La Segunda Notificación

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Recuerdo que no para de llover. Días y días, hasta que incluso yo mismo me harto de estar solo en el bosque. Así que aquí estoy, sentado en la mesa de la cocina, dibujando. Abu está en la cocina también. Abu siempre está en la cocina. Esta vieja y huesuda, con esa piel diáfana que tienen los viejos, pero también zes delgada y espalda recta. Viste faldas de tartán plisado, y botas para caminar o para la lluvia. Siempre está en la cocina, y el suelo de la cocina siempre está lleno de fango. Incluso con la lluvia, la puerta de atrás está abierta. Una gallina entra en busca de refugio pero Abu no lo tolera, la echa afuera suavemente con el borde de su bota, y cierre la puerta.

La olla burbujea sobre la estufa, expulsando una columna de vapor que se levanta rápido y estrecha, y luego se ensancha para unirse a la nube de arriba. Los colores verde, gris, azul y rojo de las hierbas, flores, raíces y en canastas, se desidibujan en la bruma que los rodea. Sobre las repisas, ordenados en fila, hay tarros de vidrio rellenos de líquidos, hojas, granos, aceites, pociones e incluso algunas mermeladas. La retorcida superficie de trabajo de madera de roble está atestada de cucharas de todo tipo —metálicas, de madera, de hueso; tan largas como mi brazo, tan pequeñas como mi meñique—; así como de cuchillos colocados dentro de un cubilete, cuchillos sucios cubiertos de algo pastoso y tirados sobre le tabla para picar, un mortero de granito, dos cestos redondos y más tarros. En la parte de atrás de la puerta está colgado un sombrero de apicultor, una colección de delantales y un paraguas negro tan encorvado como un plátano.

Lo dibujo todo.

Estoy sentado con Arran, viendo una película antigua en la tele. A Arran, le gusta ver películas antiguas, cuanto más viejas mejor, y me gusta sentarme con él, cuanto más cerca mejor. Los dos llevamos pantalones cortos y los dos tenemos las piernas flaquísimas, solo que las suyas son más pálidas que las mías y cuelgan más abajo, sobre el borde de el viejo y cómodo sillón. Tiene una pequeña cicatriz en su rodilla izquierda y una larga sube por su espinilla derecha. Su pelo es de color café claro y ondulado, pero por alguna razón siempre se queda bien peinado dejándole libre el rostro. Mi pelo es largo y lacio y negro, y cuelga sobre mis ojos.

Arran lleva puesto un suéter azul encima de una camiseta blanca. Yo llevo la camiseta roja que él me dio. Siento calorcito cuando me acerco a él, y cuando giro mi cabeza hacia arriba para mirarlo, lleva su mirada de la tele hacia mí, como a cámara lenta. Sus ojos son claros, de un color azul grisáceo con destellos de plata, y hasta parpadea lentamente. Todo en él es dulzura. Sería estupendo ser como él.

—¿Te está gustando? —pregunta, sin prisa por recibir una respuesta.

Asiento.

Me rodea con su brazo y mira de nuevo a la pantalla.

Lawrence de Arabia hace el truco con la cerilla. Después quedamos en probarlo nosotros. Cojo la caja grande de cerillas del cajón de la cocina y salimos corriendo con ellas al bosque.


Me toca a mí primero.


Cojo la cerilla y la sostengo entre mis dedos pulgar e índice, dejando que se queme hasta abajo y se apage. Mis dedos pequeños y delgados con las uñas completamente mordidas se queman, pero sostienen la cerilla ennegrecida.

Arran también intenta el truco. Pero no lo logra. Es como el otro hombre de la película. Deja caer la cerilla.

Después de que él regresa a casa intento hacer el truco otra vez. Es fácil.


Arran y yo entramos a hurtadillas en el cuarto de Abu. Huele extrañamente medicinal. Bajo la ventana hay un cofre de roble donde Abu guarda las Notificaciones del Consejo. Nos sentamos en la alfombra. Arran abre la tapa del cofre y saca la segunda Notificación. Está escrita en pergamino grueso y amarillo con caligrafía gris que se arremolina de un lado al otro de la página. Arran me la lee, lento y en voz baja como siempre.

El Lado OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora