Eva temblorosa, aún no está en lo absoluto aterrada, tanto como para negarse su natural curiosidad.
—Tú dímelo —me quise asegurar, sin embargo.
La seguridad no mata a nadie.
Por su movimiento, creí verlo suspirar. La sonrisa que adornaba su rostro, ahora parece haberse descolgado de un lado, por lo que queda a medias.
Pasaba por una parte más inconsciente de mi mente, la extrema curiosidad. Dentro de ella, englobado estaba el deseo de saber cómo se vería sin la barba. Sin el cabello largo. Sin toda ésa energía extracorpórea y mística que lo seguía, una energía que quemaba al contacto más próximo. El aura flamante que nunca se apartaba de él y que era la causa principal de la agradable sorpresa y enmudecimiento que se apoderaba de todo aquél que entraba en el mundo de David Mortensen. Quise responderme, con suma sinceridad, que seguramente estaba mejor así. Era su manera más física de manifestarse como él mismo, y sabemos que a la gente le encanta la cháchara de ser uno mismo, tal como sabemos cuán honesta es.
Mueve la cabeza con lo que a primera vista me parece una fingida timidez.
—Quiero decir que no —empezó—, pero también quiero decir que no habrán más guerras, y que Hitler no resucitará —ante mi gesto, dudoso y confundido, su rostro se suavizó. Dejó correr un par de segundos, otra eternidad, antes de querer aliviar mis temores internos—. ¿En serio te asusto así de tanto? —me preguntó. Y, en algún rincón de esta persona vívida y rotunda, creí divisar algo de decepción, mezclada con un sentimiento de rechazo. Me pareció que su propia pregunta lo ofendía en lo más profundo.
Por primera vez en un rato, sus facciones se endurecían y su ánimo se enseriaba. Aunque sus ojos parecían suplicantes y expectantes, y me miraban desde lo bajo. Como un cordero a punto de morir o un muchachito regañado.
—No. No así de tanto —lo tranquilicé—. Pero ¿me preocupo?, claro que sí.
—¿Por qué? —dio un respingo y revivió su constante emoción extrema hacia todo.
—Porque no te conozco, saliste de una maldita cárcel, estás en mi maldito vecindario —señalé con ambas manos el suelo—, mi casa está justo allá —la señalé claramente—, me invitas a tu auto hipster de película —no me corté al señalarlo—, y yo sólo soy una desgraciada de quince años que quiere ir a ver a su amiga —me señalé yo misma, esto último en tono rogador.
Vi que David debió ahogar una inmensa carcajada, y pareció tomarle mucho esfuerzo.
En cambio, soltó un bufido y volvió a su tono claro y directo como el agua.
—Claro que me conoces, jovencita, desde hace dos días y medio; salí de una cárcel, no estaba maldita; tu vecindario tampoco está maldito ni prohibido: no tengo órdenes de restricción, gracias al Señor —sonrió enseguida, escondiendo algo, y luego volvió a sus respuestas exactas—; es una casa encantadora —exageró deliberadamente—, muy al estilo casta casa de suburbio californiano; no es un auto hipster y no recuerdo haberlo visto en ninguna película, es muy original y me va —defendió su auto alzando las cejas pobladas con gran libertad y, sí, exageración típica de él—, en cuanto verifiques que ha estado en alguna asquerosa película de Hollywood, no dudes en llamarme para que lo queme; no eres una desgraciada —se toma un momento, para pretender mostrarse pensativo. Mira al techo del auto con la mano en la barbilla, como todo un imitador de Sherlock Holmes—; no, no, no: no lo eres —me sonríe en un gesto más humano que los anteriores que he visto de él, su catálogo intimidante—. Y en cuanto a lo de ir a ver a tu amiga… cómo se llama… no importa: Yo te puedo llevar. ¿O crees ser capaz de mantenerte en pie con tus piernas debiluchas durante todo el trayecto? —añadió burlón.

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Some Velvet Morning
RomanceSome Velvet Morning es la historia de una joven enfermiza y bizarra que empieza a vivir apenas a los quince años. No será su común historia de romance, puesto que ambas personas son bizarras, alienadas y tienen asuntos sin resolver: asuntos sin solu...