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Cuando Shiera y su hermano pequeño, Monterys, salieron corriendo del castillo, su septa les siguió a voces, clamando a cada soldado, sirviente o caballerizo que detuviese a ambos Velaryon, pero tamaña acción era imposible y Shiera lo sabía. A ella y a su hermano les llamaba algo más importante que desperdiciar su hora libre en los jardines de Marea Alta. Les llamaba el mar.

Descendieron los pasos que discurrían por los acantilados de cenicienta piedra blanca. Al llegar a la playa ambos hermanos se despojaron de sus ropajes y en camisón se arrojaron al mar y comenzaron a nadar y a jugar ¡Oh, el mar! Cuanto lo amaba Shiera, era como su sangre, como su propio ser.

Las mareas que rodeaban Marcaderiva eran exactamente igual que todo cuanto había en esa isla: Perfecto. Eran aguas frescas y dóciles, verdes y armoniosas. Los acantilados eran de piedra blanca, la arena de pálido color y en las playas y rocas se extendían campos de coral de múltiples y vivos colores: Rojo, verde, azul y violeta.

Sobre el mayor de todos los acantilados se elevaba el orgullo de los Velaryon: Marea Alta. Un castillo sin prominente historia ni grandes gestas, placentero como Roca Casterly y hermoso como Altojardin. Era un castillo de robustos muros y altas torres de piedra blanca. Techos de tejas verdes y azules. Rodeado de amplios jardines de excelente rigor y todo envuelto por el glorioso estandarte de los Velaryon.

Shiera amaba todo cuanto era Marcaderiva, era su hogar y ella lo sabía.

La septa acabó consiguiendo que Shiera y Monterys volviesen al castillo. La subida no fue tan divertida como la bajada. Ella era una mujer bastante estricta y lo peor era que la septa Daena era la hermana de su padre, del Señor de las Mareas, era una Velaryon.

Mientras ella, Monterys y Daena iban por los corredores blancos y tapizados de Marea Alta, Shiera contemplaba como todo transcurría con total parsimonia y normalidad: Un sirviente derramó vino sobre su señora madre-prima segunda de su padre-y esta le echaba una seria reprimenda, vio a su tío bastardo Aurane tratando de esquivar a la abuela Valaena, una anciana Celtigar, madre del progenitor de Shiera, Monford, era una mujer de armas tomar. De su hermano mayor: Lucerys, vio como combatía en el patio de armas con sus compañeros habituales.

Todo iba perfecto.

A media tarde Shiera acabó en sus aposentos con Daena, que la preparaba para la cena. La vistió con un vestido blanco y con escamas de pez en sus hombros, costumbre entre los Velaryon.

Al llegar al comedor todos ya estaban esperando en sus asientos, todos menos el señor. Su abuela charlaba en susurros con la madre de Shiera, Lucerys comía despreocupadamente mientras Monterys leía un libro. Aurane también estaba presente, pero solo en una esquina de la mesa y sin hablar con nadie. Shiera saludó y se sentó junto a Daena.

Lord Monford llegó y tomó asiento.

Todos dejaron sus actividades y comenzaron a comer en silencio. Al final de la cena los sirviente les sirvieron vino, aunque claro, para los pequeños Monterys y Shiera era simplemente agua. A ella le daba igual, el agua era lo que más amaba del mundo, fuese para nadar o para beber, le parecía lo mejor que habían en ese mundo.

-Familia, tengo que contaros algo,

Todos miraron fijamente a Monford.

-El usurpador cada vez está limitando más nuestros negocios en el Mar Angosto. Sabes que si nos deja campar a nuestras anchas el comercio del mar sería nuestro.

-¡Condenado!- Farfulló Aurane.

-Serénate, hermano- Pidió el señor- He ideado un forma de salvaguardar nuestra posición en el reino y por que no, de mejorarla.

El Viejo, El Verdadero, El ValienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora