CAPÍTULO 8

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Orgullosa de ella.


Sonia.

17 de enero, 6:30 A.M.

Despierto sobre una camilla. Una enfermera me está llamando, desesperada. Repite mi nombre al compás de las sirenas de la ambulancia que suenan en el exterior del hospital.

Mis turnos siempre fueron un asco. Eran de ocho horas como mínimo, a veces más porque debía cumplir los horarios de compañeros, que por diversas razones no podían concurrir al trabajo. Aprovechaba para dormir cuando el ambiente estaba tranquilo, pero ser médico en urgencias se podía traducir como turnos con bastante actividad (y lo digo de manera apta para cualquier edad).

Me incorporo y me acomodo la bata y el estetoscopio sobre el cuello. La enfermera me dice, con rapidez y sin pausa, lo que pasó. Accidente de tránsito en cadena, venían dos personas, un hombre, con parada respiratoria, y una niña, aparentemente en buen estado, con algunos cortes pequeños y sin importancia.

Recibimos a la ambulancia y trasladamos al paciente. Tardamos quince minutos en estabilizarlo y ahora veo cómo lo llevan al quirófano. Apenas termino de quitarme los guantes voy a ver a la niña, que está llorando y no se deja limpiar las heridas.

Mientras la veo pienso en Alaia. Tan a la defensiva, luchando por ver a su padre. Mi amiga estaba igual el día en le hablé por primera vez: tan decidida a que la dejase morir.

Alaia. Desde el cumpleaños de mi hermana todo fue de mal en peor. Lo poco que había avanzado con ella, ganándome su confianza, se echó a perder por una borrachera sin importancia. Me enfurecía pensar que un beso había arruinado los principios de nuestra amistad. A pesar de que hablábamos durante las comidas y en otros momentos del día, se notaba la diferencia en nuestra relación y la tensión que se instalaba en el ambiente cuando nos veíamos. Ella me odiaba y no podía culparla.

El llanto de la niña me devuelve a la realidad. Es una pequeña de ojos oscuros y cabello castaño. Las lágrimas caen por sus mejillas y aterrizan en su abrigo blanco. Me siento a su lado y le digo a la enfermera que ya puede retirarse. Mi paciente me mira, aún llorando, y me pregunta dónde está su padre.

—Yo atendí a tu papá. Está en mal estado, pero ahora lo están operando y estoy segura de que hacen su mejor esfuerzo para salvarlo. ¿Sabes que éste hospital es reconocido por tener a los mejores cirujanos del país?— ella niega con la cabeza y yo sonrío, en parte porque adoro tirarle flores al lugar donde trabajo, y en parte porque la niña dejó de llorar.— Pues sí, tenemos muy buenos profesionales. Tu padre está en buenas manos, te lo aseguro.

Mientras le hablo para dispersarla, le limpio las heridas y las vendo. Son cortes superficiales, pero es mejor tenerlos vigilados.

—¿Quieres que me quede un rato contigo?— le pregunto. Ella asiente.— Vale, puedo quedarme un ratito más antes de ir a ver a mis otros pacientes— la subo sobre mis piernas y le susurro una canción para dormir. Poco a poco siento más peso en mis brazos y la acuesto en la camilla.

Antes de irme, la veo un rato más. El recuerdo de Alaia internada me invade y trato de salir corriendo de allí, pero no puedo.

···

Logro dormir un poco más, pero vuelvo a ser interrumpida por una enfermera. Me avisa que hay alguien esperándome en recepción y, muy a mi pesar, me levanto por segunda vez de esa incómoda camilla y voy a ver para qué me necesitan (y por qué no me permiten dormir una hora seguida).

Para mi sorpresa, es Alaia la que me está esperando en recepción. Me saluda como lo hace últimamente: con un gesto frío y distante. Me siento a su lado.

—Me he desmayado— me explica ella.

Se le nota en la cara. Está más pálida de lo normal y sus labios, los cuales veo únicamente por curiosidad profesional, están deshidratados y sin color.

—¿De la nada? ¿Habías comido algo muy salado? ¿Estaba el aire prendido? Quizá fue un golpe de calor...

—No sentí que me bajara la presión. Simplemente me desmayé— parece avergonzada, como si hubiese algo que no quisiera decirme.— Sólo quería avisártelo. Tenía el hospital de camino, voy para la facultad.

Ahora recuerdo. Hoy, Alaia comienza de nuevo su último año de magisterio antes de obtener su título como maestra. No puedo creer que hubiese olvidado un día tan importante para ella. Me golpeo mentalmente y le sonrío.

—Ah, es cierto. Hoy es el gran día— ella asiente.— ¿Estás nerviosa? Quizá fue eso lo que te provocó el desmayo.

—Estoy algo nerviosa. Tengo miedo de cómo me vayan a mirar cuando vean a la loca suicida entre ellos— baja la cabeza y yo pongo mi mano sobre su hombro.

—Ali, estarás bien. Estupenda, mejor dicho. Te conozco, conozco tu esencia y sé que vas a demostrarles que pudiste superar las cosas. Y si no puedes demostrarlo el primer día, no pasa nada, tendrás más ocasiones. Y si no puedes demostrarlo nunca, no importa, porque la gente que te conoce sabe que vuelves a ser la misma— acaricio su hombro y ella sonríe.— Y ahora, vamos a comprar algo dulce para que no ocurra lo mismo de nuevo.

···

A pesar de que me imploró que no dejara por unos minutos el trabajo, acompaño a Alaia hasta la puerta de la facultad. Quiero que se sienta más segura, y sé que lo está cuando la veo emprender su camino hacia la entrada, con paso firme. Yo puedo resumir mis sentimientos en pocas palabras: estoy orgullosa de ella.

Es simple: en Alaia había encontrado lo que necesitaba. No voy a decir que mi vida hubiese sido una mierda, porque es mentir. Siempre tuve el apoyo de mi familia y amigos en todo, logré conseguir mi título mucho antes de lo que sería normal y comencé a trabajar en un buen lugar con gente que aprecia mi trabajo. No puedo quejarme. Pero siempre sentí que me faltaba algo, o más bien alguien, con quien compartir mis sentimientos, mis logros y mis metas. Alguien para acompañar y que me acompañara. Y jamás había encontrado a ese alguien, o al menos no antes de conocer a Alaia.

Ella es una estrella y no es consciente de eso. Brilla con la intensidad de un rayito de luz porque no se da cuenta que puede hacerlo con más. A pesar de la vida horrorosa que tuvo que sufrir, siempre trata de estar de buen humor, de cocinar y de estudiar, aún cuando Duque se sienta sobre ella y hace papilla sus pequeños huesos.

Alaia es la mezcla entre vulnerabilidad y fortaleza. Dentro de ella hay opuestos que luchan por destacar, pero que siempre logran la neutralidad, haciendo de ella alguien único. Porque es la verdad: Alaia es la única persona que he conocido que destaca de los demás sin necesidad de opacarlos.

Y la realidad es, que entre tanta rutina que había en mi vida, que Alaia se escabullera en ella me hace feliz. Ahora había cambiado todo. No tengo necesidad de prepararme las comidas porque mi compañera lo hace como muestra de agradecimiento, puedo ver las series y películas con alguien a mi lado que quiera opinar y animarme a ver otro capítulo, y, sobre todo, tengo a ese alguien que había buscado. Desde que Alaia apareció en mi vida, yo comencé a ser más feliz (aunque suene egoísta, dadas las circunstancias en las que la conocí).

Antes de entrar a la facultad, se gira. Me sonríe y levanta una mano, como saludándome y agradeciéndome al mismo tiempo. La saludo (y le sonrío, pero no es necesario decirlo porque el 90% de las veces que la observo sonrío) y la miro entrar en el lugar que construiría su futuro. Uno que, yo me ocuparé, sea mejor del que había tenido.

···

Muchas gracias por todo el apoyo que le dan a mis historias aunque nunca actualizo porque soy así de inconstante. 

Los quiero mucho, 

Aby♥



Cuando Dos Chicas Se BesanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora