Las crónicas de Iaena: El legado de Nyëthan

Capítulo 6 | El principio del fin

Zadok se asomaba por el este, ofreciendo los primeros rayos de luz que comenzaban a bañar el linde del Monte Thoren. El sol aún no brillaba con todo su esplendor, por lo que todavía quedaban vestigios de algunas estrellas que se aventuraban más allá de la noche. Este espectáculo ofrecía una vista de un cielo tornasolado, acompañado de ligeras estrellas fugaces que viajaban alegremente llevando sobre sí el peso de miles de deseos llenos de esperanza.

Nur disfrutaba de cada uno de los pequeños detalles que el planeta ofrecía. Los Rahok eran criaturas que eran capaces de conectar con su entorno con suma facilidad. Podían sentir lo que su Madre Iaena experimentaba y vivían en armonía con todo ser o planta que habitara el mundo. Nur siempre había sido diferente, podía percibir al igual que el resto los deseos de su Madre, pero ella notaba que tenía una conexión mucho más profunda que cualquier otro Rahok. Disfrutaba apreciar el primer aleteo de un Kudú al salir del cascarón, se conmovía al entender cómo los peces disfrutaban de las corrientes nocturnas del río Nunob. Se entristecía cada vez que a una criatura le era arrebatado el último suspiro de vida sin una razón justa.

Nur sabía que algo extraño estaba sucediendo en su querida Iaena. Desde que acontecieron todos los sucesos que se fueron desencadenando, había ido desapareciendo poco a poco su capacidad de percibir todo aquello que la rodeaba, algo estaba interfiriendo y debía descubrir que era. En su mente todo parecía ser una tarea más o menos sencilla, pero había varios interrogantes que no expresaban una respuesta lógica. Su encuentro con aquel enigmático muchacho y la aparición de aquel libro en el lugar donde habitaba su tribu no dejaban de dar vueltas en su cabeza, y por mucho que intentara, no encontraba explicación alguna a esos hechos.

Apretó contra su pecho la bolsa donde había guardado el pesado libro y posó su mirada en el muchacho. Había recobrado la conciencia momentos antes de abandonar las cuevas del monte, pero no había articulado palabra alguna. Tan solo se limitaba a observar con ojos curiosos a su alrededor. Nur notaba que algo en su mirada había cambiado, no tenía la misma expresión de hace unas horas, cuando había decidido atacarlo sin pensar. Pese a eso, cada vez que sus ojos se cruzaban con los de ella, una extraña sensación recorría su cuerpo. No la miraba con odio o desdén, sino que su mirada transmitía una bondad que pocas veces Nur había presenciado a lo largo de su corta vida.

No se dedicaba solamente a mirarla a ella. Todo lo que le rodeaba parecía fascinar al joven, que con ojos de niño observaba cada minúsculo detalle como si se tratara la primera vez. La expresión del muchacho la trasladaba a su infancia, cuando su padre enseñaba a la pequeña de la profecía la importancia de valorar la vida que los rodea, por más pequeña e insignificante que parezca. Una lágrima rodó por su mejilla al recordar aquellos momentos de inocencia.

—Estás llorando, ¿te encuentras bien? —dijo el muchacho sacándola de sus pensamientos.

—No es nada, era una lágrima de felicidad y nostalgia —respondió Nur, secándose los ojos y volteando la cara.

—Entiendo —declaró el joven, pareciendo no querer alargar más la conversación.

Nur entendía que el muchacho no sabía que más decir o hacer pero, ¿quién lo sabría? Estaba frente a una persona que lo había atacado y luego atado como si de un prisionero de guerra se tratase. Al pensar en ello Nur no podía evitar sentirse abatida, había actuado mal pero aún así le costaba reconocerlo.

Dejando a un lado su orgullo, se levantó y se acercó al Arroyo Encantado que corría cerca de donde se encontraban. Se quitó la capa y haciendo una reverencia colocó un poco del líquido cristalino en una hoja que había ahuecado en su mano. Se aproximó dubitativamente a Will y se la ofreció.

—Bebe un poco, te hará bien —sugirió mientras acercaba las manos al rostro del muchacho.

—Muchas gracias —contestó el joven bebiendo el agua de un solo sorbo.