Las cosas habían pasado demasiado rápido, más de lo que hubiese preferido.
Apenas te había conocido en una fiesta, y ya habías captado mi atención, luego aún más cuando te hablé y escuché tu voz, realmente no me esperaba aquel acento, pero fue fascinante, los minutos pasaron, sintiéndose segundos, y empecé a conocerte, una chica serena, pero simpática, una personalidad tranquila pero que podría ser un tornado de repente, en ambos sentidos. Obvio, empezaste a gustarme, y me sentía algo rara, no suelo conocer chicas y que me gusten a apenas una hora de conocerlas, realmente extraño, pero no le di importancia.
Esa noche hablamos, reímos, nos contamos anécdotas, tanto vergonzosas como cotidianas, y me di cuenta que, bueno, tu sonrisa era la más linda que había visto, tu caballerosidad era atractiva, y que tu mirada me había embobado por completo, deseándola ver por horas, identificando matices y contemplarlas por muchas más horas, y algo me decía que te sucedía lo mismo.
De un momento a otro, empezamos a abrazarnos como si fuésemos amigas de siempre, se sentía muy bien abrazarte, y no podía evitar rodear tu cintura y sentirme completa, realmente extraño. Luego bailamos, fue muy divertido ver como tus movimientos torpes intentaban seguir los míos, además de tiernos claro, pero me sentía conectada en tu mirada, y me alegraba que te sintieras igual.
Intercambiamos celulares, y comenzamos a hablarnos todos los días, y en cada uno de ellos ganábamos más confianza, diciéndonos y confesándonos nuestros sentimientos, era extrañamente reconfortante la manera en que nos sincerábamos la una a la otra, sin orgullos, sin prejuicios, sin temer o parecer demasiado cursi, sin incomodar a la otra. Por supuesto, yo estaba enterneciéndome contigo, con tus expresiones, con tu personalidad, y con el recuerdo de aquella noche, reproduciéndola en mi mente una y otra vez, rescatando los pequeños detalles que estaba olvidando, como recordatorios, y sonriendo inconsciente al recordarlos.
Pero los días siguieron pasando, y la confianza aumentó, el cariño creció rápidamente y los besos escritos ya no eran suficientes, o por lo menos, eso creí. La angustia no se quedó atrás, temía de lo que sentía, no por el hecho que fueses mayor, o que fueses una chica, tenía miedo de que me dejaras, de que fuera un juguete para ti, pues, a la gran mayoría le agradaría estar con una chica menor, y más aún, tan sincera, amable y manipulable como yo, ese era mi más grande miedo, que todo fuese una mentira hecha y ejecutada por ti, para que llegáramos al final y luego te fueras, dejando sangrar mis heridas.
Luego me hablaste de esa situación, no querías usarme, no querías provocarme el daño que ya hacías, pues tenías que irte a otro lugar, y quedarte allí permanentemente, que odiabas las relaciones a distancia, y la experiencia te había dejado marcada, no querías lo mismo para mí, dejándome con ese mal sabor de boca, no lo harías, realmente no lo querías. Así que hablamos, nos sinceramos, y decidimos aprovechar nuestro corto, pero hermoso, tiempo juntas, que tendríamos que hacernos la idea de que te irías, y que habría un Hasta Luego, pues volverías, pero hasta entonces ambas seguiríamos con nuestras vidas. Todo estaba bien, yo empezaba a hacerme la idea de que te irías, que probablemente perderíamos el contacto, más de mi parte que de la tuya, pues me conozco, y si seguiríamos hablando me aferraría a lo que no puedo tener.
Pero los días siguieron pasando, el cariño aumentó nuevamente, la confianza también, yo estaba enternecida con la chica que me cuidaba, la atenta, la perfeccionista, la responsable, ante todo, la que tenía un pasado y aun así seguía adelante, la que me aceptó por tener el mío, la que me ayudó aún en la distancia. Y llegué a quererte seriamente, ya no era un simple Me Gustas, empezaba a enamorarme, y seguro te diste cuenta.
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Mi Dulce Alex
RomanceRelato de cómo una chica puede interesarse en otra en apenas unas horas... ¿Pude una persona impactar en tu vida en años siguientes?