34) Mascota

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La mascota de Emanuel era una perrita pitbull. Apenas era una cachorra. No tendría más de cuatro meses de edad, bueno, tal vez cinco. Él la había criado no para que fuera un guardián para su casa, sino para que sirviera de compañía a su solitaria vida. Y así fue desde que un amigo se la regaló.

Emanuel vivía sólo. Él era escritor por correo de una revista no muy popular del país, jamás le sobró dinero, pero tampoco le faltó qué llevar a la boca. La perrita, a quien llamó Ema, estaba siempre con él. A donde él iba, ella le seguía, y cómo no, si era la única consentida.

Emanuel, por lo general, se juntaba con algunos amigos los fines de semana, por lo general eran Edwin y Daniel. Los sábados era seguro que los tenía en la casa, para tomar unas cervezas, bueno, varias. Ema siempre estaba allí. Era la mascota querida de Emanuel, de manera que nunca la encadenaba o la encerraba en alguna sección de la casa. Ella siempre estaba allí.

El punto es que Edwin y Daniel no la soportaban. Era muy juguetona. Les llevaba los zapatos al patio, destrozaba sus calcetines, y no dejaba de mordisquear sus manos y pies, juguetona claro, pero ellos lo detestaban.

Siempre la golpeaban, la amenazaban con el encendedor de los cigarrillos, le hablaban con voz en grito. Hasta que Ema dejó de acercárseles, les ladraba cada que iban a casa de Emanuel, que era todos los fines de semana, y siempre intentaba morderlos, ahora no juguetona.

Emanuel, previsor, optó por atarla esos días. Ema ladraba y lloraba, cosa que rompía el corazón a Emanuel, pero tras unas cervezas, aprendía a olvidarla. Y así fue durante muchos fines de semana.

Pasaron los meses, Emanuel no prosperó, sus amigos no dejaron de llegar, y Ema no dejó de estar atada, se hizo adulta, y su furia creció. Ahora ni Emanuel era su amigo. La había olvidado, cambiado por unos semejantes que no le aportaban nada.

Cierto día, estando ellos muy ebrios, vieron a la antigua mascota entrar a la sala, mostraba los dientes y gruñía de forma amenazadora. El miedo los caló y buscaron cómo defenderse. Fue Emanuel quien encontró el viejo machete debajo del sofá. Cuando Ema atacó, él la recibió a machetazos. La sangré salpicó, y la vida de Ema, su antigua y querida mascota, llegó a su fin.

Después vino el remordimiento, la culpa y la frustración. Dejó de escribir, lo despidieron, se agotaron sus ahorros y creía ver a Ema en cualquier perro que se atravesara a su vista. Empezó a gritar en sueños, después en vigilia. Gritaba que estaba arrepentido, pedía a la antigua mascota que dejara de atormentarlo y la gente empezó a mirarlo con lástima.

Ahora está en el sanatorio Vida Nueva, pero los doctores dudan que se recupere. Dicen que no ha dejado de ver a su antigua mascota en algún rincón.

Puede que Ema ahora esté en el cielo de los perros. Lo más supersticiosos creen que el tormento de Emanuel es venganza cruel de la antigua mascota.

Como último detalle. Edwin y Daniel ya murieron, extrañamente de mordidas de algún perro que nadie acertó a identificar.    

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