Capítulo 1

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Me dirijo hacia la tienda. Hoy es uno de esos días aburridos, bueno, en la tienda prácticamente todos los días son aburridos, pero hoy con más razón. Me toca ordenar y limpiar, lo cual aborrezco. En mi casa no es algo que me cueste tanto ya que son mis cosas, pero en una tienda en la cual odio trabajar, limpiar puede llegar a ser uno de los peores castigos de los dioses. Sin embargo, lo peor de todo es mi jefe. Adivina quién tiene que limpiar: exactamente, mujeres. Su mentalidad es retorcida y él un misógino, aparte de que a los trabajadores nos trata como si fuéramos escoria—cuando decide aparecer, claro está. Así que sí, hoy es uno de esos días que parece que van a ir de mal en peor. Porque, para colmo, mi madre ha decidido que es hora de mudarnos. No quiero cambiarme de casa, de habitación, ¿qué van a ser de mis recuerdos ahí? Y, ¿recuerdas que he dicho que detesto limpiar y ordenar? Pues adivina quién se tendrá que pasar días haciendo esa querida actividad. Pero, dejando de lado el tema de la limpieza—con la cual soy muy maniática—, tengo la sensación de que hoy van a pasar cosas raras; corazonadas.

Cuando llego al pequeño local, el encargado me manda ir a ordenar el almacén con la ropa. Voy a una pequeña salita a dejar mi mochila y ponerme una bata blanca, como la de los profesores y médicos. La verdad es que me la compré porque tuve malas experiencias con pinturas y polvo que se me derramaban en mi ropa y, bueno, porque me hacía ilusión, todo hay que decirlo.

Cuando llego al almacén—que no es muy grande debido al pequeño tamaño de la tienda—saludo a mi compañera María y me pongo manos a la obra. Comienzo a ordenar los zapatos, calcetines y camisetas en cajas, sacando también algunas tandas a la zona de venta. Después de tres cuartos de hora, decido pasarme a los percheros. Comienzo a colocar los abrigos de un lugar para otro, preguntándome por qué yo no puedo permitirme tener alguno. Los trabajadores de esta tienda apenas hemos tenido descuentos o algún "regalo", aunque tampoco puedo esperar menos de un sitio así. Si no fuera porque necesito el dinero, estaría tranquilamente leyendo libros en mi habitación. Oh, bueno, en mi nueva habitación. Qué pereza.

Cuando estoy moviendo de lugar un abrigo un tanto antiguo, veo que algo del tamaño de mi mano cae al suelo. Curiosa, deposito el perchero donde debía dejarlo y vuelvo al lugar donde el objeto se ha caído. Es un papel doblado aunque un poco arrugado, dando la sensación de haber sido tocado hace tiempo. Le digo a María que me tengo que ir al lavabo y me marcho. Una vez estoy en el baño, aprovecho para beber agua y así ver si el papel contiene algo. Para mi sorpresa, el papel sí que está escrito. Dice así:

Hola, cariño:

Sé que hace mucho que no nos vemos, pero te echo de menos. Dentro de dos semanas estaré allí, podré abrazarte y comerte a besos. Estoy deseándolo y estoy seguro de que tú también. Tengo que darte algo, algo que sé que te va a hacer mucha ilusión.

Avenida Juan López, nº18. 4ºA.

Con amor, José.

Sin entender qué hacía ese papel en el abrigo, me lo guardo en el bolsillo y vuelvo al almacén.Me dirijo hacia la tienda. Hoy es uno de esos días aburridos, bueno, en la tienda prácticamente todos los días son aburridos, pero hoy con más razón. Me toca ordenar y limpiar, lo cual aborrezco. En mi casa no es algo que me cueste tanto ya que son mis cosas, pero en una tienda en la cual odio trabajar, limpiar puede llegar a ser uno de los peores castigos de los dioses. Sin embargo, lo peor de todo es mi jefe. Adivina quién tiene que limpiar: exactamente, mujeres. Su mentalidad es retorcida y él un misógino, aparte de que a los trabajadores nos trata como si fuéramos escoria—cuando decide aparecer, claro está. Así que sí, hoy es uno de esos días que parece que van a ir de mal en peor. Porque, para colmo, mi madre ha decidido que es hora de mudarnos. No quiero cambiarme de casa, de habitación, ¿qué van a ser de mis recuerdos ahí? Y, ¿recuerdas que he dicho que detesto limpiar y ordenar? Pues adivina quién se tendrá que pasar días haciendo esa querida actividad. Pero, dejando de lado el tema de la limpieza—con la cual soy muy maniática—, tengo la sensación de que hoy van a pasar cosas raras; corazonadas.

Cuando llego al pequeño local, el encargado me manda ir a ordenar el almacén con la ropa. Voy a una pequeña salita a dejar mi mochila y ponerme una bata blanca, como la de los profesores y médicos. La verdad es que me la compré porque tuve malas experiencias con pinturas y polvo que se me derramaban en mi ropa y, bueno, porque me hacía ilusión, todo hay que decirlo.

Cuando llego al almacén—que no es muy grande debido al pequeño tamaño de la tienda—saludo a mi compañera María y me pongo manos a la obra. Comienzo a ordenar los zapatos, calcetines y camisetas en cajas, sacando también algunas tandas a la zona de venta. Después de tres cuartos de hora, decido pasarme a los percheros. Comienzo a colocar los abrigos de un lugar para otro, preguntándome por qué yo no puedo permitirme tener alguno. Los trabajadores de esta tienda apenas hemos tenido descuentos o algún "regalo", aunque tampoco puedo esperar menos de un sitio así. Si no fuera porque necesito el dinero, estaría tranquilamente leyendo libros en mi habitación. Oh, bueno, en mi nueva habitación. Qué pereza.

Cuando estoy moviendo de lugar un abrigo un tanto antiguo, veo que algo del tamaño de mi mano cae al suelo. Curiosa, deposito el perchero donde debía dejarlo y vuelvo al lugar donde el objeto se ha caído. Es un papel doblado aunque un poco arrugado, dando la sensación de haber sido tocado hace tiempo. Le digo a María que me tengo que ir al lavabo y me marcho. Una vez estoy en el baño, aprovecho para beber agua y así ver si el papel contiene algo. Para mi sorpresa, el papel sí que está escrito. Dice así:

Hola, cariño:

Sé que hace mucho que no nos vemos, pero te echo de menos. Dentro de dos semanas estaré allí, podré abrazarte y comerte a besos. Estoy deseándolo y estoy seguro de que tú también. Tengo que darte algo, algo que sé que te va a hacer mucha ilusión.

Avenida Juan López, nº18. 4ºA.

Con amor, José.

Sin entender qué hacía ese papel en el abrigo, me lo guardo en el bolsillo y vuelvo al almacén.

La carta heridaWhere stories live. Discover now