Capítulo 3.

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Mi cuerpo no se inmutó en lo mínimo ante la presencia del extraño hombre que estaba parado a la mitad de mi hogar. En cambio, mi corazón bombeó sangre enloquecidamente, como queriendo alertarme sobre el inminente peligro. El tipo era demasiado alto, fuerte y con una mirada extraña, contrariamente tranquilizante. Seguí apuntándole, mientras pensaba en lo rápido que podría noquearme si se lo propusiera. Aún así, no le demostraría mi preocupación. Si demostraba que su intimidación funcionaba, estaría bajo su merced.

—Bien, antes de que tan sólo te muevas un centímetro o decidas hablar, quiero que veas esto. Es una pistola, ¿no? —Cuestioné, agitando casi imperceptiblemente el arma que traía entre mis dedos; él siguió mirándome neutral—, lo único que debes saber sobre ella es que no es un arma común. Es una pistola de plasma, de las únicas en su clase... si te disparo con ella, no morirás, ya que supongo que debes tener una tonelada de Eón corriendo en tu cuerpo.— Sugerí enarcando una ceja, pero él seguía sin responder. Al parecer era mudo, cosa que no me agradaba—. Vale, no te matará, pero producirá un cataclismo en tu sistema hasta dejarlo básicamente parapléjico, inservible siendo más concreta.

Sus ojos destellaron, pero él siguió en su misma posición; lo único que provenía de su lado era el sonido de su respiración férreamente controlada. Me erguí de un paso, sin dejar de apuntar y volví a hablar.

—Dicho eso, tengo algunas peticiones: quiero que te quites esa cosa de la cara, me digas tu nombre, y de paso qué haces aquí, en mi casa. Te daré exactamente cinco minutos para hacerlo, a menos que quieras que dispare... ahí. —Le advertí, señalando fijamente su entrepierna.

Puedo jurar que oí un bufido de su parte.

Internamente, me sentía consternada por el nerviosismo, no solo producido por la presencia de aquel desconocido –ya que había atravesado situaciones similares antes– sino por la presión que los dominantes ejercían sobre mí, y al mismo tiempo, el peligro que corría. No únicamente yo, también mi madre y las pocas personas que estimaba.

Sacándome de mi distracción, el tipo asintió, y elevó su mano derecha hacia su cabeza con máxima lentitud tortuosa. Acercó sus dedos largos a la tela y la retiró de su cara, revelándose así ante mí. Su cabello era castaño, desordenado y algo largo. Sus facciones, marcadas y masculinas, dándole un toque bastante sexy.

A pesar de su evidente atractivo físico, apreté mi mano, viéndolo a los ojos con frialdad, sin olvidar mi posición en la tediosa situación. En un instante, sus labios se abrieron para empezar a declarar lo que yo exigía.

Eva... ¿Eres tú, no? —Fue lo primero que dijo con voz ronca y marcada, causándome un escalofrío extraño. Había algo en él de lo que no me fiaba.

—Así es. ¿Quién eres tú? Dilo rápido, se agotan los cinco minutos.— Pronuncié cínica, tratando de acelerar sus palabras. Estaba intrigada, ya que los dominantes estaban volviendo de su asilo en el espacio, por lo cual cualquiera podría ser un sospechoso de espionaje o sedición.

Él avanzó un paso, hablando con aplomo y seriedad—. Mi nombre es Bill. Bill Skarsgård. No nos conocemos, pero...— Antes de acabar la oración, lo interrumpí.

Una bombilla repleta de conocimiento pareció encenderse en mi cabeza, indicándome con certeza que ese apellido –complicado y extraño para algunos– no era desconocido. En la tierra, los nombres y los apellidos eran simples; la mayoría no superaban las cuatro sílabas, o cinco. En cambio, los complicados y con una pronunciación distinta indicaban poder, soberanía, traición. Él no era de esta tierra, tuve que conjeturarlo en tan solo segundos.

Apreté mis labios, dando una sonrisa fingida—. Eres hijo de algún dictador, ¿no es así?

Él pareció sorprendido. Y entonces, declaró—. Eres más inteligente de lo que habían dicho.

Deathless. •Bill Skarsgård•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora