Una profunda agonía recorría su cuerpo. Se encontraba allí, tendida de rodillas con las manos sobre su regazo observando la tapa de aquel enigmático libro, sin comprender del todo la situación. A lo lejos, Enya la contemplaba con una mirada triste, dado que era capaz de percibir a la perfección la conmoción de su amiga. Aquellos sentimientos se arremolinaban en su ser y la llenaban de un vacío que usurpaba su noble corazón.
A su alrededor, el tenue rumor del viento se filtraba por las comisuras de las rocas y hacía danzar las hojas caídas de un viejo fresno que se alzaba de manera majestuosa. Los Fihjir, unas diminutas criaturas que habitaban las profundidades, extraían la humedad de las paredes de la caverna y la ofrecían como tributo a las plantas que allí moraban. La flora alegre dispersaba en el ambiente un rocío de tonalidades diferentes que favorecía la formación de un pequeño arcoíris en el sitio iluminado por un fino haz de luz.
Una brisa se elevó de forma repentina transportando pequeños pétalos de flores celestes, que formaban ligeramente un torbellino en el interior de la cueva. Enya notó como aquella vorágine se colocaba en torno a Nur y comenzaba a bailar alrededor de su cuerpo, rodeándola por completo. La joven vislumbraba con lágrimas en los ojos aquella escena, preguntándose qué clase de magia permitía a las flores danzar de esa forma al compás del viento.
El torbellino se alejó de la muchacha para desaparecer con un estrépito al pie del enorme fresno, dando lugar a la aparición de una extraña figura encapuchada que se quedó mirando a Nur sin pronunciar palabra alguna. Enya actuó por instinto y se colocó entre la niña y aquel enigmático ser, dejando a Will apoyado contra la pared más alejada de la caverna.
Nur se incorporó lentamente, vislumbrando la aparición tratando de averiguar quién o qué era. Tenía el cuerpo entero cubierto por una extensa capa color negro, desgastada a causa del paso del tiempo, se apoyaba en un deteriorado bastón de madera y lo único que se podía ver de aquel ser eran sus ojos, unos ojos rojos y amarillos que relucían a través de la densa oscuridad de su capa.
—¿Quién eres? —preguntó Nur luego de un rato.
La criatura se mantuvo en silencio, balanceándose lentamente y produciendo un leve siseo que ponía a Nur los pelos de punta. Elevó el bastón y lo golpeó contra el suelo provocando una luz azulada que se extendió por todo la caverna.
—Mi nombre es Niril, no soy nadie y a la vez soy alguien —pronunció con una voz profunda y ancestral—. Soy el que viaja por la penumbra, vigilando los sucesos del tiempo y aconsejando a aquellos que se pierden y desvían de su camino.
Nur acariciaba el pelaje de Enya tranquilizándola, mientras procesaba lo que acababa de decir aquella entidad.
—No necesito consejo alguno, no te hemos llamado aquí —manifestó Nur un tanto enojada.
—Pues claro que no me han llamado y veo que tienes todo bajo control —replicó Niril, con un tono sarcástico y observando el libro ubicado cerca de donde estaba parada Nur.
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Las crónicas de Iaena: El legado de Nyëthan
FantasiaTodo se sume en una profunda oscuridad a medida que las Sombras de Goluhr avanzan sin piedad a través del vasto universo, devorando las ilusiones y esperanzas de todo lo visiblemente conocido y dejando tras de sí un paisaje que inspira terror en el...