¿no te intereso? -se atrevió a preguntar melissa.
-no seas tonta. me interesas demasiado. pero este no es un juego al que
podamos jugar ahora.
melissa aclaró su garganta, al darse cuenta dónde se encontraban.
-sí. tienes razón -sonrió mientras evadía la mirada de su esposo. en ese
momento, matt entró con el refresco para su madre quien después de darle las
gracias, continuó jugando.
diego los observaba, sin tomar parte. miraba a melissa con ternura y
sensualidad al mismo tiempo, y no le quitó los ojos de encima durante el resto de la
velada. mas su actitud demostraba que de alguna manera adivinaba las razones de la
reciente pasión de su esposa para quien él era casi un extraño.
después de acostar a matthew, melissa evadió las miradas de diego, aunque
cada vez que se acercaba a ella, sentía que las piernas le temblaban. le habría
gustado preguntarle si su descaro le había molestado, pero su timidez se lo impidió.
mientras diego daba las buenas noches a su hijo, melissa entró en su propia
habitación y la cerró con llave por primera vez desde que llegaron al apartamento y
no respiró tranquila hasta que no oyó los pasos de diego bajando por la escalera.
al sábado siguiente, melissa y joyce dedicaron todo el día a comprar ropa e ir
al salón de belleza. los colores que aquélla le sugirió a ésta eran atrevidos y
extravagantes, para hacer resaltar su escultural cuerpo y su impecable cutis.
-estos son vestidos muy provocativos -comentó joyce mientras se probaba un
vestido sin espalda y demasiado entallado.
-lo único que necesitas es un poco de confianza en ti misma. estos vestidos te
la darán. trata de caminar con la sensualidad de un gato -le sugirió melissa.
joyce rió presa del nerviosismo, pero una vez que se miró en el espejo de
cuerpo entero de la boutique, pestañeó y su respiración se interrumpió. era como si
hubiera vuelto a nacer. comenzó a andar y poco a poco adquirió la gracia de las
mujeres indígenas del oeste.
-¡muy bien! -melissa aplaudió con entusiasmo-. esto es exactamente lo que
esperaba. tu atractivo natural estaba oculto en la ropa suelta y monótona que te
ponías. tienes un cuerpo precioso. ¡lúcelo!
joyce se sentía feliz. se probó otro vestido y un turbante y se quedó atónita al
verse en el espejo.
-no puedo creerlo -murmuró.
-pues eres tú misma -melissa sonrió-. ven. ahora ya tienes la ropa adecuada,
pero nos falta completar el resto de tu imagen.
llevó a joyce a una peluquería y le hicieron un corte moderno que la
rejuveneció. joyce parecía una pintura de líneas suaves y curvas graciosas.
-sólo nos falta una cosa -murmuró melissa y la acompañó al departamento de
cosméticos.
un experto maquillador la instruyó sobre la mezcla especial de polvos que debía
aplicar a su rostro, así como el tono de la barra de labios, sombra de ojos y colorete
para resaltar su hermosa piel.
-esa no soy yo -comentó, una vez que el maquillador concluyó su trabajo.
-pobre apollo -melissa esbozó una sonrisa.
-¿crees eso? -joyce sintió que el corazón le daba un vuelco.
-estoy segura -contestó melissa-. vamos a comprar mi ropa y después
pensaremos en el menú para la fiesta que daremos el lunes por la noche. te aconsejo
que hasta entonces no uses tu ropa nueva ni tu maquillaje seductor. esto tiene que
ser una verdadera sorpresa.
-está bien. ¡me muero de ganas porque llegue el lunes!
-¡ya somos dos! -exclamó melissa.
melissa aún tenía un poco de dinero en su propia cuenta bancaria
y decido comprarse algo de ropa. también se puso en las expertas manos del
peluquero y del maquillador. temblaba de emoción y de miedo, porque diego ya no era
el hombre sencillo que había conocido en guatemala. ahora era más maduro, y su
experiencia la intimidaba. debía armarse de valor, ya que diego parecía decidido a no
tomar la iniciativa.
cuando joyce y melissa volvieron al apartamento, ésta cojeaba un poco.
-has andado demasiado --gimió joyce-. ¡oh, ojalá que no tengas una recaída!
-la pierna está un poco hinchada -comentó melissa-. ¡pero nos hemos divertido
tanto! no inicies tu ataque hasta la semana próxima. no vayas a la oficina con la ropa
que te has comprado.
-no me gustaría que apollo sufriera una crisis nerviosa -le prometió su amiga-.
melissa, no sé cómo darte las gracias.
-¿para qué somos los amigos? tú me levantaste el ánimo con tus palabras. lo
menos que puedo hacer es ayudarte un poco. estás preciosa.
-espero que ese salvaje de la oficina piense lo mismo.
-todo saldrá bien. acuérdate de mí. buenas noches.
melissa entró en el apartamento. como era el día de salida de la señora
albright, fue una sorpresa encontrar a diego y al niño en la cocina, de la cual salía un
aroma delicioso.
diego tenía puesto el delantal de la señora bright encima de los pantalones y el
pequeño matthew ayudaba a partir una lechuga para la ensalada.
-¿qué hacen? -preguntó melissa, después de dejar sus bultos sobre el sofá de
la sala.
-estábamos preparando la cena, querida -diego sonrió-. nuestro hijo va a
preparar una ensalada de corazones de lechuga y yo empanadas chilenas. ¿se
divirtieron joyce y tú?
-muchísimo. por dios, ¿qué no puedo ayudarlos en algo?
-por supuesto. pon la mesa, por favor. y deja de molestar a los cocineros
-añadió con una mirada maliciosa.
melissa se acercó a diego e impulsivamente lo besó en la mejilla.
-eres un encanto, diego. ¿puedo invitar a los van meer, a los brettman, a apollo
y a joyce a cenar el lunes por la noche?
diego respiraba con dificultad por la cercanía de su esposa y el inesperado
beso.
-pequeña, puedes invitar a todos los miembros del equipo de lucha libre, si este
cambio en ti es permanente.
-¿crees que he cambiado? -preguntó mientras lo abrazaba.
-más de lo que supones. ¿cómo está tu pierna?
-todavía un poco dura.
-papi, algo se está quemando -señaló matthew. diego corrió hacia la sartén.
-creo que mejor será que prepare el chile porque, de lo contrario moriremos de
hambre. también el postre tendrá que esperar -propuso diego.
-como diga, señor -melissa colocó los platos y cubiertos sobre la mesa.
la cena estaba deliciosa y trajo a la muchacha dulces recuerdos de guatemala y
su cocina picante. diego y ella hablaron del trabajo, de las compras y de lo mucho que
matthew había disfrutado de su visita al zoológico. por primera vez, no surgieron
discusiones.
después de que el pequeño se acostó, melissa se acurrucó en el sofá para ver la
televisión mientras diego estudiaba unos papeles.
-esto es nuevo para mí -murmuró, mientras escribía notas- . sin embargo, me
gusta trabajar en la empresa de apollo y enseñar a los hombres de negocios la forma
de defenderse del terrorismo.
-supongo que todo esto es confidencial -se atrevió a comentar.
-desde luego -rió entre dientes-. de otra forma, ¿qué sentido tendría enseñar
técnicas para sobrevivir?
-diego... ¿cuál es tu opinión sobre los sentimientos de apollo hacia joyce?
-no puedo contestarte -le dirigió una mirada comprensiva- los secretos de
apollo son sagrados para mí.
insistencia-, como cuando me negué a llevarte a la plaza de toros conmigo. ¿te
acuerdas, querida? no me dirigiste la palabra durante varios días.
-en aquella época hubiera ido contigo hasta la cueva de un encantador de
serpientes -confesó-. te adoraba.
-lo sabía. por ese motivo, siempre tuve cuidado de mantenerme
a distancia. todo iba bien hasta que las guerrillas nos obligaron a escondernos
en las ruinas mayas. perdí la cabeza y di rienda suelta a un deseo que me había
atormentado durante largo tiempo.
-y pagaste el precio -añadió.
-el precio que tú pagaste fue más alto que el mío. no quise faltarte al respeto.
me resultó difícil reconocer que mi falta de control me había arrojado al precipicio.
jamás debí culparte de lo sucedido.
-sin embargo, antes que sucediera aquello fuimos felices, a pesar de que nunca
me quisiste.
-en una ocasión te dije que mis emociones estaba enterradas en lo más
profundo de mí ser.
-sí. lo recuerdo. no debes preocuparte, diego -su voz reflejaba su tristeza-. sé
que no tienes nada que ofrecerme, y yo tampoco espero nada de ti. me conformo con
un techo donde vivir y la oportunidad de estar al lado de mi hijo sin tener que acudir
a la beneficencia -sus ojos grises se detuvieron en la cara endurecida de su esposo-.
sin embargo, estoy dispuesta a buscar un trabajo.
-¿acaso te he pedido que hagas ese sacrificio? -preguntó, sin dejar de mirarla.
-no he sabido recompensarte, ¿verdad? -musitó-. sólo representamos para ti
dos bocas adicionales que mantener y recuerdos amargos del pasado.
diego se puso de pie y la miró con ira.
-levantas barreras, cuando lo único que yo deseo es quitarlas. aún podernos ser
felices, querida.. pero antes de intentarlo, tienes que aprender a confiar en mí.
-tener confianza en ti, es difícil -replicó, sin dejar de mirarlo-. en una ocasión
me traicionaste.
-sí. ¿acaso no hiciste tú lo mismo con el padre de matthew?
melissa no pudo hablar. le volvió la espalda y abandonó el salón llena de rabia.
ambos se alejaron cada día más, y a pesar de sus esfuerzos, no había podido
reconquistar a diego.
quizá la fiesta que planeaba abriera nuevas puertas. mientras tanto, se
encomendó a dios. era evidente que diego estaba interesado en ella. si no, ¿por qué
habría de importarle el pasado? ese pensamiento le produjo algo de alivio.
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Serie Soldados De La Fortuna
RomanceSerie de soldados de la fortuna en un mismo libro todas las historias #1 Misterio pasado #2 unas locas vacaciones #3 enamorada #4 corazones secuestrados #5 un momento de locura #6 el último mercenario Ojo estas historias no son mías son de auto...