Me encontraba con Ian observando desde aquel balcón en el que siempre solíamos estar cuando saltabamos una clase.
— La última vez que estuvimos en este balcón, fue el último día que veniste a clases. — comentó, haciendo que volviera mi mirada a él, notando como miraba las montañas, distraído.
— No recuerdes ese día... — recuerdo muy bien. Fue el día en que Michael me hizo decirle una barbarie de cosas horrendas, cosas que lo lastimaron.
— Y ahora... ahora vuelves aquí distinta, ahora estas con una cortada en el pómulo y mucho maquillaje encima. — tomó mi mano y me acerco a él, colocándome entra el balcón y su cuerpo, mirando ambos a donde fuese.
— Auch, me acabas de decir que estoy horrible. — bromeé, sin obtener alguna risa.
— ¿Sabes muy bien qué los chicos y yo no te creemos, verdad? — me di la vuelta, quedando muy cerca de él, tomándolo de la cintura.
— Esto es algo en lo que no pueden, ni deben involucrarse. — suspiré con resignación, dedicándole una sonrisa. — Vamos. La vida es corta para andar de amargado. — tomé sus mejillas y le dediqué un puchero, haciéndolo reir.
Su ronca risa aún traía recuerdos.
Las maripositas aún no se habían ido de mi estómago. Aún adoraba su sonrisa.
— ¿Enserio sientes todo aquello por mi? — mi ceño se frunció automáticamente, entendiendo tarde.
— No... ¡No! — grité, haciendome reír. — Nunca quise decir eso... — tragué saliva, apartandome, colocándome de espaldas a él.
Ian no debía saber nada, lo conocía, sabía que era muy impulsivo ya que si supiera lo que Michael me ha hecho por más de 9 años, estoy segura que lo mataría.
— ¿Entonces por qué lo dijiste? — tomó mi brazo con suavidad, dándome la vuelta y encarandome, haciendome soltar las lágrimas que tanto trabajo me había costado esconder.
— Hay secretos que tienen que mantenerse. Hay que ocultarlos hasta del amor de tu vida. — mi voz se quebró, sintiendo las lágrimas mojar mis mejillas.
Qué no daría yo por gritarle al mundo lo que él me hace, lo que hace cada noche desde que tenía 7 años, cuando mamá dormía, cuando todos lo hacian...
Qué no daria yo porque me dejará en paz.
— ¿Ni a mi? — se acercó un pasó, tomando con su palma mi húmeda mejilla.
— Ni a ti. Ni a nadie. — decidí que era buen momento para dejarme de cuentos y atreverme a algo en mi puta vida.
Me acerqué la poca distancia restante y uní nuestros labios.
Dulces y suaves como los recordaba.
Dulce y plácido momento, cuando fui correspondida, pegada al balcón hecho de cemento, ahora frío por la temperatura; sus palmas tomaron mi rostro, mis manos su chaqueta y como soy yo, toqué su torso.
Hey, no desaprovecharía para tocarlo, es de buen ver, no es mi culpa.
— Ustedes dos, separense. — abrí los ojos de inmediato, sin saber en qué preciso momento deje de ver y comencé a sentir aquello.
Maldito profesor Damian.
Le quiero arrancar la cabeza en este preciso momento.
— ¿No debería estar dando la clase? — Ian lo miró de forma divertida, separándose de mi y acercándose al profesor con su caminado seguro, confiado y muy distintivo de él.
ESTÁS LEYENDO
Esperanzas e ilusiones
RomanceValery Hoffman se resigna a vivir toda su vida en aquel infierno, siendo víctima de maltratos por parte de aquel que un día fue su padre, sin encontrar una salida. "La vida no termina con la muerte, termina cuando matan la ilusión y a ti mi niña, te...