CAPÍTULO 13

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COINCIDENCIAS.

Sonia.

Tuve muchos momentos en mi vida en que todo se volvió un sinsentido. Muy pocas cosas eran claras en mi mente y no me sentía motivada para nada. A veces simplemente tenía ganas de dejar todo e irme a dormir y no despertarme jamás.

Cuando comencé a estudiar medicina, no sabía si era lo correcto para mí. Me torturaba día y noche estudiando para ser lo mejor que podía en lo que más me gustaba. O al menos trataba de convencerme que me gustaba. Tenía sentimientos encontrados, porque nunca me había esforzado tanto por algo en lo que tenía tantas dudas.

Medicina me salió bien. Me recibí con las mejores notas, conseguí empleo fácilmente, me seguí profesionalizando hasta que hoy por hoy puedo ejercer seis especialidades distintas.

Muchas otras cosas en la vida me salieron mal. No soy nadie para decir que mi dolor es más que el de otro. No me considero una persona que le guste hablar de las cosas malas de su vida. Sé que ahí están y que tengo que recordarlas, porque me hicieron como persona, porque me hicieron fuerte y lograron que esté donde esté. Pero no considero necesario hablar sobre eso. Me gusta más centrarme en las cosas buenas.

Y estar así es algo bueno.

Nunca pensé que iba a tener tanta incertidumbre en mi vida como con la carrera de Medicina. Besar a Alaia me demostró lo contrario. Nunca me sentí tan segura de algo, y al mismo tiempo tan asustada.

No sabía qué me había pasado con Alaia. Ella simplemente había llegado, robó un lugar en mi vida y lo hizo para quedarse. Como una aguja, pero no una molesta, sino una que me pinchaba de vez en cuando para recordarme que seguía viva.

Cuando terminamos de cenar, Alaia se fue a acostar temprano. Había decidido no molestarla, pero en este momento tengo que entrar a la habitación a buscarme ropa para dormir, otra vez, en el sofá.

Mientras rebusco ropa en el armario, Alaia me habla.

—Sonia— me llamó con un hilito de voz. Al parecer la había despertado.— ¿Quieres quedarte a dormir aquí hoy?

El corazón me dio un vuelco al oír esa pregunta. Cuento con dos ventajas: Alaia está medio dormida, así que no me ve, y, además, estoy de espaldas a ella. De todas formas, aliento a mi cerebro a dar una respuesta rápida para no hacerla esperar.

—Yo quiero. ¿Tú quieres o estás muy dormida como para asegurármelo?

Ella suelta una risita y como única respuesta se mueve hacia un lado, dejándome un lugar en la cama. Acepto gustosa su invitación y, luego de cambiarme en el baño, me acuesto a su lado.

—¿Quieres hablar de lo que pasó en la cocina?— le pregunto, con un poco de miedo.

—¿Sabes, Sonia? A veces me molesta que quieras hablar de todo lo que pasa— me reprende.

No me otorga tiempo para defenderme porque se inclina sobre mí y me da un corto beso en los labios.

—¿Todavía necesitas una respuesta?— dice burlona y yo sonrío.

—Quizás contigo ya no me hacen falta respuestas porque ya no tengo dudas.

Ella se ríe. Suelta una risita melódica, que me llena de alegría por dentro. Verla así me hace bien, porque yo estuve ahí en su peor estado. Y la vi salir de ese pozo oscuro en que la metió todo su pasado. La vi darse tropezones y a veces tomar confianza para correr. La observé recorrer un camino oscuro, sinuoso, lleno de obstáculos y complicaciones que a cualquiera habría hecho perder la esperanza. Pero no a ella. Alaia parecía una mujer hecha únicamente de fortaleza. Que a veces se quebrara, como cualquiera. Que a veces flaqueaba, como cualquiera. Pero que siempre volvía a surgir, con más fuerza que la anterior.

Dormimos juntas durante toda la noche. Despertarme fue un castigo porque quería seguir durmiendo. Estaba cansada emocionalmente por todo lo ocurrido.

Cuando abro los ojos, me encuentro con una sonriente Alaia y una bandeja con nuestro desayuno. Me invita con la mirada a tomar una de las tazas de café y acepto gustosa. Nada mejor que eso para despabilarme.

Desayunamos con una conversación sobre cosas al azar de fondo. Creo que ambas tratamos de ignorar que hay algo distinto en la atmósfera, no malo, pero sí diferente. Algo de lo que no queríamos hablar pero era necesario.

Antes de que pudiese soltar alguna palabra sobre ello, mi celular comienza a vibrar y a sonar con la melodía de una llamada entrante. Atiendo al segundo al ver que es de Bruce, el cual raramente me llama y nunca salvo para pedirme un favor.

—So, qué bueno que contestas— se lo escucha agitado, como si hubiese estado corriendo. De fondo escucho gritos.— Necesitamos que vengas al hospital en este mismo momento. Hubo un accidente, se derrumbó un edificio y todavía no sabemos cómo. Tenemos sesenta víctimas en el hospital y somos sólo cinco doctores y quince enfermeras.

—Eeh, está bien, voy en camino— le aviso, mientras me levanto y comienzo a hacerle señas a Alaia para que consiga mi bata y mis cosas del hospital. Me entiende en el momento.— Sesenta víctimas, ¿hay muertos?

—Cinco personas ingresaron muertas y fallecieron tres en el hospital.

—¿Qué tipo de heridas hay? ¿De qué gravedad, Bruce? ¡Dime todo, explícame!— me exaspero por un segundo mientras me calzo un jean y las zapatillas.

—Hay de todo. Mucha gente perdió extremidades, hay personas que sólo están muy golpeadas. Hay niños y ancianos muy heridos. Gente con varas que le atravesaron el cuerpo. No puedo explicarte todo por una llamada, Sonia, ¡necesitamos que llegues ya mismo!

—¡Está bien!, está bien. Ya me vestí. Voy en camino. ¿Quiénes están de guardia?

—Ava, Gian, León, Nadia y yo. Llamé a la jefa de residentes para que venga a ayudarnos e intenté localizar a todos los estudiantes que pude. Hay tres en camino y dos que acaban de llegar. Tengo que irme. Ven en cuanto puedas— y corta la llamada.

Le explico rápidamente a Alaia lo que pasó y ella me mira horrorizada, mientras mete en una mochila todo lo que le voy indicando. Me pongo la bata y el estetoscopio al cuello y salgo corriendo al hospital.

Entrar se me hace imposible. Empujo a muchos periodistas que ocupan el paso y los mando a dar un paseo para que podamos hacer nuestro trabajo. Todos me miran con mala cara y yo entro en el hospital. Ava se topa conmigo y me informa rápidamente.

—Te necesitan en la sala uno y dos. Muchos accidentados, vienen diez más en camino. Trata de hacer diagnósticos rápidos e indicaciones simples a las enfermeras para ver la mayor cantidad de pacientes en el menor tiempo posible. Nos estamos comunicando mediante los altavoces y todas las enfermeras tienen un intercomunicador. Úsalo. Tenemos muchos estudiantes deambulando, así que también úsalos a ellos. Haz lo que puedas.

Sale corriendo para el otro lado y yo me preocupo por ir a donde dijo que me necesitaban. En la sala uno hay una mujer embarazada, en la dos un chico joven. Decido ir con la embarazada primero. La mujer no habla, sólo llora y se toma el estómago. Veo vidrios incrustados en su vientre, mucha sangre. Las enfermeras esperan a mis señales.

Durante la mañana tratamos a todos los pacientes que ingresan. Algunos mueren, otros entran al quirófano en estado muy grave. Intentamos hacer todo lo que podemos, rápida y efectivamente.

Son las doce del mediodía y tengo que atender a la última paciente que llegó. Una joven de dieciocho años, según me informaron, que tiene golpes en la espalda y un malestar en el hombro.

Entro en la sala donde está acostada. Una enfermera me resume su estado. Y cuando voy a examinarla, me doy cuenta. Jamás había sentido tanto odio hacia un paciente, nunca me había replanteado curar o no a alguien. Pero ahí está ella, con los ojos cerrados, tan en paz que da miedo.

Acostada en la camilla, con el cuello inmovilizado y algunos rasguños en la cara, se encuentra Amira Wood. 

Cuando Dos Chicas Se BesanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora