Capítulo 12

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Al despertarme, los primeros minutos todo me da vueltas y la música no parece querer desaparecer de mi cabeza aún. Busco mi móvil pero no lo encuentro. Pongo patas arriba mi habitación pero no quiere aparecer. ¿Dónde demonios se ha metido? Aunque si lo pienso, no soy capaz de recordar cuándo fue la última vez que lo tuve en la mano. Contacto con mis amigas a través del ordenador y les pregunto si saben algo, pero la respuesta es negativa. Ninguna me vio llegar con el móvil a casa. Por lo tanto, después de trabajar tendré que ir a buscar el teléfono al bar de ayer.

Cuando llego a la tienda, María parece preocupada por la ausencia de mi móvil. Me da pena, porque lo más probable es que yo me hubiera reído al principio. Por una vez, estoy con ella sin comentar el tema de José, aunque en cuanto llegue a casa y tenga tiempo intentaré unir cabos.

El tiempo en la tienda se me hace hoy especialmente lento e insufrible, pero a las ocho y media salgo de camino al bar. Cuando llego, no encuentro al chico de ayer —estoy bastante segura de que él tiene algo que ver con la desaparición de mi teléfono— pero encuentro a un hombre grande con mucha barba y pelo grisáceo que parece trabajar ahí. Aunque me da miedo interrumpirle su trabajo de mover cajas, le pregunto igualmente por el móvil.

—¿Es este?—su voz grave me causa impresión. Al ver mi teléfono con su funda de Orphan Black me entran ganas de llorar. Mi cara le dice todo al señor—Toma. Me lo dio Miquel, que se te había caído. Ambos intentamos llamar a algún contacto pero no sabíamos la contraseña y apenas le quedaba batería.

—Gracias—musito muy feliz, casi abrazando mi móvil.

—De nada—una voz suena detrás de mí. Al girarme, no me sorprende ver al chico de ayer—. Soy yo el que encontró tu móvil en el suelo.

—¿Miquel? Bueno, gracias. Aunque no sé cómo fiarme de que no me lo quitaste para que vuelva.

—¿Por qué iba a hacer eso?—de nuevo, parece sorprendido.

—Bueno, ayer estabas muy pesado conmigo, la verdad. No me sorprendería.

—No me conoces, dame una oportunidad. Me lo debes.

—¿Que te lo debo?—suelto una risa irónica—No te debo nada porque me hagas favores o cosas que ni siquiera te he pedido. Gracias por los chupitos y por el móvil, en serio, pero yo me voy y no quiero saber nada de ti.

Me cojo el metro cabreada y pensando por qué me tengo que cruzar con gente tan insistente. Le mando un mensaje a María y a mis amigas avisandoles de que ya tengo el móvil. El mensaje de María no se hace de rogar.

¡Estupendo! Ya echaba de menos hablar contigo tan seguido :p

Su mensaje me hace reír y no tardo en contestar yo tampoco, a pesar de la poca batería que me queda en el móvil.

Pero si me has visto hace dos horas...

Espero sentada en el vagón a que me conteste. Cuando ya me había olvidado, tengo su respuesta.

Pero con lo pesada (bueno, vale, divertida también) que eres, pocos consiguen saciar mi aburrimiento como tú.

Vuelvo a reír y sigo contestando sus mensajes. La verdad es que con ella me río mucho, ya bien sea por el móvil o en persona, y consigue sacar lo mejor de mí.

Al llegar a casa, me doy cuenta de algo en lo que no me había fijado antes: en la funda de mi móvil hay unos números apuntados que solo se ven si pones el teléfono cerca de mucha luz. Enfadada, agrego los números a mis contactos, imaginándome quién podría estar al otro lado.

Miquel, te voy a matar. ¿Quién te crees que eres para escribir en la funda de mi móvil? Era nueva y me gustaba demasiado. Tienes suerte de que no haya visto esto teniéndote delante...

Con la ira invadiéndome el cuerpo, voy a ducharme y despejarme del teléfono por un rato. Después de cenar, me pongo a leer una nueva novela: Seré frágil. Cuando ya estaba muy metida en la historia, el móvil se ilumina y aparece un mensaje de la persona que me trae más cosas malas que buenas:

¿Qué habrías hecho, pegarme? Y esa funda es feísima, si quieres te compro otra. Si realmente no quieres saber nada de mí, ¿por qué me agregas?

Su mensaje una vez más, consigue enfadarme. Como ya me he desconectado de la lectura, no me importa volverle a contestar.

Si no quieres que te odie, ¿por qué me tientas? Y no quiero que me compres otra funda si eso implica verte.

Nunca había sido así de dura con nadie, pero este chico me saca de mis casillas.

¿Por qué me tratas así? No creo que haya hecho nada para merecerlo. En fin, si realmente quieres una funda te la mando por correo. Bueno, no te pregunto la dirección no vaya a ser que pienses que voy a ir a robarte.

Supongo que tiene razón y que estoy teniendo una actitud desmedida con él, pero tampoco creo que me pueda aportar nada bueno. Le pido perdón y que esto se quede ahí, que no quiero nada con él, ni siquiera una amistad. No parece muy convencido, pero al menos me deja en paz.

La carta heridaWhere stories live. Discover now