Estoy viajando de nuevo hacía el Capitolio. Veintitrés años seguidos subí a este tren con dos chicos y he regresado al Distrito 12 solo. Este año me he propuesto hacer las cosas de manera diferente. Este año, uno de ellos va a volver conmigo. Si puedo lograr que suceda eso. Estoy suficientemente sobrio como para darme cuenta de que mi convicción anterior de que Katniss ganará los Juegos es más fácil decirlo que hacerlo. Por lo menos este año tengo dos Tributos con algunas cualidades de mérito.
Katniss Everdeen, la chica que tomó el lugar de su hermana, que esta lo bastante determinada para ganar esto. Peeta Mellark, que inmediatamente he etiquetado como el chico con el don de la elocuencia cuando lo conocí de pasada, es universalmente simpático y conseguirá patrocinadores por el mero hecho de su personalidad. Por su propia cuenta, tienen la mitad de chance de ganar contra los otros Distritos. Si fuese posible fusionarlos y hacer de ellos un solo tributo mi trabajo sería mucho más fácil. Por otra parte, esto va a ser mucho más difícil. Me encuentro a mí mismo deseando que a los Vigilantes de los Juegos se les ocurra la brillante idea de atar a los dos miembros de cada Distrito, para hacerlos trabajar juntos.
Mi resolución flaquea cuando trato de figurarme cómo voy a traer a un tributo a casa. Nunca antes lo he hecho, y la idea de realmente intentarlo y fallar la vigésimo cuarta vez me aterroriza más que estar en la arena yo mismo. Al menos así lo peor que podría ocurrir es que yo me muera. En algunos aspectos, es peor ver como mueren estos niños. A veces, en mis propios días oscuros, deseo haber muerto en la arena, así no tendría que revisar mis propios Juegos junto a los Juegos de los chicos de los que fui Mentor. Ser descuartizado, ser quemado, ser golpeado, ser dejado morir de hambre, ser envenenado… la idea del Capitolio de lo que es entretenimiento. Es por eso que yo provoque al Capitolio. Si me matarán por eso, como Cray sugirió que podrían hacer… bueno, al menos mi vida va a significar algo al final.
Cuando los pensamientos más oscuros comienzan a fluir a través de mi mente, agarro la botella que tengo junto a mí.
《➹》
Un rato más tarde, el olor a comida llega a mi habitación, lo que indica que es la hora de la cena. Me imagino que debo ir. No puedo pensar con claridad. Tal vez la comida ayudará a despejar mi cabeza. Me dirijo al vagón comedor del tren, sosteniéndome de las paredes para mantener el equilibrio.
Cuando finalmente franqueo la puerta, veo a Effie Trinket, con aspecto de estar en medio de un sermón. Desde luego, no con su usual alegre y egocéntrico modo de ser. Parece que ya han comido.
— ¿Me he perdido la cena? — Pregunto, con ganas de difundir lo que parece una situación tensa al cambiar de tema. Pero debo haberme excedido en el alcohol, sin embargo, y término vomitando en el alfombrado piso capitolino. No puedo quedarme más de pie sin algo a lo que aferrarme en mi lugar, y me caigo.
Los niños me levantan, uno a cada lado de mí.
— ¿Tropecé? — Les pregunto, olfateando y limpiándome la cara pegajosa. — Huele mal. — Eso es decir a la ligera. Esto absolutamente apesta.
Después de eso, los oigo hablar, pero no puedo entender las palabras. Soy vagamente consiente del sabor del agua enjabonada mezclada con el sabor ácido del vómito, antes de encontrarme a mí mismo en la cama. Mi estómago ruje, pero mi sueño supera totalmente mi necesidad de comer.
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A través de los ojos del mentor. «Los Juegos del Hambre»
De Todo¿Alguna vez se preguntaron dónde estaban los Mentores durante los juegos? ¿Cuál es la relación entre ellos? ¿Cómo lidian contra el estrés al ver a sus Tributos en la arena? De eso exactamente trata esta historia.