Capítulo 4

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            Cuando me despierto a la mañana siguiente me siento mucho mejor que como me he sentido en mucho tiempo. Me siento renovado, incluso. Me siento limpio, tranquilo, fresco y calmo. Apenas tengo resaca, que es un milagro para mí, no recuerdo lo que pasó ayer por la tarde después de que llegamos al tren, así que debo haber estado muy borracho. Todo lo que sé es que me muero de hambre como si no hubiera comido en una semana.

            Me levanto, me estiro y me pongo algo de ropa (porque ir a desayunar desnudo sería simplemente ser malo con la querida vieja correcta Effie a primera hora de la mañana), y camino hacia el vagón comedor del tren. Effie ya está sentada a la mesa junto con Peeta. Ella está sentada con su espalda hacia mí, sumida en algún tipo de historia sobre quién diseño su peluca este año, y aunque él está asintiendo cortésmente todos los momentos apropiados, está claro que está medio muerto de aburrimiento.

            Me acerco a Effie sigilosamente, y sé que Peeta me ve llegar por el pequeño movimiento que hace con sus ojos en mi dirección. Le guiño un ojo a Peeta, agarro a Effie por los hombros, y le doy un gran beso húmedo en la mejilla. Ella salta, y la taza de café aterriza en el suelo con un sonoro crack, antes de dejar escapar un sonido de disgusto y limpiarse la cara. Ella me empuja fuera de su camino y me siento junto a ella, tomando un bocado de la magdalena más cercana.

            — ¡Buenos días, Effie! — le digo, tratando de imitar su tono alegre de la Cosecha con la boca llena de comida. Por la expresión en su cara, puedo decir que desea herirme físicamente, pero se conforma con levantarse bajo el pretexto de ir a buscar una nueva taza de café de la cocina. Sale a zancadas de la habitación murmurando oscuramente entre dientes, y no puedo evitar reírme. Buena vieja Effie. Siempre es buena para reír.

            Peeta está mirándome fijamente, luciendo un poco sonrojado por lo que acaba de presenciar. Le sonrió, riéndome más fuerte y causando que Peeta se ponga más rojo de la vergüenza. Debe ser un niño muy inocente si una cosa así le puede avergonzar.

            Effie, vuelve con una nueva taza de café, evidentemente todavía bastante molesta ya que pasa junto a Katniss. Las obscenidades que está murmurando son tan no-Effie, y hacen que me guste mucho más. Es una lástima que no pueda ser así todo el tiempo. Podríamos llevarnos bien.

            — ¡Siéntate! ¡Siéntate! — le digo a Katniss, señalando una silla vacía en la mesa. El trayecto hasta el Capitolio es realmente la única experiencia positiva de los Juegos para los niños del Distrito 12. Ellos nunca tienen suficiente para comer en casa, y aquí pueden atiborrarse hasta el punto de vomitar los mejores alimentos con la comida más fina del mundo. Quiero que lo disfruten mientras dure, porque la comida no llegará tan fácilmente en la Arena.

            — Lo llaman chocolate caliente. Está bueno. — le dice Peeta a Katniss. Me pregunto si ellos se conocen. Que los tributos del Distrito 12 sean civiles el uno con el otro no es tan común. Usualmente, los niños que recibo no hablan entre sí a menos que estén emparentados o sean mejores amigos. Están demasiado ocupados pensado en el hecho de que el otro tiene que morir si van a tener alguna posibilidad de ganar.

            Ese pensamiento nubla mi buen humor. Soy capaz de alejarme de los Juegos por un tiempo, pero siempre regresa al frente de mi mente antes de que pase mucho tiempo. Vierto un poco de ánimo en mi jugo de arándano para ayudarme a estabilizarme.

            Puedo ver a Katniss mirándome por el rabillo del ojo. Mirándome como si yo fuera un borracho inútil y un horrible mentor. No puedo decir que no estoy de acuerdo con ella, pero en mi defensa, voy a intentarlo este año.

A través de los ojos del mentor. «Los Juegos del Hambre»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora