CAPÍTULO 1.

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CASOS COMO EL SUYO.

Sonia.

26 de diciembre, 06:54.

Entro por décima vez en la habitación de mi paciente más reciente. La chica suicida está tendida boca arriba en la camilla, con la bata común del hospital, una manta encima por el frío, varias vendas y algunas marcas de inyecciones en sus brazos.

Tiene los labios agrietados por la falta de hidratación, los ojos cerrados y el cabello castaño con mechones entrelazados entre sí. Me hace gracia que tenga una cinta roja atada a la muñeca, porque ésas significan energía y vitalidad, que son las cosas que por poco le faltan.

Me siento en una butaca y me acerco a su cama. Escaneo por veinticincoava vez todo su cuerpo, desde su frente hasta sus pies, buscando algo. Algo que me diga por qué alguien tan linda como ella podría haberse querido suicidar.

Vuelvo mi atención a su mano cuando uno de sus dedos se mueve. De no ser porque tiene las uñas medianamente largas, no me habría dado cuenta.

Su mano entera se mueve y, ésta vez, la miro al rostro. Cuando abre los ojos la noto preocupada, y, pienso, cómo no va a estar impresionada teniendo en cuenta que ella debe de estar pensando que está muerta.

— ¿Estoy...? ¿Estoy... muerta...?— pregunta a nadie en específico, dado que todavía no me ha visto.

—No, estás en el hospital— le indico. — Sé que no debes estar agradecida de que te hayamos salvado la vida, pero de nada.

—¿Por... por qué han hecho eso? No... no necesitaba que nadie me salvara... y...

—Sin embargo, por la cantidad de cigarrillos que había cerca de ti cuando te encontramos, parecía que estabas esperando que alguien llegase a detenerte hasta que te diste por vencida.

—Tú... no sabes... absolutamente nada...— le tiendo un vaso de agua con una pajilla para que pueda hidratarse un poco.

—Muy acertada, no sé nada— afirmo. — ¿Cómo te llamas? — pregunto cuando termina de beber.

—Alaia Wood— contesta reacia y yo sonrío.

—Escucha, no te enfades con nosotros. Fuiste tú la estúpida que no supo dispararse al corazón o directo al cerebro— ella me fulmina con la mirada. — Si fuera tú, tomaría unas clases de Anatomía. Aunque espero que no seas una niña tonta como para intentar suicidarte de nuevo.

—No soy una niña, tengo veintidós años.

—Yo les haría honor a ésos tantos comportándome como una persona de esa edad, señorita Wood.

—Cállese porque...

— ¿No sé por lo que pasaste? Créeme, Alaia, he lidiado con casos como el tuyo. Yo nunca sé por lo que pasan ustedes para que se metan balas en el cuerpo, se droguen hasta que no quede ni una neurona viva en sus cerebros o para que se corten las muñecas hasta desangrarse— camino hasta la puerta con paso decidido pero me detengo. — ¿Quieres que llame a alguien? ¿Algún familiar?

—No tengo familiares.

—Ja, típico. Dame el número de tus padres para que puedan pagar los gastos de tu recuperación.

—Ellos me regalaron el arma en Navidad para que me matara y los dejara de una vez.

Estaba por girar el pomo de la puerta y salir, pero no lo hago. No me volteo en ningún momento, aunque sí escucho algún que otro sollozo de parte de mi paciente. Estoy pasmada, no puedo creer que alguien le haya regalado un arma a una persona para que se mate.

— ¿Ellos... te obligaron a suicidarte? — pregunto, aún atónita.

—Pensé que ya había lidiado con casos como el mío— dice en tono desafiante.

—Alaia, ¿quieres, por favor, contarme qué ha pasado?

—Póngase cómoda, doctora Abbado, porque ésta historia es larga. Probablemente comienza cuando yo tenía unos quince años y estaba, de algún modo, encadenada a una "enfermedad" que durará toda mi vida.

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Capítulo dedicado a @mbaa2101, que fue la primera en leer ayer, cuando publiqué a las cuatro de la madrugada.

Muchas gracias por el apoyo que tuvo el prólogo. Los quiero mucho, 

Aby♥

Cuando Dos Chicas Se BesanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora