CAPÍTULO 12

9.8K 739 193
                                    

INCERTIDUMBRE

 A pesar de mis exhaustivos intentos por dormir, no lo logro en toda la noche. Ni las noches siguientes, en las que Alaia me sigue pidiendo que duerma con ella.

Por un lado es genial, porque vuelvo a tener mi preciada cama y no tengo que dormir en el duro sofá. Por el otro, es horrible, porque apenas puedo pegar el ojo durante la noche. Hago mis turnos en el hospital con un café en la mano todo el tiempo y una cara de muerta viviente. A veces, si tengo suerte y llego a casa y Alaia no está, duermo una pequeña siesta hasta que ella me despierta para cenar.

La realidad es que por más feliz que me haga el hecho de que Alaia por fin confía en mí, dormir con ella sin poder abrazarla o besarla como buenas noches es un horror. La veo y sólo pienso en confesarle mis sentimientos. Sé que eso sólo significaría un gran retroceso y no es mi idea en este momento en que las cosas van tan bien.

A falta de David, que es todo un chico universitario y las chicas y los exámenes son más importantes que yo, confieso mis sentimientos con el abuelo Jaime. Es el elegido por el único motivo de que él ya se olía que algo pasaba entre Alaia y yo. Bah, en realidad no pasa nada entre ambas. Sólo me pasa a mí.

Mi abuelo está armando una pequeña maqueta de una casita en el campo cuando yo irrumpo en su habitación de trabajo (un pequeño cuartucho donde tiene miles y miles de maquetas con distintos diseños que realizó durante los años). Él me mira extrañado. Normalmente, no soy tan ruidosa. Pero, abuelo, a nieta desesperada, reacciones inesperadas.

—Fiorita, ¿qué te trae por aquí?— mi abuelo es un burro con los apodos. A mis hermanas y a mí nos dice "Fiorita", que es, según él, un juego de palabras con nuestro apellido materno, Fiore. Nunca le dijimos nada: si él es feliz, nosotras también.

—Pasaba por acá y pensé en saludar— digo, repasando con mi mirada la maqueta de un hotel de ocho pisos. No quiero establecer contacto visual, porque de esa forma él sabrá que necesito uno de sus consejos.

Mi abuelo Jaime es como el mejor intérprete de todas mis acciones. Tiene en su mente como un diccionario de mis gestos para cada situación. Siempre me dice que cuando miento, no parpadeo, entonces sé de sobremanera que no tengo que mirarlo cuando suelto alguna de mis mentiritas piadosas.

—Ah, muy bien. Pues ya me has saludado. Ahora ve. Que seguro tienes que hacer muchas cosas— me indica con una sonrisita.

—Bien, adiós— digo, con mala cara. No quiero admitir que vine por lo que vine. Mi orgullo no me lo permite. Por lo tanto, para pinchar en su instinto de abuelo, camino despacio hasta la puerta, como diciendo "por favor, detenme y hazme hablar".

Pero mi abuelo ni atención me presta.

—¡Bien!— grito, exasperada, cuando ya estoy al lado de la puerta.— Quería pedirte un consejo.

Él se gira, deja de prestarle atención a la maqueta y me mira con una sonrisa triunfante. Con que lo sabías, viejito.

—Dime, Fiorita, ¿qué pena nubla tu alma?

—Pues...— carraspeo y veo mis pies. Me genera una vergüenza. — ¿Recuerdas a Alaia?

—Sí, claro, tu novia. La trajiste para que le demos el visto bueno el otro día.

—Abuelo, no es mi novia, ¿cuántas veces tengo que explicártelo?

—Algo me dice que el hecho de que no sea tu novia es el problema.

Me sonrojo al instante. No entiendo por qué los ancianos siempre hablan con tal sabiduría. Dios mío, abuelo Jaime, me vas a matar de tanta sangre que me sube a la cara.

Cuando Dos Chicas Se BesanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora