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No me dejaban salir sola ni a la esquina, también era rehén de mis padres. En la cena hablaban de las Olimpiadas, sobre el tráfico, de los extranjeros que pulularían por la ciudad, de los atletas y los boletos que iban a comprar, y en qué lugares verían a las gimnastas. Ignoraban lo que pasaba afuera, lo que le pasaba a su pueblo insurrecto, sólo volteaba la cara a lo importante. Y yo era como ellos.

Una madrugada paseaba en mi cuarto como fiera enjaulada, no podía ser como ellos, si de miedo se tratara nadie saldría siquiera de su casa. En silencio salí del departamento, dejé una nota en la mesa de que regresaba más tarde. Tomé la bicicleta de mi hermana y pedaleé hasta casa de Camila. El portero se sorprendió de verme tan tarde, pero me abrió la puerta y dejé mi medio de transporte en el estacionamiento. Caminé decidida las dos escaleras, toqué la puerta, tardó un poco en abrir.

—Lauren... —dijo sorprendida.

La miré a los ojos, estaba adormilada y yo demasiado despierta por el ejercicio y el frío. Pasé a su casa, ella se quitó del medio, cerró la puerta. Me quedé un momento apoyada contra la barra de la cocina.

—¿Qué pasa? Es muy tarde, ¿sabes?

Me volteé, acercándome poco a poco, ella seguía confundida por el sueño, tomé su cara entre mis manos, respingó un poco porque estaban frías, sonreímos.

—Me comporté como una imbécil, todo se me vino encima y mi maldita humanidad se hizo gigante y... No me podía ir sin... —me acerqué más— hacer esto.

Y la besé. Al inicio su cuerpo estaba rígido por la sorpresa, pero me abrazó por la cintura y me beso de vuelta, con más ganas.

Se separó lentamente y tomó mi mano, mis pasos volvieron a sonar como cuando la seguía a su auto, Camila lo supo. Sin titubear me llevó a su habitación, me sentó en una orilla del colchón y subió a horcajadas sobre mis muslos. Sólo se quedó ahí, observándome, acariciando los detalles de mi cara. Juntó su frente contra la mía y en el claroscuro veía sus sombras, la sentía respirar sobre mí. Pasó los brazos por mi cuello y la escuché respirar rápido, como si alguien la hubiera correteado por un buen rato. No sabía qué hacer, sólo pude abrazarla por la cintura y pegarla lo más que pude a mí.

—No hagas esto, no lo hagas...

—No entiendo... —dije.

—Sólo... No regreses si te vas a ir... Pero si lo vas a hacer, sólo vete y no te despidas, okay?

Asentí y hundió la cara en mi cuello. Sentí las gotas tibias resbalándome, luego su lengua caliente dibujando figuras amorfas en la piel que desnudaba. La besé, descubriendo su piel con las manos. Fue torpe, sobre todo de mi parte, era nueva, pero el instinto fue más sabio. 

Ella era yo y yo era ella, vistas a través de un espejo, nos reflejábamos, un cuerpo igual frente al nuestro, un alma compatible. Manos, piel, sudor, labios. Nos reflejábamos en la oscuridad, entre sombras y resabios de luz. Nos reflejábamos a claroscuro, en grises, en carne sin propietario, en humedad. La liviandad da fuerza, quita el miedo, nada existe afuera ni adentro. Sólo el reflejo tangible, enfrentado. Ese yo que no eres tú, pero será lo más cerca que estarás de conocerte y lo adoptas como tuyo. Como tu yo real. Es un reflejo amado, tan mortal como tú, tan imperfecto como te imaginas que eres. Terminas mirándote con todas tus aristas, terminas amándola y, casi como daño colateral, terminas amándote a ti.

La abracé por detrás y ya no hubo regreso posible. Era real a lo que sonaban mis pasos... La seguiría hasta el fin del mundo.

El miedo es intrínseco en el ser humano, lo que hacemos con él es lo que nos diferencia. Camila despertó aún con mi brazo sobre su vientre. Giró para mirarme a los ojos, como si no se lo creyera. Sonreí y la miré, me miré. El poema de "Piedra de sol" de Octavio Paz llegó a mi cabeza como un relámpago, como una respuesta. Salí de la cama como resorte, fui a su sala y busqué en su librero. Regresé con el libro entre las manos.

Le leí la segunda parte.

Madrid, 1937,
en la Plaza del Ángel las mujeres
cosían y cantaban con sus hijos,
después sonó la alarma y hubo gritos,
casas arrodilladas en el polvo,
torres hendidas, frentes esculpidas
y el huracán de los motores, fijo:
los dos se desnudaron y se amaron
por defender nuestra porción eterna,
nuestra ración de tiempo y paraíso,
tocar nuestra raíz y recobrarnos,
recobrar nuestra herencia arrebatada
por ladrones de vida hace mil siglos,
los dos se desnudaron y besaron
porque las desnudeces enlazadas
saltan el tiempo y son invulnerables,
nada las toca, vuelven al principio,
no hay tú ni yo, mañana, ayer ni nombres,
verdad de dos en sólo un cuerpo y alma,
oh ser total...
[...]

todo se transfigura y es sagrado,
es el centro del mundo cada cuarto,
es la primera noche, el primer día,
el mundo nace cuando dos se besan,
gota de luz de entrañas transparentes
el cuarto como un fruto se entreabre
[...]

amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan alas
en las espaldas del esclavo, el mundo
es real y tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a saber, el agua es agua,
amar es combatir, es abrir puertas,
dejar de ser fantasma con un número
a perpetua cadena condenado
por un amo sin rostro;
el mundo cambia
si dos se miran y se reconocen,
amar es desnudarse de los nombres:
[...]

¿no pasa nada cuando pasa el tiempo?

[...]

Al terminar, la miré a los ojos.

Todo es culpa de las minifaldas [Minific - Camren]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora