Y ahí estábas tú.
Mirándome de reojo, intentando no mirarme a los ojos, por vergüenza tal vez, porque era nuestra primera vez. Mi primera vez consciente, la tuya con una chica.
Nunca me habría imaginado acabar contigo a solas, desnuda, y sin ropa. Porque era consciente de lo ardiente que eras, y de las miradas que me echabas, pero no de que fuesen con esos propósitos, tan íntimos y maravillosos.
Que apoyases tu mano sobre mi muslo, después de haberte atrevido a quitarme el botón del vaquero, fue la guinda para saber que me dabas permiso para comenzar lo que llevaba pensando en hacerte desde que te quitaste la camiseta delante de mi.
Pude notar como temblabas, al menos yo dejaba de ser la única, y puedo recordar perfectamente como poco a poco fuistes echándote encima de mi hasta tumbarme completamente en la cama.
Tu pelo largo y oscuro cayendote por la espalda. Las gotas de sudor en la frente. El rimel ligeramente corrido por debajo de los ojos. Tus labios húmedos y enrojecidos por los mordiscos entre besos y más besos.
Creo que jamás olvidaré aquellas palabras que peonunciaste casi susurrando a mi oído, después de parar a respirar por la agitación de ambas.
Fue increíble, no podría negarlo, y se que tú tampoco, me lo estubiste recordando durante toda esa semana que nos vimos...
Y la verdad es que espero que haya una segunda parte, porque sentir tus manos acariciando mi cuerpo, tus labios sobre los mios, ver tu espalda arqueandose lentamente y sentir ese olor tuyo en todo mi cuarto, la verdad es que es una de las mejores sensaciones que he podido vivir este verano.