Capítulo 18

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Casa, esa palabra puso melancólico a César, había tenido varias casas en su vida, y todas las había perdido, la casa de Esteban todavía no era su casa, pero tenía miedo de que así fuera, pues probablemente le traería una desgracia y dejaría a ambos en la calle, solos, y sin ninguna esperanza.

Al llegar la noche había cubierto todas partes, pero la pequeña sala del departamento iluminaba hizo cerrar los pequeños ojos cafés y brillantes de César, esa luz le dio esperanza, una calma difícil de describir o quizá fuera que se encontraba con ese chico, ése que no estaría para ayudarlo, no le brindaría su mano, pero llegaría en el momento justo para hacerlo sentir vivo.

Sonrió para sus adentros, y sin que nadie se lo indicara fue a sentarse en uno de los cómodos sofás, Esteban se le unió, nadie hablaba, algo les decía que ese momento no debía de romperse, sólo debían estar tranquilos, disfrutando de la compañía de cada uno.

Después de varios minutos de estar sentados en silencio, Esteban comenzó a acariciar a César. Primero fue una caricia cálida en su pierna, varios minutos. Sabía que a César le gustaba pero protestaba, se hacía el difícil; cuando éste no dijo nada de su repentina caricia se animó a seguir, fue subiendo poco a poco, sin prisas, se encargaba de dejar al moreno con ganas de llegar a esa parte.

César se sentía cada vez más vulnerable, disfrutaba del tacto de Esteban, cada caricia de él le daba a su cuerpo un calor que se hacía cada vez más intenso y no parecía tener un límite, quería que llegara a esa parte, aquella que lo haría querer todo de Esteban, estar a su merced sin remedio, pero era malo, era tan malo que lo dejaba con ganas, llegando a dar sólo un pequeño roce.

Entre más cálidas eran las sensaciones en su cuerpo, más se deseaban, por primera vez fue César quien se animó a dar el primer beso, un beso desesperado, deseoso de amor y placer, no tenía experiencia besando pero a Esteban eso no le importaba, le gustaban los labios de César, le gustaba César, había algo en él que le provocaba deseo, quería estar cerca de él, tenerlo en la misma situación de ese momento todos los días. Por eso lo buscaba, por eso cada vez que le corría (porque pensaba que si se quedaba un minuto más se volvería totalmente loco por él y entonces estaría acabado), volvía a buscarlo, vagaba por las calles con la esperanza de que se haya perdido de nuevo y fuera el su salvador.

Realmente era tan inocente, tan libre de pecados, de malicia, algo que no había conocido en las demás personas. Quizá las palabras que emitía su boca fueran mentira, pero su voz y sus gestos lo delataban, no sabía mentir, y menos ahora, en estos momentos donde su respiración y su cuerpo decían la verdad de su corazón.

Por fin, por fin Esteban había llegado a tocar su entrepierna, un escalofrío misterioso hizo a César temblar, mientras Esteban se excitaba más al darse cuenta de lo que provocaba en el primero, siguieron con aquel beso desesperado, mientras sus erecciones eran más duras y grandes. Esteban tomó la mano de César y la llevo a su parte íntima, el tacto entre los dos era rápido, estaban deseosos.

Así estaban los dos, rozándose. La ropa se fue volviendo innecesaria, Esteban arrancó con desesperación la camisa de César y comenzó a acariciarlo con aquella forma tan profesional y provocativa que el sabía, sus manos pasaban por aquella piel morena suavemente, tratando de encontrar aun la más mínima mancha o cicatriz, quería conocer todo su cuerpo.

Pero para César no era suficiente, el deseaba el cuerpo de Esteban, así que hizo lo mismo que éste y le quitó su camisa, le dejó caer, los músculos de Esteban, así como su cuerpo perfecto quedaron libres para el moreno, quien se quedó contemplándolos con demasiado interés, para después acariciarlos, para poder sentir su gran fuerza, su protección. No pudo resistir unos minutos más de caricias, fue directamente al pecho, el cual comenzó a besar de la misma forma apasionada que había hecho momentos antes en la boca de Esteban.

Le gustaba, sentir la dureza de esas partes lo hacía sentirse más excitado, el aumento de la temperatura corporal de Esteban se hacía más evidente, comenzaba a gemir débilmente. César seguía extasiándose alegre. El primero ya no pudo más, se levantó y quitó toda su ropa, quedó desnudo frente al chico, sin pena, listo para entregarse. Tomó la cabeza de César por la nuca y acercó a su parte íntima, César pasó la lengua por ésta de manera desesperada, saboreando cada centímetro, no importaba que no supiera hacerlo, lo deseaba.

Esteban se recostó, poniendo cómodo para pasar sus manos por su piel mientras César lamía, le gustaba como  lo hacía el chico, como había perdido el miedo para hacerlo, de pronto se preguntó sí a él también se lo habrían hecho. Preso de la curiosidad se acercó al moreno, atrapándolo con un beso en la boca y poniéndose encima de él, lo acarició un poco, después bajó despacio hasta su pena, el cual estaba igual de erecto que el suyo, César tembló pero no dijo nada. Introdujo el miembro a su boca y comenzó a lamerlo, ambos templaron ante el placer.

Tras unos minutos César se vino en la boca de Esteban inesperadamente, se sintió apenado, no pensó aguantar tan poco, sin embargo, el último sólo se limpió y le dio un tierno beso, después volvió encima respirando agitado, le calmaba estar así, el chico le brindaba tranquilidad, tras unos minutos de tomar aire durmieron.


***


El sol quemaba, hacia demasiado calor, pero ni eso detenía a la pobre señora que caminaba por todos lados, deteniendo a todas las personas para preguntarles sobre su hijo perdido. Hacía más de un día que no sabía nada de él, no era de esos chicos rebeldes que le gustara estar por todos lados, era bueno, siempre le avisaba a donde iba, siempre volvía a casa.

Sabía que era muy mala idea no mostrar una foto, pero es que jamás había podido tomarse una, tenía que hacer una breve descripción a todo aquel que se dignara en detenerse a escucharla, pero nada, nadie lo había visto, o era quizá que su descripción no era muy buena. Lo pero de todo aquello era que César también había desaparecido, él hubiera podido ayudarle, pero se esfumó igual que su hijo, pedía a Dios que no le hubiera pasado nada malo, o que ya hubiera encontrado a Pedro y pronto estarían de regreso los dos, completamente ilesos, en casa.

Así anduvo, bajo el sol abrasador por horas deteniendo a toda la gente, nadie podía darle una esperanza hasta que...

Un hombre, adinerado, como podía apreciarse por la forma en que vestía, pasaba tranquilamente por la calles, observando los modestos establecimientos, la bajita señora se le acercó y lo detuvo disculpándose. Empezó a describirle a su hijo, el hombre asentía pero era evidente que no entendía lo que le decía la mujer; obtuvo la misma respuesta, "no sabía nada". De pronto la mujer tuvo lo que para ella era una gran idea, le dijo que siempre iba acompañado de otro joven, y le describió a César, entonces aquel hombre sonrió.

—Oh sí, claro. Los vi a ambos, estaban en el antro. Pero más tarde me retiré y no sé que habrá pasado con ellos —dijo el caballero, la señora se desconcertó.

—¿En un antro, qué antro?

—El antro gay que está a unas cuantas cuadras de aquí. Los dos estaban allí.

—Lo siento, señor. Pero usted debe de estar confundiéndoles.

—No, señora. A menos que usted los haya descrito mal, porque por lo que me dijo son ellos, usted podría ir con el dueño y preguntarle, el más joven trabaja para él.

—Pe-pero eso no puede ser.

—Pues no lo sé, señora. Pero si no quiere tener dudas debería ir a preguntar.

—Sí, sí, tiene razón. Muchas gracias.

Muy perturbada, la pobre mujer se dirigió al antro, preguntando muy seguido por su ubicación, jamás se imaginó que estaría buscando uno de esos lugares del diablo, y menos que su hijo pudiera estar en uno de ellos. De pronto, de lo más profundo vino un amargo presentimiento, si su hijo trabajaba ahí, y asistía junto a César, no lo sabía, quizá que se hubiera perdido era lo mejor... No podía tener en su casa a una de esas personas, menos aún si se trataba de un hijo suyo, no podía. Pero estaba segura de que aquel hombre estaba confundido, Pedro jamás sería como esas retorcidas personas, él era un chico normal y bueno. Y lo comprobaría cuando se encontrará con el retorcido dueño del lugar. Mas si César le había mentido, podría irse despidiendo de la comodidad de la que había disfrutado en su casa. Una persona de esas, en su casa... No tendría misericordia.

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