XXII.

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Continuaba mirando el mismo punto en la pared.

Se sentía débil. Estaba segura que, por más de estar acostada, las piernas le temblaban y no le fallarían si ella trataba de levantarse.

Se secó la última lágrima que se había derramado.

No se animaba a hablar con nadie porque, si nadie fue capaz de darse cuenta antes, a nadie le importaba.

Ella no importaba. 

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