Titivillus jamás debiste empezar (Rous Ochoa)

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Henry siempre se había caracterizado por sus bromas pesadas, chistes malos e historias descabelladas. Le encantaba ver nuestras reacciones cada que nos jugaba alguna broma o contaba algo escalofriante, y eso sin duda alguna nos llegó a hartar. Le decíamos que parara o le dejaríamos de hablar, y afortunadamente la amenaza funcionaba de momento, pero por desgracia no lo suficiente porque en menos de una semana volvía a ser el mismo de siempre.

Habían sido tantos los sustos que había pasado por culpa de mi desquiciado amigo que ya hasta creía ser inmune al terror, no obstante, en un hecho ocurrido un 31 de octubre por la noche, me di cuenta de cuan equivocada estaba.

Mark, Luisa, José y yo, Camila, habíamos organizado una fogata en un bosque situado no muy lejos de nuestros hogares. Llevamos botana, golosinas y cervezas para amenizar la fiesta. También habíamos hecho unas cuantas reglas, y entre ellas la primera era "No invitar a Henry", ¿Por qué? Bueno, no queríamos que pasara lo que sucede cada hallowen mientras él está cerca. Nuestros pobres corazones ya habían sufrido lo suficiente como para soportar otro susto de ese tamaño.

Las siguientes ocho reglas ya eran un tanto tontas, puesto que todas prohibían invitar a Henry, sin embargo, eran tan necesarias como hacer del baño.

Dadas las ocho en punto de la noche, ya todos nos encontrábamos alrededor de una fogata asando malvaviscos y contando anécdotas macabros. La noche estaba siendo espectacular, hasta que llegó él, con un ramo de girasoles en las manos.

¿Quieren que les diga quién?

—¡Henry! —gritamos al unísono con un toque de desilusión.

Inmediatamente, nos comenzamos a mirar entre nosotros, preguntándonos quién lo había invitado. Pero las únicas respuestas que obteníamos eran susurros que decían "Yo no", "Yo menos" o "Quién sabe"

—¡Hola amigos! —saludó con una sonrisa tan grande como la del gato Cheshire —Disculpen la demora, pero tuve que pasar por esto —levantó el pequeño ramo que traía consigo y lo aventó hacia la fogata.

Miramos con desconcierto y desagrado su acción.

Jaló una roca hasta el círculo donde estábamos sentados y la colocó entre Mark y yo. Posteriormente se sentó y frotó entre si las palmas de sus manos y sopló un poco de vaho en ellas.

—Y... ¿Qué cuentan? —se atrevió a decir ante el silencio incómodo.

Nadie respondió, literal, se comenzó a escuchar el canto de los grillos. Después de unos minutos incómodos, Luisa contestó:

—¿Qué haces aquí? —siempre tan sutil.

Por otro lado, Henry no pareció ni en lo más mínimo enfadado por su pregunta brusca, al contario, tomó la caja de rosquillas ubicada a un lado de Mark y se comió una dona de chocolate. Comenzó a masticar con toda la calma del mundo, lo cual provocó enfado en mi amiga.

—¡Contesta, Henry! ¿Qué carajo haces...

Sin embargo, no pudo completar su frase, porque mi amigo escupió al piso la dona mascada y bañada en sangre. Todos nos espantamos al ver cómo daba arcadas, intentando escupir por completo la dona.

—¡Ay! ¡Ay! —gritaba mientras se abrazaba su estómago.

De momento no le hicimos caso por el temor de que fuera una de sus tantas bromitas, pero al ver como no paraba de quejarse y hacerse un ovillo en el suelo, decidimos hacerle caso. Todos comenzamos a gritar su nombre y a acercarnos a él para intentar calmarlo, pero las patadas que comenzó a dar nos lo impedían.

Pude ver a José intentando llamar a una ambulancia, pero no había señal.

Entonces, Henry se calmó. La atmosfera se sumió en un pasmoso silencio, donde el punto central era mi amigo inmóvil en el suelo. Poco a poco, nos acercamos hasta donde estaba su cuerpo. Su estómago no se movía por lo cual pensamos que no estaba respirando, Luisa acercó su mano hasta su nariz para comprobar si respiraba o no, pero fue un error hacer eso. Como una máquina Henry se sentó en el suelo, haciéndonos dar un paso atrás por el susto, puso sus ojos en blanco y dijo:

—¡No miren atrás! —por inercia volteamos, e inmediatamente sentí la respiración de alguien contra mi nuca.

Solté un gritito mientras me alejaba de lo que estuviera tras de mí, y entonces escuché la carcajada de Henry.

Sentí una gran rabia.

—¡Creí que ya nada te asustaba! —dijo entre risas, mientras aplaudía como foca.

Apreté los puños a mis costados y el rubor de la vergüenza cubrió mi cara.

—¡Te pasaste de la raya! —grité —¡Realmente me asustaste! Creí que en verdad estabas mal, pero fui una tonta.

Mis amigos miraron reprobatoriamente a Henry, el cual poco a poco se le iba borrando la sonrisa.

—¡Aliviánate, Cam! Estuvo divertidísimo, ¿Verdad chicos?

Miró a su alrededor, intentando buscar una pizca de su apoyo, pero todos estábamos enfadados con él.

Por mi parte, tomé mi chaqueta y me la puse. Me alejé del círculo donde estaban todos y comencé a caminar rumbo a mi casa.

A pesar de que escuché como Henry me llamaba como muestra de su arrepentimiento, lo ignoré y comencé a correr para que no me alcanzara. Estaba muy enojada y eso jamás se lo perdonaría... o al menos eso creía.

A la mañana siguiente, todos hablaban de un mismo tema. Y era sobre la sangre y restos de piel humana encontrados en el bosque. Mi corazón comenzó a palpitar como un desquiciado al escuchar los detalles de la historia.

"Un grupo de jóvenes fue atacado él día 31 de Octubre por la noche mientras celebraban el día de hallowen. Se desconoce el autor de dicha masacre, aunque las autoridades sospechan que fueron atacados por un animal salvaje, [...] Les mandamos nuestras condolencias a los padres de: José Flores, Luisa Ramírez, Marcos Castañeda, Henry López y Camila Rendón..."

Quedé consternada, no podía ser posible ¡No!

Yo no morí, yo regresé a casa.

En medio de mi angustia, corrí hacia el bosque dónde estuvimos anoche. Y, efectivamente, ahí estaba la escena del crimen.

Lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas, no comprendía nada.

A lo lejos, pude vislumbrar que algo brillaba por debajo de la roca donde se había sentado Henry. Me acerqué hasta allí y noté un pedazo de vidrio roto y al lado de éste una hoja de papel que decía.

"Camila, lo siento mucho en verdad. Yo no quería que las cosas terminaran de esta manera entre nosotros, pero era necesario que te asustara, sólo de esa manera lograrías sobrevivir.

Sé que no entiendes nada, pero yo te lo contaré.

Tenías razón, jamás debí haber empezado con mis bromas pesadas. Me arrepiento tanto de no haberte hecho caso. ¿Recuerdas aquella vez que fuiste a mi casa y no te quise abrir la puerta? Pues bien, no quise porque estaba hablando con Titivillus, un demonio, ¡Hice pacto con él! quería ver que tan bueno era con las bromas que... que me jugué a intentar asustar al mismísimo diablo, pero no pude y entonces él, como demonio patrón de los escribas, me retó a escribir algo sin ninguna falta de ortografía. Tal vez suene tonto y fácil, pero no es así. Porque ni yo con mi perfecta redacción me pude liberar sus trampas. Perdí ante él nuevamente, y tenía que morir junto con todos ustedes. En serio lamento tanto haberlos involucrado en esta historia.

Pero tú no moriste, tu cuerpo está perdido en alguna parte del bosque y lo tienes que encontrar. ¡Pero corre! ¡Encuéntralo antes que Titivillus! ¡Y huye! ¡Vete y jamás te dejes atrapar! No dejes que te pase lo que a mí, y jamás lleves contigo algo relacionado con lo que más me gusta, pues en base a ello él te encontrará."

Terminé de leer la carta y la guardé en el bolsillo de mi pantalón. Puesto que su animal favorito era el unicornio, arrojé lo más lejos que pude un pequeño llavero de este animal que Luisa me había regalado. Entonces, lo segundo que hice fue buscar mi cuerpo. Pero al encontrarlo, Titivillus ya estaba allí.


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