III

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El movimiento cada vez tomaba más fuerza, se hacía más grande y más cohesionado. Los padres comenzaban a ir a las marchas, los proletarios también, nadie era diferente al otro cuando íbamos del brazo caminando por las calles. El pueblo unido, en toda la expresión de la palabra. Claro que esto hizo que los de arriba les diéramos miedo, y es que no podían tener un pueblo insurrecto y presentar una buena cara al mundo. Cada vez faltaba menos para las primeras Olimpiadas en México y parecía que el movimiento sólo tomaba más fuerza, aunque la represión era cada vez más descarada y los desaparecidos y presos políticos más comunes. Todos tuvimos miedo de ser estudiantes, de pensar, de no conformarnos con lo que nos daban. Pero este miedo sólo nos daba más coraje, más ganas de hacer un cambio, sentíamos que íbamos a triunfar, porque eran muchos y debían ceder... Ninguno se imaginó lo que los cobardes harían con tal de ser unos hipócritas con el mundo, por no perder el poder...

A la Twiggy le regalaron un departamento en la Juárez, cerquita de Reforma, dizque para convencerla de que se saliera del movimiento, pero lo único que pasó fue que las reuniones se comenzaron a hacer ahí, discutíamos y bailábamos en su sala. Se volvió nuestro lugar de resistencia y planeación.

Una noche... La recuerdo bien, porque hacía mucho frío por el Otoño, y había mucho viento, hacía que los arboles tiraran sus hojas antes y cada paso era un crujido. Por eso me di cuenta.

Salí porque ya se nos había acabado el pan dulce para cenar, tenía en la cabeza una tonadita de los Bich Bois, no sabía que decía pero me recordaba a Camila. Iba chiflando bajito, cuando escuché muchos crujidos atrás de mí, caminé más rápido y los pasos también lo hicieron. Volteé dispuesta a encarar al pervertido y gritarle "órale, tú qué, cabrón", pero me encontré con tres hombres bien macizos que siguieron caminando hacia mí, viéndome directamente. Tenían corte militar. Parecía que me habían estado esperando debajo de mi casa. Me eché a correr lo más rápido que pude metiéndome entre callecitas, pero ellos no desistían, estaban cazándome. No podía regresar, tuve que seguir aunque los pulmones me quemaban todo el pecho y la espalda. Cuando llegué a Insurgentes lloraba, sentía que en todo el cuerpo que sería la siguiente, que me harían de todo por ser mujer y por formar parte del comité organizador. Seguí corriendo hasta la Juárez, no supe cuándo me dejaron de seguir, sólo sé que llegué al edificio donde vivía Camila. El portero abrió al reconocerme, no me importó su "buenas noches" y seguí trotando hasta que llegué a la puerta del departamento. Abrió al primer golpe. El sudor, las lágrimas, los sollozos, los jadeos, todo era lo mismo, formaban parte de ese cuerpo asustado que se lanzó a los brazos de Camila y ella lo recibió como si ese fuera su lugar.

Seguía temblando y maldiciendo a esos hijos de puta sin madre ni nada. Camila llamó a mi casa, mis papás ya estaban planeando ir a la Delegación, ella les dijo que llegué a su casa y por lo que balbuceaba era más seguro que me quedara esa noche ahí. Mis papás aceptaron un poco nerviosos, ya me tocaría decirles lo que pasó y a ver qué hacíamos. Después me hizo un té de tila y se sentó a mi lado, yo seguía temblando, como si tuviera mucho frío. Camila tomó la taza de mis manos y la dejó encima de la mesita. Hizo que me recostaba en su pecho. La abracé por la cintura y ella me acarició. Los temblores poco a poco se calmaron, dejé de tener miedo.

Nos separamos cuando nuestras tripas chillaron de hambre. Hicimos de cenar, bailamos con Aim a biliber de los Monquis, mientras batíamos los huevos para hacer una tortilla española. Ella estaba concentrada en la cocción perfecta, miraba detenidamente los bordes, yo la observaba al otro lado de la barra, sin pensarlo me levanté y la abracé por la cintura, apoyé mi cabeza en su hombro, ella puso una mano sobre mi brazo, pero siguió concentrada. Le susurré "gracias" y ella rio bajito y dijo "para eso están las amigas, ¿no?". "Sí", le respondí y regresé a observarla de lejos. 

Puse la mesa y mientras se terminaba de hacer el café, busqué entre sus vinilos. Encontré el de los Bich Bois y lo puse. Sonrió al escuchar las primeras notas de Guldent it bi nais, cantaba bajito.

—Oye... ¿te digo algo y no me ves raro?

—Claro —dijo con la boca llena.

—Esa canción me recuerda a ti —casi se atraganta y se puso coloradísima— ¿qué? ¿qué dice o qué? ¿es algo malo?

No me contestó, sólo sonreía aún chapeada. Mientras recogíamos los platos, me dijo en un susurro "yo también pienso en ti cuando la escucho" y le pregunté qué decía, sólo negó con una sonrisa y siguió acomodando.

Después de una batalla, casi de caballeros, llegamos a la conclusión de que las dos dormiríamos en su cama, y ninguna tendría el honor de dormir en el sillón, mientras la otra en la habitación. Cada una se repegó a su correspondiente esquina y nos quedamos dizque dormidas. Tenerla tan lejos, pero tan cerca me mantuvo despierta una parte de la noche, pero los músculos mallugados pudieron más y me quedé perdidamente dormida.

Sólo los rayos matutinos que me pegaron en la cara me despertaron, tenía la mano derecha entumida, miré debajo de las cobijas y descubrí que nuestras manos estaban entrelazadas, en algún punto de la noche ellas solitas se buscaron, como diciendo lo que nosotras no. Sonreí y la canción de los Bich Bois regresó a mi cabeza.

Todo es culpa de las minifaldas [Minific - Camren]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora