Capítulo 1.

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Cualquier rastro de sangre desapareció de mis manos frías en cuanto aquel líquido blanquecino se esparció por ellas, limpiándolas. Sin ninguna expresión que delatara mi estado de ánimo en mi rostro, tomé una toalla que estaba colgada a mi lado, secando así mis manos con fuerza. Devolví el trapo a su lugar y suspiré, sosteniéndome del lavabo con cansancio.

Alcé mi rostro unos centímetros, observando con atención mi reflejo en el vidrio que permanecía enfrente. Como solía hacer siempre, parpadeé rápidamente, tratando de disipar los colores irregulares en mis ojos, tarea que fue totalmente inservible. Desde pequeña, sufría de una diferencia genética ocular que se hacia llamar heterocromia parcial. Era algo congénito, y muy poco común. El color en mi iris estaba alterado, creando un conjunto de tonalidades llamativas y desiguales por todo mi ojo, púrpura y verde claro más que todo.

A la mayoría de las personas les agradaba eso, decían que me hacía ver exótica, e incluso diferente, pero en parte no me sentía demasiado agraciada con ello.

Me concentré aún más en mi reflejo, recordando el día en que fui acompañada por mi madre a visitar a un erudite: uno de los sabios que habían sobrevivido a la guerra que destruyó la tierra. Él seguía relatando la historia sin contratiempos, gracias a Eón... Le debíamos mucho a esa fórmula, a decir verdad.

Recuerdo que él, al ver mis ojos, sonrió abiertamente, mientras que sus manos se juntaban con las mías dando un apretón sutil.

Tienes a toda una galaxia contenida en tus ojos, querida. Cuando éstas tierras aún no habían conocido el fulgor de la batalla, las estrellas y constelaciones se podían observar perfectamente desde donde tú estás parada. El día de hoy ya no es posible, ni lo será, pero tú no debes preocuparte, Eva, ya que en tus ojos, las estrellas aún viven, y el cielo sigue siendo el mismo.

En el momento en que dijo eso, sonreí, pero obviamente no lo creí en absoluto.

Era más que claro que no era posible. ¿Lo imagináis? ¿Ver las estrellas en la noche cómo si estuviesen a tu alcance, sólo con alzar la cabeza y observar el cielo? Era ridículo, e imposible.

Me di media vuelta y me acerqué a la puerta de cristal duro. Esta inmediatamente se deslizó ante mi presencia y me permitió salir.

Mientras caminaba por las instalaciones grisáceas donde conseguiría mi nuevo empleo, me di cuenta de que la mayoría de miradas se posaban en la mía con curiosidad, o tal vez miedo. Odiaba causar miedo, era como ser un monstruo. Lo cual no era, en absoluto.

Aceleré el paso e ingresé a una recepción, en donde detrás del único mostrador disponible se encontraba un cuerpo... Pero no uno humano, como el mío.

Durante el avance de la tecnología, los humanos que sobrevivieron a la guerra se dedicaron a crear armamentos, y entre ellos, sirvientes y o ayudantes robóticos con partes de cadáveres humanos. Eran llamados Shapeshifters, poseían capacidades parecidas a las nuestras y podían ayudar a la gente con sus tareas cotidianas, pero no eran humanos, no poseían racionamiento... Y dentro de mí, sabía que ninguno de ellos se sentía a gusto de ser dominados. No me fiaba, aquellas criaturas podrían someternos en cualquier momento.

A decir verdad, no confiaba en absolutamente nada, ni en nadie.

—La señorita Brooks la está esperando.— Dijo la figura femenina con voz marcada y de rasgos robóticos. Tragué saliva y asentí, siguiendo el camino que ella me indicaba.

Pasé por un pasillo silencioso y llegué a la última oficina. Suspiré pesadamente y reprimí un grito; estaba nerviosa hasta la médula.

Era la primera vez que dejaría mi trabajo clandestino para servir a los dominantes, y temía demasiado que las cosas resultasen ser aún peor de lo que ya eran.

Deathless. •Bill Skarsgård•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora