51) De vuelta en casa

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Era domingo el día en que Anthony se plantó frente a la casa. Acababa de bajar del autobús que tenía que tomar al volver del trabajo. No llegaba a coche, pues todavía estaba pagando la casa. Una casa que había comprado con toda la ilusión. Pronto serían las seis de la noche, pero el día era claro aún.

Tenía seis noches sin dormir en casa. La primera noche la pasó en casa de su madre, y las otras cinco en un hotel económico, pues no sabía qué decirle a su progenitora sobre los motivos que hacían que un hombre no durmiera en su propia cama. Esa noche estaba decidido a dormir en el hogar. Aunque no fuera el hogar que imaginó cuando se mudó con su joven esposa hará un par de años.

Abrió la puertecita y entró al pequeño jardín frontal. El césped presentaba un tono ligeramente amarillo y las flores de las masetas tenían pétalos marchitos, claro síntoma de que no se las cuidaba como antes. Un mes atrás eran hermosas, pero ahora...

Se acercó algunos pasos camino de la puerta. Desde la cocina le llegó un pequeño silbido. Una ráfaga de aire agitó las cortinas de la ventana y pudo ver la silueta de su esposa, afanada preparando la cena. El fuerte sentimiento que lo invadió lo atenazó como un puño y tuvo que hacer un ímprobo esfuerzo para no llorar. Era su esposa, tan joven y tan hermosa, ¡estaba allí!

Margarita asomó el rostro por la ventana. Sonreía radiante.

―¿Qué haces allí, cariño? ―preguntó― Entra, necesito que me ayudes con la masa.

Era la primera vez en siete días que le dirigía la palabra. En seis ocasiones se había apeado del autobús y se había quedado de pie frente a la casa, mirando como la silueta iba de un lugar a otro dentro de la pequeña casita. Nunca había dicho nada. Daba media vuelta y se iba, sin llegar a comprender lo qué estaba pasando.

¡Pero esa vez le había hablado! No sabía que pensar, todo era tan increíble, quizá Dios les estuviera dando una nueva oportunidad, quizá pensara que no merecían lo que había pasado...

Margarita abrió la puerta y se detuvo en el vano. Intentó salir, pero algo la detuvo. Su expresión risueña se tornó en incredulidad, para luego dar paso al horror. Sus ojos se abrieron desmesuradamente y de su boca salió un grito agudo. Después cayó al piso y empezó a llorar.

«No puede salir ―comprendió Freddy―. Después de todo, está muerta».

Se sobrepuso al miedo inicial, conmovido por el llanto de su esposa y corrió al interior de la casa. Abrazó a Margarita, que lloraba sin consolación, incapaz de entender qué ocurría. Freddy le explicó que estaba muerta, que murió un mes atrás, y que una semana antes empezó a aparecerse en la casa, por eso él se negaba a dormir en su cama. ¡Era un fantasma, y nadie se queda donde hay un fantasma!

Al final, Margarita resultó ser un fantasma atípico. Era sólida. Se pudieron tocar, se abrazaron y se dieron consuelo, se besaron y cubrieron las lágrimas con los labios. Esa noche cenaron en pareja por primera vez en un mes.

Freddy no tenía ni idea de lo que ocurría. Pero mientras pudiera estar con Margarita, no tenía nada que objetar. Sólo lamentaba no haberse quedado desde la primera noche.

De todas formas, estaba de vuelva en casa.    

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