El señor Joseph Granger.

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El jardinero del Parque Central Albeth Springwood. Ese era su trabajo, uno que le permitía estar al aire libre que, gracias a su edad, le venía muy bien. Pues estar en un geriátrico no era la mejor de las ideas para él, pues casi toda su vida estuvo encerrado. Contaba ya con 70 años, alto y algo fornido pero conservando su delgada figura, su cabello, antaño rojo, ahora era gris casi blanco. Tenía las manos algo callosas y arrugadas, pero por lo demás se conservaba en perfecto estado físico. Sin embargo, eso solo le hacía recordar su dura vida.

Al ser huérfano, cayó en un orfanato con solo unos pocos meses de nacido. No tuvo muchos amigos, pues era un lugar de mala muerte donde tenías que cuidarte de todos y depender solo de ti. Cuando finalmente una pareja desea adoptarlo con 3 años, la mala suerte vuelve a acosarlo: ambos científicos, terminan experimentando con él. Se la pasaba inyectándole feromonas y demás cosas para ayudar al rendimiento físico, lo que le decía que trabajaban para deportistas profesionales. En cuanto fue mayor de edad, tomo las pocas cosas que tenía y, aprovechando la distracción de sus padres adoptivos, huyo de allí para no volver más. Pero alertados por ellos, un amigo suyo lo encontró y se lo llevo a la base militar y paso 15 años encerrado. Fue un milagro que un día, atacaran la base militar y el, junto a varios mas, lograron salir a tiempo de que los volvieran a agarrar. Viajo por mucho tiempo hasta que encontró este pueblito que le brindo la oportunidad de una mejor vida. Y la disfrutaba, valla que sí.

La gente le sonreía, la hablaba con respeto y los niños hasta jugaban con él. Se sentía aceptado y en casa. En solo un año, logro recuperar la alegría de vivir. Aun no se había enamorado, pero mantenía la esperanza de que pronto sucediera. Y si no, bueno, aun le quedaba el cariño de la gente del lugar. Gente que agradecía y elogiaba el cuidado que le daba a la hermosa vegetación y la limpieza de la plaza del Parque Central. No podía pedir más. Las pesadillas se habían ido para no volver. O al menos eso creyó.

Se despertó sobresaltado esa mañana de finales de mes, con los pantalones pegajosos y las manos sucias de su semilla, la cara toda roja y la respiración agitada. El sudor cubría su espalda, la almohada y toda su nuca. Jamás le había pasado algo así, ni tan siquiera durante sus prolongadas sesiones de inyecciones.

Joseph se levanto, fue al baño donde se lavo las manos y la cara, salió para cambiar las sabanas y la funda de su almohada, al terminar fue al ropero para agarrar ropa limpia para, finalmente, irse a duchar para despejarse y empezar su rutina.

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Nicolás despertó con una gran sonrisa y muy buen humor. Su familia estaba gratamente sorprendida y muy contenta con el brillo que había vuelto a los ojos miel.

— Muy buenos días.

— Buenas, tío. —le sonrieron los pequeños.

— Buenas a ti también, Nick. —le saludo con un beso en la mejilla, la mujer pelirroja.

— Estamos de buenas ¿he? —Karl le dio unas palmaditas en señal juguetona.

— Tuve un maravilloso sueño, es todo. —les dijo con cariño y soltó un suspiro.

—¡Oh mi Dios! ¿Estás enamorado? ¡Rayos, ¿como no lo vi antes?! ¿Quién es? ¿Lo conocemos? Es de aquí, ¿verdad?

—¡Que emoción! Invítalo a cenar, preparare todo para impresionarlo.

— Lo hare a su debido tiempo, no coman ansias. O me lo espantaran. Jajajaja —y tras terminar su desayuno salió con los chicos al parque, ese día seria de ellos tres.

Los hermanos felices por su amigo, solo asintieron comprensivos.

En el transcurso de la caminata hasta el parque, los niños trataron de sacarle información sobre el misterioso hombre pero Nicolás se mantuvo firme y no soltó ni un nombre. Cuando llegaron se fueron directo a jugar a la pelota, en la parte de arcos y tratar de ganarle a su tío, por una vez.

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Joseph termino de regar las plantas y flores del Parque justo a tiempo para los madrugadores que querían disfrutar de ese día tan bonito. Saludo a unas cuantas personas, antes de atender la limpieza de los cestos. A medida que cambiaba las bolsas de basura usadas por nuevas, más gente llegaba. Lo cual le sacaba unas sonrisas, pues le hacía sentir que estaba por el buen camino. Ya con la última bolsa cambiada, tomo las manijas del carro de la basura (bastante grande pues tenía que tener espacio para las 23 bolsas llenas de los tachos del parque) y fue a vaciarlo a la esquina por donde pasaba, puntual, el recolector. No tardo tanto en llegar el recolector, su conductor Reid, era muy bsecivo con la puntualidad y ambos se llevaban muy bien.

—¡Buenos días, mi buen amigo J!

— Buen día a ti también, R.

— Como siempre, me alegra que seas ordenado, J, eso facilita mi trabajo. Ojala las demás personas también lo fueran.

— La gente debe ser consciente de que el otro también tiene una vida y horarios que cumplir, pero no lo hacen porque viven ajetreados de la propia. Una lástima sin duda.

—¡Tu lo has dicho, hermano mío! Bueno, hasta la tarde, J.

— Hasta la tarde, R.

Y Joseph devolvió el carro a su lugar. Fue hasta la cabina de vigilancia y lavo sus manos, para salir a recorrer el parque en su totalidad. Pues debía ver que todo estuviera en orden, aunque no negaría que también disfrutaba cuando los pequeños le consultaban algo o las madres charlaban con él sobre jardinería.

Pasaron unas horas; entre juegos con los niños,charlas con las mamas y papas que pasaban sus días libres allí, ayudando a los jugadores de ajedrez y ahuyentando a los buscapleitos, Joseph fue a parar donde estaban los nuevos habitantes de la Calle Elm.

¡¿Pero qué demonios?! Maldijo al ver a Nicolás. Lo vio y no pudo evitar pararse en seco. Allí, como si se tratara de una mala pasada de su mente, estaba el joven del sueño. Tan hermoso y real como si fuera la mismísima aparición. ¿Existe? Peso extrañado, pues había creído que su sueño era, valga la redundancia, un sueño y que todo lo acontecido era producto de su imaginación. Jamás se imagino que ese joven fuera real. Pero allí estaba y con los niños que defendió la otra vez. Estaba por volver por donde había llegado, cuando una vocecita lo intercedió a tiempo.

—¡Señor Granger! ¿Cómo esta? ­—fue Tiara la que lo vio y, corriendo, fue a su encuentro.

— Pequeña Tia, si todo en orden. ¿Y tú, niña traviesa? —le sonrió cariñoso, revolviendo su pelo castaño.

— Bien, estamos con mi tío. Ven y conócele, es Nicolás.

— Oh, mmm, bien.

Nicolás se quedo muy impresionado de ver, tras lo mucho que le contaron sus sobrinos, al famoso jardinero Joseph Granger. Ese rostro y esa contextura física, no le eran desconocidas, por lo que su ágil mente ya sabía cómo utilizar ese inesperado regalo del destino.

— Hola, señor Granger. Muchas gracias por apoyar a mis sobrinos, es difícil ser el nuevo. —dijo estirando la mano con una amable sonrisa en el rostro.

—Los niños pueden ser crueles en ocasiones, no me parece correcto por eso quise ayudarles. —le sonrió en respuesta estrechando la mano cálida del joven.

—Esta gente es muy supersticiosa y no tomaron a bien nuestra llegada, pero por lo menos ahora un poco se calmaron las aguas.

—Levo un año aquí así que no se mucho de su historia, los recortes de diarios y otros medios censuraron gran parte.

—Lo sé, la tragedia es mala consejera. Pero cambiemos de tema, ¿gustaría acompañarnos en nuestro picnic? —y señalo el mantel del suelo con la canasta y sus manjares.

—Seria todo un placer.

El almuerzo paso entre chistes, anécdotas que hacían reír a los niños, algunas travesuras inocentes y juguetonas, y rica comida de campo. Joseph se sintió aceptado por ese bello joven, sin percatarse que su sombra lo miraba con rojos ojos llenos de ira.

Pesadilla de Ensueño -Freddy/Oc-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora