CAPÍTULO 2.

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CRÓNICAS DE LA PSICOLOCA.

Sonia.

30 de diciembre, 13:15 p.m.

Mi perro lame mi cara por cuarta vez cuando decido levantarme de la cama al fin. El turno recién comienza a las dos de la tarde y, teniendo en cuenta que vivo a sólo dos cuadras del hospital y que hoy es almuerzo de sándwiches, no tengo demasiado apuro.

Afuera ya está nevando. Me ducho con el agua lo más caliente que puede salir para luego taparme con tres toallas de distintos colores que me dan el calor suficiente hasta que me pongo ropa.

Con una camisa blanca, un suéter de lana verde, jeans negros y zapatos de taco medio del mismo color ya estoy lista. Me seco el corto cabello rubio, me coloco los lentes de marco prácticamente circular y luego me ato una bufanda blanca al cuello junto con un gorro de lana para el invierno del mismo color, regalo de mi abuelo.

Salgo con el bolso lleno con mis cosas de siempre: bolígrafos de distintos colores, el móvil, las llaves, mi agenda y dinero. Saludo, de camino al hospital, a algunos vecinos que van a hacer las compras o a buscar a sus hijos de las clases.

Dentro del hospital, la recepcionista me saluda con una sonrisa y yo se la devuelvo.

—Hola, querida. Aquí tienes— me da todas las historias médicas de las que tengo que encargarme hoy, cada una en una carpeta diferente. En total son más de treinta, por ahora.

Camino hasta la sala de descanso de los médicos y estudiantes, abro mi casillero y saco mi bata e identificación. Me pongo ambas cosas, guardo mi bolso dentro del casillero, no sin antes sacar el celular y los bolígrafos, y luego camino al restaurante/cafetería que hay en frente de la recepción.

Almuerzo en los quince minutos que me quedan antes del verdadero horario de entrada al trabajo. Luego de eso comienzo mi ronda, empezando con la revisión de un niño al que le picó una víbora venenosa.

***

Golpeo dos veces la puerta de la habitación de Alaia. Ella susurra un permiso para entrar con su rasposa voz y yo me adentro en el pequeño lugar. Me dedica una mala mirada y luego vuelve sus ojos a un libro. Me siento a su lado.

—Hola, Alaia. ¿Cómo te encuentras hoy?

—No me mire así.

—No te estoy mirando de ningún modo especial— le indico.

—Sí, me mira con pena. Como se la pasa observándome desde que le conté lo que pasó con mi familia.

—Lo... lo siento, Alaia.

Niega con la cabeza y sigue leyendo. Mi atención se desvía a cómo se muerde el labio cada treinta segundos o la manera en que golpea con sus uñas la tapa dura del libro. A pesar de que trata todo el tiempo de esconder lo que piensa y siente, con el pasar de los días, me di cuenta que es una chica muy expresiva mediante las cosas que hace.

—A propósito, ¿qué lees?

—No lo conoce, es una recopilación de relatos eróticos ambientados en la Edad Media— explica.

Oh, así que eso. Por eso se mordía el labio en todo momento. ¿Cómo consiguió ese libro? El hospital tiene una biblioteca pequeña para los pacientes que se quedan mucho tiempo aquí, pero no creo que ese libro pertenezca allí.

—Y... ¿es bueno? — pregunto, tratando de lograr una conversación.

—Sí, bastante. Tiene algunas escenas que son muy buenas, pero otras que me hacen pensar que la escritora olvidó que está basado en el medioevo.

—Oh, ¿cómo es posible que se olvide si está escribiendo sobre eso? — pregunto, contagiándole una pequeña sonrisa.

—No lo sé, pero queda muy mal. Si quiere se lo presto cuando lo termine— ofrece con una sonrisa, pero luego la esconde de nuevo. — Si es que no me lo quitan antes.

— ¿En dónde lo conseguiste? — pregunto luego de un rato examinando la tapa.

—Me lo ha dado un enfermero. Dijo que era de una mujer que murió hace poco y que por ahí se me hacía más entretenido que los libros de novela juvenil que la psicoloca de aquí me obliga leer.

—Oye, no le digas psicoloca, es una mujer que luchó muy duro por su título y sólo quiere ayudarte...

—Ella sólo dice palabras vacías de sentimiento alguno. Como a cualquiera de ustedes, sólo le importa el dinero— bufo y ella sonríe con sorna. — "Alaia, tú debes quererte como eres", "Alaia, promete que no volverás a intentar suicidarte" o "Alaia, deberías comer un poco más". Siempre lo mismo, combinando y cambiando algunas palabras, pero esa mujer es pura repetición.

—Es cierto que estás delgadita— afirmo.

—Mi peso no tiene nada que ver con mi intento de suicidio. Y me quiero lo suficiente a mí misma como para no querer matarme— me da la espalda, acostándose mirando hacia el lado opuesto en la camilla. — Usted más que nadie lo sabes, porque te lo he dicho.

—Sólo decía que sí necesitas engordar un poco más.

—No me ha visto sin ropa, doctora Abbado.

Suelto una risita. Esa chica tiene demasiadas ocurrencias. Desde que llegó, hace cuatro días, no para de hacerme comentarios sarcásticos que o me hacen reír o me logran enfadar lo suficiente como para apagar el aire acondicionado y que sufra un poco el frío.

—Doctora— me llama luego de un rato. — ¿La doctora Hawk no le ha dicho nada importante? — pregunta cuando la miro.

—No, no la vi hoy. ¿Por qué?

—Ella vino hoy a la mañana para una sesión. Las mismas preguntas de siempre. Pero... ésta vez fue diferente— me dedica una sonrisa. En los cuatro días que estuvo aquí nunca le he visto esa sonrisa. Una tan real.

— ¿Ah, sí? ¿Y por qué fue diferente? — pregunto. Teniendo en cuenta que hacía minutos la había llamado psicoloca, es todo un logro que ahora la llame por su apellido junto con una sonrisa.

—Pues... me dijo que, al menos por su parte, yo tendría mi alta.

—Te dará el alta en psicología, ¿eh? — ella asiente, muy efusiva, y yo sonrío.

—Lo está pensando, al menos. Pero, de todas formas, para irme falta que la mejor médico del mundo me dé el alta también. Sino sólo me salvaré de las sesiones con la psicoloca.

—No vas a conseguir nada diciendo que soy la mejor médica y lo sabes— le indico y ella bufa, pero mantiene la sonrisa. — Si puedes incorporarte y mover bien el brazo, me lo pensaré.

Ella se sienta y mueve un poco el brazo, haciendo una mueca de dolor. Yo sonrío al ver que lo sigue intentando.

—Espera, vas a terminar lastimándote— le digo y voy a su lado. — Mira, tienes que empezar con movimientos lentos, para ir acostumbrando el brazo, y luego un poco más rápidos, pero no bruscos.

Ahora soy yo la que maneja su brazo. Lo muevo hacia adelante y los costados, primero lento y luego un poco más rápido. Ella hace algunas muecas de dolor, pero se contiene a lanzar un quejido.

—No puedo darte el alta si sigues haciendo esas muecas, Alaia— le digo y ella baja la cabeza. — Sin embargo, si sigues ejercitando el brazo, probablemente esté recuperado en unos días.

— ¿Y me dará el alta? — pregunta esperanzada.

—Me lo pensaré— y le guiño un ojo.

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Capítulo dedicado a @ObsessiveGirl_92, gracias por todo♥

Espero que les guste. Muchísimas gracias por todo el apoyo.

Los quiero mucho, 

Aby♥

Cuando Dos Chicas Se BesanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora