8 - El relato final. ¿Apocalipsis o muerte?

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Fue un accidente espantoso—Dije, intentando calmar mis nervios—. Muchas personas fueron mutilad...

—¡A la mierda tú puta lógica!—gritó agarrándome del cuello de la camisa; sus ojos estaban más desorbitados de lo normal. Sus pupilas estaban agrandadas con una leve luz que demostraba pura desesperación. Luego sólo se tranquilizo, al momento que sus manos; como garras, iban perdiendo fuerza—.Sólo quiero irme de este infierno.

Le di unas palmadas en la espalda.

—Déjame hablar con el anciano—me alejé lentamente... presentía que mi amigo seguía en la misma posición de desesperación e impotencia.

Salí de la habitación y fui a paso lento de camino donde se encontraba el living principal; el anciano me miró sorprendido mientras que su mujer ni se percató de mi presencia.

—¿Seguís queriendo ese whisky?

—Le agradezco, pero mi amigo está muy fatigado, y lo único que queremos es llegar a nuestro destino.

—¿Destino? ¿Y cómo pensas llegar? Me dijiste que no conocías el viaje.

<<Lindo detalle>> me dije a mí mismo. <<Me había olvidado que estoy en una casa totalmente ajena, en una sierra primitiva y demoniaca, acompañado de un viejo loco y una señorita que quizá sea su misma hija>> la probabilidad del incesto era común para aquellos hombres alejados de la sociedad.

—Entiendo todas tus preocupaciones, también creo que éstas también lo serían para mi si me encontrara en tu lugar—Me dijo el anciano, con una expresión de comprensión en el rostro que me acobijó—Quédate con tu amigo a dormir por hoy, mañana por la mañana a las primeras luces del día vas a poder pensar mejor que hacer.

Me sentía mortalmente cansado y extenuado, presa de un agotamiento mortal por las emociones vividas. En vez de sólo unas cortas 6 u 8 horas, el viaje había parecido más que una década. Así que sólo me entregué a la propuesta.

El anciano me había improvisado una cama de paja; sobre éstas había puesto como sobre cubierta un montón de pieles que parecían de gato Montes cocidas entre sí. Mi amigo se había quedado dormido mucho antes y sin embargo en su rostro se reflejaba la más clara muestra de inquietud y preocupación.

Mientras tanto: yo estaba con los ojos clavados en el techo; me había dejado entregar por el placer de descansar y ahora se me hacía imposible.

El hecho de estar acostado era realmente molesto, mi mente no dejaba de repetir una y otra vez el accidente: la cabeza separada del tronco con esa siniestra mueca, la gente mutilada en el campamento y sus gritos de desesperación y terror. Después el anciano con su siniestra mirada y el extraño cambio en aquellas alturas de las sierras donde las piedras estaban por doquier. Pero lo que más me afectaba era mi amigo. Él no tenía mi misma capacidad mental para poder soportar todas aquellas cosas. Me había dicho que lo quisieron secuestrar, así como también me hablo de la misma cabeza decapitada haciéndole aquella mueca burlona; yo no había tenido el valor de decirle que igualmente la había visto. Estos pensamientos se repetían una y mil veces en mi cabeza produciéndome una sensación de desesperación que delimitó por todo mi cuerpo, dándome una sensación de calor en mis pies. Ésta temperatura empezó a subir por mi cuerpo a medida que mis pensamientos se convertían en convulsiones psicológicas, pensando que mí cerebro iba a estallar, me senté donde yacía; al tiempo que con mis manos me apretaba con fuerza la cabeza. Dé pronto, escuché la puerta de la habitación chirriar y un haz de luz débil venía sobre mí. Me levanté de un salto y le hice frente, pero no tarde en despreocuparme; el anciano sostenía una vela en su mano derecha y al verme exaltado se la elevó hacia su cara para que lo pueda reconocer. Me miraba inmóvil con los ojos llenos de lágrimas.

—¿Qué esperas?—Me dijo— .Desperta a tu amigo y síganme en silencio.

Hice lo que me pidió, mi amigo se despertó algo sobresaltado, y con un una respiración agitada íbamos atrás de nuestro guía.

El anciano nos había trazado un camino, peligroso sí, pero según él, ésa era la única posibilidad de sobrevivir.

Habíamos caminado por horas como 2 almas en pena; sólo Dios sabe —si es que existe— cuantas más nos acompañaban en nuestro viaje, ya que aunque el camino era desértico y no señalaba el menor signo de vida, nos sentíamos observados y presionados, a cada segundo y a cada respiro.

A la salida del sol poniente vislumbramos frente a nosotros muchas casas de un aspecto colonial. Se comprobaba a simple vista la decadencia; por los techos descuidados (algunos apuntalados), puertas franqueadas y animales domésticos totalmente consumidos por el hambre que exhalaba ese ambiente maldito.

Nos encaminamos por lo que nos pareció ser el camino principal y no tardamos en darnos cuenta que sospechosamente toda la gente era anciana, con una mirada fría nos miraban, como si fuéramos unos prófugos, como si fuéramos el peor de los criminales. Pero uno se acerco a nosotros, el que tenia la mirada más fría, casi muerta, con paso pausado se interpuso y con un movimiento de mano me quiso agarrar el hombro; yo, extenuado, caí desmayado.

Me desperté con el sonido de dos personas que hablaban y reían. Estos eran mis amigos. Ambos me dijeron que cuando mi amigo se acercó para darme la bienvenida yo respondí de forma violenta, para luego perecer.

Me recompuse, saqué la Cannabis que tenía en el bolsillo y le dije que traiga la pipa.

Los minutos transcurrieron alegres, todo iba a la perfección, nos reíamos como antes y ya nada parecía sospechoso ni cruel. Ni yo ni mi acompañante dictó palabra de los hechos ocurridos y nuestro anfitrión nos dijo que el autobús había sido muy puntual, ya que habíamos llegado a la hora prevista.

Mi cerebro no creía lo que mis tímpanos escuchaban. Ya todo era más que desconcertante, sin sentido, carente de toda lógica... Habíamos estado más de 24 horas atrasados. Tampoco la televisión habló de ningún accidente, y el pronóstico decía que el clima íba a seguir cálido; sereno y sin lluvia ni truenos como transcurrieron en las anteriores horas.    

Un Fin DesoladorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora