CAPITULO 1: La nueva vida.

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Un día más en esta dichosa casa.

Era una locura el día a día, ya era suficiente malo vivir cuatro personas aquí como para que me despertasen a voz en grito.

El sol comenzaba a colarse por las persianas, se me había olvidado la noche anterior cerrarlas a cal y canto.

- ¡Despierta o llegarás tarde! - gritaban al otro lado de la puerta.

Ya se escuchaba desde todos los rincones, el estruendo de una casa despierta.

Eso sólo significaba que eran las siete de la mañana.

Odiaba los lunes y más cuando me despertaban así, ¿No lo podía hacer de una manera más delicada?

- ¡Si no sales en cinco minutos te sacaré yo mismo, enana!

Efectivamente, ya nadie dormía, se habían levantado todos.

Primero comencemos con las presentaciones. Mi nombre es Alejandra García, tengo diecinueve años y hace poco nos trasladamos a Madrid, vivo en un chalet a las afueras de Madrid, una zona residencial tranquila, conocida más cotidianamente como la Moraleja.

Mi habitación, en donde aún me encontraba tirada en mi cómoda cama, era la mejor de toda la casa, ¿Qué por qué? Fácil, vivía en el ático, era espacioso, más grande que el resto y lo que más adoraba ¡Tenía baño propio! Algo de lo cual me alegraba de una manera extrema, no tener que compartir cuarto de baño, no esperar para poder pasar… y un sin fin de cosas más, que para mí sólo eran desventajas. Y porque estaba diciendo todo esto, fácil, vivo con mis cuatro hermanos desde que mis padres por cuestiones de trabajo estaban en el extranjero, la cadena de hoteles de la que eran propietarios a penas les dejaba tiempo, por lo que sólo los veíamos un par de días al mes, después ellos vuelven a su rutina, y nosotros al olvido.

- ¡Enana o bajas o no desayunas!-la voz proveniente del primer piso era mi último aviso.

Definitivamente hoy no me podía quedar en la cama, por lo que me levanté como un resorte mientras iba mascullando maldiciones. Aún no comprendía, ¿donde habían quedado los meses de verano?, había llegado demasiado pronto septiembre y con ello la rutina.

Sólo recordar mis vacaciones en Miami, hacía que deseara quedarme cada vez más en la cama, pero no podía hacerlo o el escuadrón vendría en mi búsqueda.

- ¡Ya va!-grité esta vez yo bastante malhumorada.

Fui directa al baño que se encontraba justo enfrente de mi enorme cama de matrimonio, otra ventaja de tener el ático. Me duché sin perder mucho tiempo y tras secarme el pelo, decidí dejarlo suelto. Me paré enfrente del armario con nada más que la toalla de la ducha envuelta alrededor mi cuerpo, sin más saqué el primer conjunto que vi, vaqueros, camiseta y una sudadera gris ancha, de mi hermano Tony.

Antonio, o Tony como nos gustaba llamar a mi hermano, era el tercer hermano mayor, de veinticinco años, tenía el pelo marrón con reflejos rubios, de hecho era el que más se parecía a mí.

Dejé la cama sin hacer y busqué el enorme bolso que me habían regalado mis padres para el primer día de clase, en el metí un cuaderno, el estuche con un par de bolis y el móvil, algo de lo que no era capaz de desprenderme, ya que era mi único medio de comunicación con mis amigos de Estados Unidos. Tras ello eche un vistazo por si me dejaba algo, pero todo estaba en su sitio por lo que no tarde en bajar en busca de mis hermanos.

La casa era más grande de lo que me gustaría admitir, mi cuarto se encontraba en un segundo piso, mientras que las habitaciones de mis hermanos se repartían entre el primer piso y el bajo.

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