I
—Y se comió una dona de chocolate. —La frase escapó de la casa cuando abrió la puerta de la calle, seguida de una risa histriónica.
Asomó la cabeza en el interior del recibidor, las luces estaban apagadas a pesar de que la noche estaba cayendo.
—¿Greta?
No obtuvo más respuesta que el sonido del culebrón que emitía la televisión.
Entró en el recibidor y dejó las llaves sobre el mueble, prendió la luz. Todo parecía en orden, nada fuera de su lugar, pero, aún y así, sintió que algo no iba bien. Greta odiaba los culebrones, por eso que no hubiese cambiado de canal y estuviese viéndolo se le hacía inusual.
—¿Greta, estás ahí? —volvió a preguntar adentrándose en la casa de piedra—. Soy Luis. Cariño, ¿va todo bien?
Pero de nuevo no hubo respuesta alguna.
Se adentró en el enorme salón, estaba en perfecto orden, el mando a distancia permanecía inalterable sobre la mesita de café, lo tomó y apagó la televisión. Miró, una vez más, a su alrededor, en el sofá un gigantesco unicornio de peluche descansaba apoyado contra el respaldo. Sonrió al verlo, cuántas veces se había burlado de aquello cuando empezaron a salir, su animal favorito eran los unicornios y a él le parecía ridículo. Greta y los estúpidos unicornios, incluso tenía un pijama rosa con unicornios estampados por todos lados.
—¿Greta? —insistió. Con el televisor apagado el silencio abrumador le puso la piel de gallina—. Cielo, no tiene gracia. Ya te has reído suficiente del cobarde de tu marido, sal de una vez. —Pero ella no apareció y el silencio continuó.
»Cogeré a Grace Kelly y lo tiraré montaña abajo, no es broma —bufó agarrando el peluche por el cuerno—. Greta, en serio, no tiene maldita gracia.
Exhaló un suspiro exasperado soltando a Grace Kelly, el peluche. Dejó atrás el comedor para inspeccionar la cocina. Los platos estaban limpios y ordenados, al igual que el salón, no había nada fuera de sitio. Allí tampoco estaba.
Regresó sobre sus pasos, hasta la entrada, se detuvo unos segundos al pie de la escalera, esperando que de repente asomase por la barandilla riéndose, pero no apareció. La subió con cuidado, cada vez más nervioso, el silencio le pesaba como una losa y que los peldaños crujiesen no le ayudaba. No era normal, a pesar del grosor de las paredes de piedra, y de la calma del bosque, debería oírse algo, algún signo de vida.
El pasillo de la planta superior estaba en la más absoluta penumbra, buscó el interruptor y lo pulsó cuando sus dedos lo localizaron. La luz amarillenta iluminó un corredor igual de desierto que la planta baja. Las puertas estaban abiertas de par en par, así que fue avanzando poco a poco y encendiendo las luces a su paso. Las persianas de todas las habitaciones estaban bajadas, aunque las ventanas estaban abiertas, haciendo que el silencio reinante fuese aún más desconcertante.
Salió del último cuarto, ya sólo le quedaba el pequeño recodo del pasillo, allí donde estaba el cuarto de aseo. Tragó saliva, intentando calmarse, el corazón le latía a toda prisa.
—¿Greta? —preguntó, una vez más, con voz estrangulada por el miedo. Del recodo del pasillo no surgió sonido alguno.
Inspiró hondo y, llenándose de valor, giró la esquina. Entrecerró un poco los ojos enfocando la pequeña figura que allí había.
—¡Oh, joder! ¡Greta! —chilló.
Su espalda apoyada contra la pared, derrumbada como una muñeca de trapo, inerte, mirando hacia el interior del baño con el pelo cayendo desmadejado por su rostro. Se arrodilló junto a ella agarrando su rostro entre las manos, su piel estaba helada y sus ojos castaños muy abiertos, como los de una demente.
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Relatos espeluznantes
TerrorConvocatoria de cuentos de terror que formarán parte de la antología "Relatos espeluznantes", con motivo de Halloween 2017.