Capítulo 3 | El cromatismo del viento

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Una suave brisa rozaba su rostro y transportaba el dulce aroma de las flores de las Planicies Doradas. El Valle de Dragan se sumía en una quietud sospechosa y el sonido del río Tlyt atravesaba la noche de Ianea. Nur abrió los ojos exaltada y se incorporó rápidamente colocando ambas manos en su pecho, a su lado, Enya la observaba con ojos curiosos.

—Los Rahok son de buen dormir —se rió.

—¿Qué ha sucedido Enya? —preguntó la joven, incorporándose y observando confusa a su alrededor.

Enya se acercó a ella moviendo ambas colas y mirando hacia el monte Thoren le transmitió.

—Lo último que recuerdo fue que estábamos escapando de aquellas sombras dentro de las cavernas más profundas del monte. Luego todo se torna confuso, oscuridad, una densa oscuridad y la suave voz de un muchacho acuden a mi mente. Después de eso desperté aquí sobre la hierba, no recuerdo nada más —explicó, lamiéndose la pata derecha.

Nur recordaba vagamente aquellos sucesos, todo parecía formar parte de un sueño, una fantasía producida por su mente. Al intentar ahondar aún más en sus recuerdos un sentimiento de terror inundó su corazón y recordó la presión de las tinieblas que la iban consumiendo poco a poco. Aterrada, movió los brazos intentando alejar aquella visión. No había sido un sueño, aquello había sucedido y la voz de aquel misterioso joven sonaba como un eco lejano en su cabeza.

Todo parecía demasiado tranquilo, en el firmamento, Behmir se ocultaba dando lugar a la aparición de Cypros. Esto producía en el cielo un espectáculo único conocido entre los Rahok como "el cromatismo del viento". Los árboles danzaban a la par de la melodía del viento y levantaban sus ramas venerando la unión de ambos soles. La tenue luz combinada de los dos astros provocaba una ligera ilusión óptica que daba al viento diferentes colores, simulando las auroras boreales del planeta Tierra.

Ambas observaron obnubiladas aquella ceremonia cuando un extraño dolor recorrió el cuerpo de Nur, intensificándose detrás de sus ojos. La joven se tapó la cara con sus manos intentando mitigar aquella sensación. Enya, advirtiendo lo que le sucedía a su amiga, se colocó junto a ella y con un ligero rugido alejó la oscuridad que iba envolviendo a Nur.

—Esto es muy extraño, Nur —dijo Enya lamiendo el brazo de su compañera.

—No sé qué está sucediendo, pero estoy segura que no es nada bueno —respondió Nur, recobrando la compostura mientras acariciaba la melena de Enya.

El crujido de la hierba llamó la atención de la criatura, quien aguzando su vista pudo observar a escasos metros de distancia una figura que se retorcía en el suelo. Joven y felino se miraron y avanzaron sigilosamente para vislumbrar más de cerca aquel ser.

—Es un muchacho, y parece que está sufriendo —transmitió Enya.

—Así parece, no nos acerquemos más, tengo un mal presentimiento sobre esto —añadió Nur.

Al cabo de un rato, el misterioso joven se incorporó y Nur sintió una misteriosa sensación que le atravesó el cuerpo. El muchacho se dio la vuelta y se quedó mirándola con cara de sorpresa. Aunque a decir verdad, la causa de su asombro era la majestuosa criatura que estaba parada junto a Nur.

Al joven se lo veía indeciso, sin saber qué hacer. Llevaba encima una vestimenta que Nur no había visto en su vida, pero lo que más llamó la atención de Nur era el cabello blanco y sus ojos color turquesa, era igual a ella en ese sentido, salvo que no tenía las runas de nacimiento que tenía la joven en el rostro.

El muchacho se puso una mano en la cabeza y alzó la otra en forma de saludo, pero por alguna razón desconocida, esa actitud provocó en Nur una sensación de peligro, animándola a tomar su arco y hacer zumbar con una rapidez inhumana una flecha en dirección al joven que atravesó su brazo izquierdo, obligándolo a caer al suelo inconsciente.

Las crónicas de Iaena: El legado de Nyëthan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora