El camino aquél día a casa fue tortuoso. Ya empezaba a perder la audición en el oído izquierdo, me sentía aturdida, y una Lola inquisitiva y justamente preocupada me atosigaba con toda suerte de preguntas sobre el personaje misterioso.
—Quién es, qué hizo, qué le pasa, por qué hablaban, por qué nos miraba tan extrañamente, por qué no paraba de sonreír —me arrojó cada pregunta y yo intentaba responderlas, sin saber realmente qué sabía y qué no; estaba todo tan borroso y caluroso que no podía enfocarme con concentración.
—Es David Mortensen, hizo de todo un poco, no sé qué le pase y no creo poder saberlo ya, siempre observa de ésa manera, y tal vez sonríe porque le hacemos gracia —respondí fatigada.
—No confío en él, Joy, no, ni un poco —me dijo decidida.
—Ya no está aquí, Lola —le recordé—. Se ha ido; nos hemos ido —corregí.
Meneó la cabeza mirándome. Volteé los ojos ante tal gesto. Tan cómica me pareció la escena que no pude sino reír. Una simple risita salió involuntariamente de mi boca, y miré a lo lejano, por encima de los edificios y el sol, para averiguar qué había más allá, en el horizonte, tal vez…
—¡No debes hablar con tales extraños, Jo! —exclamó, sobresaltada. Tomó un respiro profundo y siguió en voz baja—. Debes cuidarte de desconocidos, Joy.
Me giré hacia ella, la detuve con ambas manos en sus hombros y le sonreí.
—Está bien, Lola.
Me devolvió la sonrisa, en una expresión desesperanzadora.
—Ánimo… —le dije con énfasis.
—De acuerdo. Pero más te vale que te cuides sola, maldición —dijo, para luego reír.
Volvimos a caminar.
—Creo que seré capaz de hacerlo —respondí, riendo con ella.
Ya en la acera tranquila y sombreada del vecindario nos encontrábamos, caminando a paso relajado, con mis zapatos de charol resonando en el pavimento, y las zapatillas de Lola haciendo coro en un tic-tac, tic-tac, tac-tac.
Del otro lado de mi calle, dos viejos arrugados chasqueaban los dientes jugando al ajedrez, con sus boinas puestas y bastones bien agarrados. El jardín de la señora Bloom, siempre impecable y perfectamente mantenido, resplandecía, a pesar de las hojas secas que alrededor bajaban y subían en surcos, impulsadas por la fuerza motora de una cortadora de césped que su trabajo muy bien hacía, afeitando al jardín, expulsando aquel rico olor a césped recién cortado. Bien situado estaba el jardín, pues no había árboles alrededor para bloquear tal belleza y esplendor, ígneo resplandor del sol caía sobre cada miembro verde del jardín.
Mi jardín también estaba libre de sombra, claro, pues antes me hacían pasar largos ratos fuera, ahí, en una silla mecedora, como bien he declarado. Ahora mi horario sólo incluía veinte minutos necesarios pasados a la luz del sol.
—¿Irás directo a casa? —preguntó Lola.
Asentí.
Con una sonrisa dulce, me dijo:
—Bien, me despido, entonces —se acercó a mí y me abrazó con ternura, eran sus abrazos como los de un oso; o eso imaginaba yo—. Cuídate, Joy —decía ella siempre al despedirse.
—Cuídate, Lola. Ten un buen día cada día —decía yo en cambio.
Ondeé la mano mientras ella cruzaba la calle hacia su casa en grandes zancadas, a paso animado iba, de vuelta a casa, una cuadra más abajo de mi hogar.
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Some Velvet Morning
RomansaSome Velvet Morning es la historia de una joven enfermiza y bizarra que empieza a vivir apenas a los quince años. No será su común historia de romance, puesto que ambas personas son bizarras, alienadas y tienen asuntos sin resolver: asuntos sin solu...