Continuaba mirando el mismo punto en la pared.
Se sentía débil. Estaba segura que, por más de estar acostada, las piernas le temblaban y no le fallarían si ella trataba de levantarse.
Se secó la última lágrima que se había derramado.
No se animaba a hablar con nadie porque, si nadie fue capaz de darse cuenta antes, a nadie le importaba.
Ella no importaba.