Fünf

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   —Eres una grandiosa joven, pero una mala hija e incluso peor amiga —llegó a decirme mi madre un día.

   No me afectó, pues nuestras relaciones siempre fueron tempestuosas. Nos acusábamos mutuamente de ser malas en nuestros terrenos familiares y sociales, yo le llegaba a decir:

   —¡No esperes nada de mí cuando sea exitosa! No me apoyaste: no te subiste al barco.

   —¡Já! Hija, nunca he esperado nada de ti ni de nadie. Si me quedase esperando algo de ti, moriría con los brazos cruzados —me respondía ella a veces.

   Así, mutuamente nos amenazábamos y criticábamos con total libertad. Sin embargo, puedo decir, por mi parte, que nunca tomé sus palabras muy en serio, ni para bien ni para mal. Al final sabíamos a quién nos íbamos a encontrar a nuestro lado cada día: para bien o para mal.

   Pero durante la noche, después de mi día de aventurillas y discusiones, no pude hacer más que recordar. Y entre mis recuerdos, resultó saltar a flote aquél de mi madre recriminando que yo era, más allá de todos mis defectos, una pésima amiga. No cerraba los ojos, no me molestaba, pues sabía que no podría dormir ésa noche. No sé si sería culpabilidad, remordimiento crónico, exageración, preocupación: pero sabía que algo era. Temblaba de frío, incluso con varias sábanas encima. Me temblaban las piernas como palillos y me rechinaban los dientes. No tenía nada más que hacer sino torturarme mentalmente, cruzar los brazos sobre el pecho como cadáver y disfrutar de la vista del maravilloso, magnífico, tragaluz de mi habitación. Ojalá mi cama pudiese elevarse, impulsada tal vez por ramas gigantes abriéndose camino, destrozando la madera del suelo, ojalá pudiera romper el vidrio del tragaluz, con gran amor, y no volver jamás.

   Uno espera y sueña muchas cosas: Sólo a veces se hacen realidad.

   Cuando en verdad se quiere. Y yo sabía con convicción que no deseaba rendirme, aún sin tener nada en qué ganar.

   Sobre todo en ése punto de mi vida, la cumbre relativa, la magna punta final de la                                                         espiral, donde sentía tanta curiosidad, que me espantaba, por saber qué pasaría luego.

   Me levanté de cama —me tomó unos cinco minutos, debido a que mi espalda se acostumbra con rapidez a una sola posición— y arrastré los pies hasta la gran ventana doble que estaba a la derecha de mi cama. La abrí, me eché al suelo y apoyé ambos brazos en el marco. Qué soledad. Pero qué bella era la ciudad cuando estaba callada; desierta y grisácea. Las calles se veían húmedas, bañadas por el discreto azul de la Noche, la neblina se arremolinaba en el medio y entre los árboles, y yo realmente deseaba vivir la noche, pero ¿cuáles son las reglas, Joyce?

   Entrecerré los ojos, intentando divisar la casa de Lola entre todas las demás. Sólo distinguí el techo rojizo de su gran hogar.

   La casa de Tostada estaba justo en la esquina, a unos pasos de aquí. Era de un azul vivo y ventanas con macetas rectangulares de florecillas rosas.

   La nuestra era una casa grande, pero añosa y muy insípida. Te digo, compañero, que era blanca. Lo único que la salvaba de caer a pedazos en el mundo estético hogareño eran los jardines con plantas perfectas. Por lo demás, sólo estaban el tragaluz y las piezas de arte y colecciones de mi mamá. Mamá era obsesa de la limpieza. Todo merecía estar prístino e impecable. Gracias a ella, yo también había crecido con manías y obsesiones. Desde niña me había presionado para mantener todo perfectamente. Y viendo desde entonces tanta blancura, no había más que acostumbrarse.

   Por la calle escuché llantas derrapando en la esquina, frente a la casa de Tostada. Luego pude distinguir la silueta del vehículo, deslizándose por la calle de enfrente. Parecía un auto cualquiera a simple vista, de ésos antiguos que se veían a veces en las calles de Los Ángeles, autos que a veces eran reconstruidos para añadirles el toque moderno; o estaban los más antiguos, que eran vendidos en subastas por largas cantidades de dinero, que gente aficionada al coleccionismo soltaba sin pensarlo dos veces.

Some Velvet MorningDonde viven las historias. Descúbrelo ahora