CAPÍTULO 22

5.6K 450 45
                                    

Aunque duela.

Sonia.

Alaia no vino a verme luego de eso.

Mis colegas médicos me confesaron que la vieron en el hospital y que les preguntó cómo estaba, pero nada más. No quiso acercarse a hablarme.

Mi tiempo internada me dio muchos momentos para pensar, pero llegó un momento en que hacerlo comenzó a disgustarme, por el simple hecho de que siempre acababa triste. Me dolía que Alaia creyera que ella era culpable de algo, y más aún que pensara que me lastimaba. Me hacía más daño el hecho de que me abandonara, antes que el hecho que me dispararan por ella.

Mis únicos momentos de paz eran cuando tenía compañía, porque entonces solo centraba mi atención en lo que estaba ocurriendo. Mis compañeros a veces venían con casos interesantes para escuchar mi opinión, mis padres me traían cosas para pasar el tiempo, incluso un día Sabina trajo a mis sobrinos.

De todas formas, al final del día siempre estaba sola. Cualquier cosa que rondara por mi cabeza siempre me llevaba a pensar que podría estar con Alaia. Pero no lo estaba.

Cuando la herida terminó de cicatrizar me dieron el alta. Antes de volver a trabajar, debía volver a mi vida normal. Claro que mi vida normal hace un mes implicaba a Alaia y ya no. Apenas entré al departamento noté que había algo mal y, aunque lo sospechaba, confirmé que Ali se había llevado todas sus cosas.

Ese día fue terrible. No solo me sentía totalmente abandonada, sino que también mi compañero de vida, Duque, mi perro, estaba en la casa de mi hermana pues ella lo había cuidado este tiempo. Las horas pasaban y yo caminaba de una habitación a la otra, intentando sentirme cómoda en mi casa. Se me hacía imposible.

Los días siguientes fueron más tolerables gracias a que me mudé momentáneamente a la casa de Sabina. Mi hermana tenía una paciencia de oro por soportarme a mí y a Duque allí. A veces hasta venía a dormir conmigo porque no paraba de llorar.

Si se puede decir algo bueno de mi familia, entre tantas cosas, es que son lo más leal del universo. Me estuvieron cuidando como si yo fuera una reina y ellos mis súbditos.

La madre de Alaia, Laura, se estuvo comunicando conmigo a través de mensajes, especialmente por si necesitaba algo y para actualizarme respecto de la situación de su ahora exesposo –durante mi estadía en el hospital ella comenzó los trámites de divorcio–.

Cualquiera diría que las cosas estaban yendo de lujo, pero la realidad era que yo me sentía muerta por dentro. Mi único deseo era estar con alguien que no quería estar conmigo.

Así y todo, a pesar de mi tristeza absoluta, hoy vuelvo a trabajar y eso logra levantarme un poco el ánimo. La herida casi ni me duele, solo cuando hago movimientos bruscos o cuando me agacho. Además de volver al hospital como doctora, más temprano me mudé nuevamente a mi departamento junto a Duque, que estaba totalmente alocado por poder volver a dormir junto al lavarropas.

En el hospital me preparan una bienvenida exprés que se ve frustrada por una emergencia. Por hoy, nada de esos casos para mí: me obligan a hacer chequeos rutinarios para tener un primer día tranquilo. A pesar de eso, como que mi cuerpo necesita cierta dosis de adrenalina para no sucumbir de la tristeza, pero claro que eso no lo confieso.

Las horas pasan y sigo enviando a laboratorio análisis de orina o de sangre, recetando ibuprofeno y tomando la fiebre. Aunque todo esto lo generó un disparo, no me molestaría que me pegaran otro para evitar el aburrimiento que estoy viviendo.

En cierto momento del día mi madre pasa a saludarme y a contarme, con mucho tacto, que vio a Alaia en el mercado y que hablaron un rato, lo cual me molestó porque, claro, a mí me despide con una indirecta, pero no tiene problema de quedarse hablando con mi madre mientras pesan tomates y compran patas de pollo.

Cuando Dos Chicas Se BesanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora