Capítulo 4.

3.7K 126 4
                                    

Los rayos de sol entraban cálidos por la ventana y acariciaban el rostro de César, era un nuevo día, un día más de levantarse y de ir a trabajar para poder poner algo de pan en su boca.

El cielo estaba completamente despejado, sería un día caluroso como todos, la tal sequía hacía que el mediodía fuera insoportable bajo el sol. Tomó su viejo sombrero, se lo caló y se dirigió al trabajo.

Logró ver el gran invernadero desde lejos, era el único en ese lugar y talvez el único en esas tierras abandonadas por Dios. Entró dispuesto a realizar su trabajo, sabía muy bien como hacerlo ya lo había hecho miles de veces, unas horas después fue interrumpido por Carlos, su jefe.

— César, pensé que no vendrías hoy.

— Como no voy a venir patrón, no hay de otra...

— Eso...

El viejo se preguntó si aquel chico tenía al menos una idea de lo que estaba pasando en los campos, ese chico era realmente raro supuso que a el no le importaría si un gran nido de dragones estubiera en medio de la cosecha de maíz siempre y cuando el tuviese trabajo.

— Toma chico... — Carlos sacó varios billetes de su bolsillo y se los entregó a César.

— Pero señor...

Suspiro... No sabes lo que esta pasando ¿cierto?

Cesar se sorprendió, no tenia idea de lo que el viejo decía. Carlos pudo ver la sorpresa en su rostro, se recargo sobre las vacías cajas de madera y suspiro de nuevo.

— Esta maldita sequía esta acabando todo. La mayoria de la cosecha se ha perdido. El trabajo en el invernadero termina hoy y... Y no sé cuando volverá a haber trabajo...

La frustración era evidente en la voz del viejo, esas palabras aturdieron a César, extrañamente se sobresalto ante esa noticia pero no le preocupo lo sufriente, no como debería, no pudo pensar en otra cosa que hacer su trabajo, y hacerlo bien o el jefe Carlos se molestará.

Cuando la tarde hubo caído y el cielo tomo un tono rojizo el trabajo se había terminado, el joven moreno se sentía mas exhausto que nunca, no había comido nada en todo el día.
Los trabajadores se dirigían rendidos a sus casas, era sorprendente ver como tenían la energía suficiente para caminar.

César se disponía a marcharse pero la voz de Carlos lo hizo detenerse.

— ¡César! ¡Chico, espera! — lo alcanzó — Toma. — le entregó un par de billetes más.

— Señor, yo no puedo...

— Tomalos, los necesitarás.

— Gra... cías...

— ¿Has pensado en lo que harás?

— ¿Que?

De pronto se dio cuenta de que lo había olvidado completamente.

— No. No sé.

¿Que haría? Yo no tendría trabajo en este lugar ¿Qué haría? No tendría un lugar a donde ir ¿Que demonios iba hacer?

— Todos los hombres se están hiendo a la ciudad... deberías irte con ellos... como están las cosas aquí... bueno...

¿Irme...? Irme...

Su mente quedó en blanco, jamás había pensado en eso, nunca paso por su cabeza esa posibilidad.
Carlos temió por un momento que el chico perdiera la cabeza pero este aún sumido en sus pensamientos se retiró.

¿Irse? ¿A la ciudad...? El nació en ese pueblo y siempre había tenido la idea de que estaría ahí hasta que muriera.

Había caído la noche y ya estaba frente a la puerta de don Mario, no tocó solo entró y se sentó.

Me VendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora