[Capítulo cuatro]

116 13 0
                                    

Me encontraba con Ian observando desde aquel balcón en el que siempre solíamos estar cuando saltabamos una clase.

— La última vez que estuvimos en este balcón, fue el último día que veniste a clases. — comentó, haciendo que volviera mi mirada a él, notando como miraba las montañas, distraído.

— No recuerdes ese día... — recuerdo muy bien. Fue el día en que Michael me hizo decirle una barbarie de cosas horrendas, cosas que lo lastimaron.

— Y ahora... ahora vuelves aquí distinta, ahora estas con una cortada en el pómulo y mucho maquillaje encima. — tomó mi mano y me acerco a él, colocándome entra el balcón y su cuerpo, mirando ambos a donde fuese.

— Auch, me acabas de decir que estoy horrible. — bromeé, sin obtener alguna risa.

— ¿Sabes muy bien qué los chicos y yo no te creemos, verdad? — me di la vuelta, quedando muy cerca de él, tomándolo de la cintura.

— Esto es algo en lo que no pueden, ni deben involucrarse. — suspiré con resignación, dedicándole una sonrisa. — Vamos. La vida es corta para andar de amargado. — tomé sus mejillas y le dediqué un puchero, haciéndolo reir.

Su ronca risa aún traía recuerdos.

Las maripositas aún no se habían ido de mi estómago. Aún adoraba su sonrisa.

— ¿Enserio sientes todo aquello por mi? — mi ceño se frunció automáticamente, entendiendo tarde.

— No... ¡No! — grité, haciendome reír. — Nunca quise decir eso... — tragué saliva, apartandome, colocándome de espaldas a él.

Ian no debía saber nada, lo conocía, sabía que era muy impulsivo ya que si supiera lo que Michael me ha hecho por más de 9 años, estoy segura que lo mataría.

— ¿Entonces por qué lo dijiste? — tomó mi brazo con suavidad, dándome la vuelta y encarandome, haciendome soltar las lágrimas que tanto trabajo me había costado esconder.

— Hay secretos que tienen que mantenerse. Hay que ocultarlos hasta del amor de tu vida. — mi voz se quebró, sintiendo las lágrimas mojar mis mejillas.

Qué no daría yo por gritarle al mundo lo que él me hace, lo que hace cada noche desde que tenía 7 años, cuando mamá dormía, cuando todos lo hacian...

Qué no daria yo porque me dejará en paz.

— ¿Ni a mi? — se acercó un pasó, tomando con su palma mi húmeda mejilla.

— Ni a ti. Ni a nadie. — decidí que era buen momento para dejarme de cuentos y atreverme a algo en mi puta vida.

Me acerqué la poca distancia restante y uní nuestros labios.

Dulces y suaves como los recordaba.

Dulce y plácido momento, cuando fui correspondida, pegada al balcón hecho de cemento, ahora frío por la temperatura; sus palmas tomaron mi rostro, mis manos su chaqueta y como soy yo, toqué su torso.

Hey, no desaprovecharía para tocarlo, es de buen ver, no es mi culpa.

— Ustedes dos, separense. — abrí los ojos de inmediato, sin saber en qué preciso momento deje de ver y comencé a sentir aquello.

Maldito profesor Damian.

Le quiero arrancar la cabeza en este preciso momento.

— ¿No debería estar dando la clase? — Ian lo miró de forma divertida, separándose de mi y acercándose al profesor con su caminado seguro, confiado y muy distintivo de  él.

Esperanzas e ilusionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora