Había salido 00:10 el micro que me llevaba a mí y a mi acompañante a una zona hasta ahora —para nosotros— totalmente desconocida. Un pueblo muy poco transitado instalado a los pies de las sierras; en las líneas fronterizas de las provincias de Córdoba y Buenos Aires.
Nunca habíamos escuchado hablar de tal inhóspita localidad. Y seguramente nunca abríamos pisado esas tierras, de no ser porque mi gran amigo de la infancia que por motivos de inestabilidad financiera se vio obligado a abandonar la ciudad que junto con su madre habían habitado toda la vida; aquella ciudad donde nos habíamos conocido, entablando una amistad irrompible.
Sin embargo, en este viaje no estaba solo; hace aproximadamente 2 años tuvimos la oportunidad de conocer a una persona que se dio de inmediato con nosotros. Al cual invitamos a compartir nuestro circulo y que en los últimos tiempos hacíamos todo juntos. Nos encontrábamos en plena época de adolescencia. Esa época adonde el libertinaje estaba en su más alto nivel y los días no parecen tener ni comienzo ni fin. Era común encontrarnos en la plaza más cercana a charlar, beber cervezas, fumar cigarrillos y rematar a nuestro sano pulmón y cerebro con dosis de cocaína y cannabis. Por eso mismo era imprescindible que faltara alguna de esas drogas en nuestro viaje.
A pesar de que nuestro viaje no era largo ni mucho menos de gran transcendencia, la seguridad policiaca era molestamente extrema, ya que se corrían rumores de un presunto ataque terrorista. Nos la habíamos arreglado de la mejor manera posible para que cuando pasáramos por el control de seguridad los perros de los policías no sintieran con su olfato tan sensible y entrenado toda la cannabis que llevábamos para fumar.
Así, de esa manera, planeabamos revivir nuestros viejos tiempos juntos: riendo, charlando y contándonos anécdotas pasadas.El micro se atrasó más de lo previsto. El horario aproximado era de entre 6 a 8 horas. Pero este se extendió por las fuertes lloviznas y vientos que opacaba los vidrios del vehículo, de esta manera, obligando al conductor a ser más prudentemente lento el paso por la ruta.
Era frecuente intercambiar una mirada con mi querido amigo cuando sentíamos que un rayo golpeaba de cerca haciendo temblar la tierra, o cuando estrellaba a lo lejos tal cual como un meteorito centelleante iluminando toda la vasta extensión de campos desérticos.
Mirando por la ventanilla, llegábamos a distinguir algunas casas dispersadas con sus respectivos animales: como vacas y ovejas en sus rebaños o caballos en sus corrales. A duras penas recuerdo; que también habíamos logrado distinguir a un granjero con la linterna; éste iba acompañado de un perro que lo ayudaba con su enfático ladrido a resguardar a dichos animales de esa tormenta que parecía no tener fin. Pero cuando toda la rutina parecía transcurrir bien, de pronto, como una silenciosa maldición; un rayo cayó sobre la cabeza del pastor; el cual se derrumbó inerte al suelo sin el menor signo de vida. Mirábamos atónitos e impotentes esta escena. En esos momentos un leve miedo y fascinación nos incendiaba el rostro. ¿Cuántas probabilidades había que justo en ese momento presenciemos un hecho como ése? ¿Acaso era una especie de aviso? o... Simplemente, ¿una coincidencia?
Tal era nuestra conexión que no hacía falta pronunciar palabra para poder comprender a través de los ojos nuestros más importantes pensamientos.
Al cabo de un tiempo de silencio en el que la lluvia y los relámpagos no tendían a cesar, éstos comenzaron a aplacar; mi buen amigo —al igual que las otras personas que viajaban en el micro— se quedó profundamente dormido. No era para menos, pués, el alivio que lograba apreciarse en el micro tras la fuerte tensión que sufríamos por tal apocalíptica tormenta, llegó como una dulce bendición.
Sin embargo, yo aún no pedía pegar un ojo, y, sintiéndome sólo, aún así cuando estaba rodeado de personas; recurrí a mi acompañante infaltable: el que no tenía corazón pero me transmitía una sensación altivamente familiar: éste no era más que un libro.
Desde siempre había leído. Mi padre me había animado a llevar una vida lo más intelectual posible, y de esta manera me regalaba libros, y apenas acababa éste, me hacía preguntas para controlar mi lectura y asegurarse de que había comprendido el manuscrito.
De esta manera... gracias al habito que me inculcó mi progenitor; a los 7 años leía todo tipo de obras que se remontaba a la época de los antiguos Griegos y Romanos, cuyas historias no me daban tregua; obligándome a permanecer pegado a las hojas por horas. El sufrimiento y el drama de las personas, así también como la idea de la muerte me tenían verdaderamente fascinado.
A tal ritmo avanzaba mi progreso con la lectura que en la escuela tanta primaria como secundaria me resultaba sumamente fácil, por ende sin hacer gran esfuerzo aprobaba las materias con calificativos altos a pesar de no ir nunca o ni siquiera estudiar el material que los profesores entregaban a los alumnos conforme al método del plan de estudios que les encargaba sus directivos. Se podría decir que el simple hecho de sentirme excluido del entorno social por mi alto nivel intelectual me vi sumamente frustrado.
Esto repercutió en mi psique de tal forma que busqué cualquier entorno con cual socializar; he de aquí mi inicio con las drogas: recuerdo cómo si fuera ayer cierto momento del día en el cuál mi mente estaba totalmente perdida por el abuso de sustancias. Revolvía desesperado las estanterías de mi padre con la mirada perdida con el objeto de encontrar un libro del cual el más osado de los demonios me había susurrado en sueños. Me encontré con un libro de formato muy simple: éste era de tapa dura y sobre sus bordes se dibujaban ligeras y elegantes hileras doradas que se entrelazaban como serpientes; solamente en el centro se apreciaba el nombre del autor y el nombre de la obra.
No sé porqué; pero con solo mirarlo había sentido una conexión inmediata, y sin casi proponérmelo ya tenía el libro en mis manos, como si fuera que ese artefacto sin vida me llamara a gritos.
El libro no era ni más ni menos que el Necronomicón.
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Un Fin Desolador
HorrorUn viaje siempre es motivo de entusiasmo. Y más cuando se cuenta con la compañía de 2 viejos y buenos amigos. Sin embargo; no todas las circunstancias se dan como prometen. Un simple viaje que pretendía reunir a viejos amigos, termina siendo motivo...