20) El espejo

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El espejo era de cuerpo entero, de un metro y medio de altura y medio de anchura máxima. Era ovalado, incrustado en un marco de madera bronceada con vetas oscuras; las patas del marco semejaban zarpas de algún raro predador, bien podían ser de un felino como de una alguna arpía.

Mariana (que ese mes cumpliría los once) pensó que las patas eran lo único feo del espejo, que por lo demás parecía muy bonito, a no ser por la capa de polvo acumulada. Aunque no era para menos, llevaba abandonado en aquella habitación de objetos inutilizados más de tres años, casi desde el día que lo compraron.

Dejó la puerta entreabierta y se acercó un poco más. Su doble en el espejo creció con cada paso; la puerta, la pared, una cómoda con una sola pata y algunas sillas, por el contrario, se encogieron al quedar atrás. Escudriñó el espejo con reverencia. El cuarto estaba en penumbras, pero era capaz de mirarse con claridad en el espejo, casi como si tuviera luz propia. Entre el polvo miró las marcas de unos dedos en el marco. «Las del comerciante que vino a verlo», pensó.

Madre había llamado a un regordete señor, al que quería venderle el espejo. Le dijo que no era un espejo normal, que a veces mostraba cosas que no había frente a él; otras, que el reflejo a veces se movía estando uno quieto o te guiñaba un ojo. Le aseguró que una vez había consumido la luz de su habitación y que por eso lo había relegado al cuarto de cacharros. María había escuchado desde el escondite de otra habitación.

El hombre, que llevaba al cuello collares de abalorios y otros con extrañas figuras y talismanes, estuvo casi toda la mañana en el cuarto con el espejo. Cuando salió, le dijo a madre que no lo hiciera perder el tiempo, que el espejo era perfectamente normal y que de esos ya tenía de más en casa. Mariana pensó que era un comprador de artículos extraños y cosas así, y que el espejo no reunía los requisitos para ser considerado como tal.

Pero ella quería echarle un vistazo. ¿Qué tan especial pretendía ser un espejo para hacer venir a un comprador a casa? Pensó que el marco de la madera era muy bonito, y posiblemente era lo más caro, pero por lo demás, le parecía de lo más normal. Las feas patas en formas de garra también eran raras, pero pensó que en el mundo había mucha gente extraña a las que les gustaban las cosas así. Entonces se sintió mal, pues fue su madre quien lo había llevado a casa.

¡Esperen! Mariana dio un respingo. ¡Su reflejo le guiñó un ojo! Su reacción inicial fue de espanto y retrocedió uno y dos pasos, y estuvo a punto de gritar. Retuvo el grito en su garganta al ver a su gemela llevarse un dedo a los labios reclamando silencio. Con el mismo dedo, la llamó. El espanto quedó relegado a un segundo plano, y Mariana se acercó con curiosidad.

―¡Hola! ―saludó, agitando la mano derecha.

El reflejo devolvió el saludo, usando la mano que en perspectiva de Mariana quedaba a su izquierda, pero no emitió sonido alguno.

―¿Quién eres? ―preguntó Mariana.

El reflejo sonrió. Sonrió de forma horrible y grotesca. De pronto ya no era el reflejo de la boca de Mariana quien sonreía, sino una boca enorme, de labios grandes y agrietados y dientes más grandes. Al instante siguiente no se parecía en nada a la pequeña, todo el reflejo se había convertido en un horrible adefesio mitad arpía mitad mujer, sólo que el rostro de la mujer era horripilante.

Esta vez Mariana no pudo retener el grito. El reflejo de la puerta entreabierta se cerró, y Mariana oyó claramente el ruido a sus espaldas. Se volvió con prisas y corrió hasta la puerta, pero esta no se abría por más que pugnaba. Empezó a gritar y a golpear con desesperación.

Miró una última vez hacia el espejo y se sorprendió ver que el monstruo ya no estaba allí. Sólo miraba a su reflejo jadeante junto a la puerta. Por un instante llegó a creer que nada había sido real, hasta que de la nada surgieron dos manos con enormes garras y se cernieron sobre su garganta. Intentó quitárselas, pero no tocó nada, sin embargo, en el espejo las veía y se veía a ella muriendo... muriendo asfixiada... muriendo por manos invisibles en la realidad, pero muy reales a la hora de quitarle la vida.

La madre corrió desde la cocina con el primer grito. Cuando ella llegó a la puerta del cuarto de cacharros, las manos apenas se enroscaban en torno del frágil cuello de Mariana, pero la puerta no cedió hasta que fue demasiado tarde. Entró un minuto más tarde, sólo para encontrar a su hija muerta, tenía marcas como de garras alrededor del cuello, garras muy similares a las patas del espejo que reflejaba la terrible escena con impasibilidad.


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