CAPÍTULO 13

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La semana transcurre lenta, no parece querer avanzar. Dándole vueltas al tema de José conseguí la ubicación exacta del banco, a una media hora de mi casa. Parece ser una sucursal bastante grande. Me propongo saltarme las clases de mañana y así poder ir al banco, aunque una parte de mí se sienta mal. Aunque para lo que hacemos algunos días...

Esta vez no le diré nada a María, ya que quiero hacerlo rápido, no molestarla y que además, siendo jueves, trabajará.

Por otro lado, han pasado tres días y Miquel me habla de vez en cuando. Ya no soy tan brusca con él, pero aún así me sigue pareciendo pesado e insistente.

Sin embargo, lo que tiene mis sentimientos a flor de piel es la mudanza. Estamos yendo a ver la casa y estoy algo nerviosa. Aunque, por otra parte, tengo ganas de zanjar ya este asunto. Es una casa adosada no muy lejos de donde vivo ahora; según mis padres, cada vez que la visitan les parece mejor.

Cuando llegamos, veo una casa blanca que parece ser grande. No tiene muebles y hay bastante polvo, pero me agrada. Voy a lo que será mi futura habitación —compartida con mi hermana— y me gusta porque es amplia. Hay un armario empotrado y un vestidor; mi hermana y yo nos miramos alegres, siempre habíamos soñado con uno. Además, hay una ventana que da a las montañas y a la ciudad y es realmente precioso lo que veo.

Seguimos paseando por la casa y llegamos a la conclusión de que todo es bastante amplio. Hay tres dormitorios, tres baños, un sótano y una azotea. Además, la casa cuenta con una pequeña terraza y una piscina comunitaria, ¿qué más puedo pedir?

Mis padres parecen más tranquilos al verme feliz con nuestro futuro hogar y se dan un suave beso en los labios; ojalá tener a alguien que me quiera tanto como se quieren ellos. Mi madre me confirma que dentro de dos semanas estaremos aquí viviendo y esta vez, no me disgusta tanto la idea.

***

Después de despertarme y desayunar, me pongo unos vaqueros rotos, una camiseta de Arctic Monkeys y una sudadera. Voy al banco, como me prometí ayer. Cojo el coche de mi padre y me dirijo a la dirección que me dio el portero del edificio. Una vez estoy en la sucursal, los nervios vuelven a invadir mi cuerpo. Es la tercera vez ya que me enfrento a esta situación y sigo sin saber cómo empezar la conversación para hablar de él. Me acerco a una de las mesas que se quedan vacías; hay una mujer. Después de sentarme, me quedo unos segundos en silencio, sin saber muy bien qué decir.

—¿En qué puedo ayudarte?—la chica joven empieza la conversación, siendo muy agradable.

—Yo...Emmm... Me preguntaba si me podíais ofrecer información de José Fernández. Es para un proyecto de la carrera. Estudio criminología y psicología.—las mentiras salen de mi boca, formando frases incoherentes.

—Perdone, ¿quién es José Fernández?

—Un guardia que trabajaba aquí y que robó dinero hace diez años.

—¿Y qué tiene que ver eso con su proyecto?—su cara refleja que no entiende nada.

—Tenemos que hacer un proyecto sobre la conducta de personas que roban. Si tuviera algún trastorno me ayudaría en el proyecto.

—En ese caso sería mejor que acuda a su psicólogo, ¿no cree? De todas formas, ni sé quién es ni podría ofrecerle información en el caso de que lo supiera, lo siento.

—Lo entiendo. Gracias y siento las molestias—como sé que no voy a poder conseguir información, me despido y me dirijo al baño. Frustrada conmigo misma, me pregunto qué podría hacer para averiguar más cosas sobre él. Supongo que, para empezar, debería preguntarle a alguien mayor, que le pueda conocer.

Decido ir a dar una vuelta por el edificio, quizás así consiga algún dato. La sucursal es bastante grande y confusa, llega un momento en el que no sé dónde estoy. Perdida, le pido ayuda a un señor de seguridad. Enseguida me indica la salida, es bastante charlatán. Una bombilla se ilumina en mi cabeza.

—¿Sabes quién era José Fernández?

—¿Que si lo sé? ¡Cómo no lo voy a saber!—parece un niño cuando le das un caramelo—. Trabajábamos juntos, en diferentes áreas por supuesto. Cómo la lió el cabrón, ya podía haber compartido algo de lo que robó.

—¿Puedes contarme exactamente cómo sucedió?

—Estábamos currando, serían las once de la mañana. Ese día José estaba un poco raro, tampoco le di importancia, la verdad. A esa hora, las alarmas se dispararon por todas partes, era un caos. Él era mi amigo, así que fui a buscarle para estar juntos, pero no lo encontraba. Poco rato después, anunciaron que había habido un robo; José había sido sido el saqueador. A los guardias nos machacaron mucho con este tema, y desde luego las seguridades aumentaron.

—¿Cómo fue capaz de burlar el sistema de seguridad?

—José se sabía los horarios de cada persona de seguridad y tenía las tarjetas. Él era el escolta de la cámara, si José no podía pasar, no lo hacía nadie. Consiguió desbloquear las alarmas y que no saltaran, pero otros detectores captaron el robo. Nunca he llegado a saber cómo funciona del todo el sistema de seguridad en esa cámara, pero sé que algo falló en su plan; era un hombre con mucha cabeza y estoy seguro de que llevaba planeándolo bastante tiempo.

—¿Sabes dónde podría encontrarlo ahora?—la frase clave ya ha sido lanzada. Mi mirada es casi suplicante.

—Sé que vive en un pueblo de Ciudad Real, Aldea del Rey. La dirección exacta no la conozco—chasqueo con la lengua y maldigo para mí misma. Aunque al menos tengo un nuevo dato. Le agradezco el haber compartido la información conmigo y me voy a trabajar.

—¿Qué te parece un viaje a Ciudad Real?—le pregunto a María al llegar mientras guardo mis cosas en la salita.

—¿Quieres que vayamos allí a pasar un fin de semana? Un viaje de amigas.

—Ya sé dónde vive José, en un pueblo. Aunque no me sé la dirección.—veo la desilusión en sus ojos y se me rompe el corazón—. Pero podemos hacer más cosas allí, claro. Seguro que hay lugares interesantes para visitar.

—Déjalo, Claudia. ¿Por qué te interesa tanto este tema? No es más que una carta, una piedra y un robo.

—Pensé que te gustaba hacer esto. ¿Por qué ahora no, ahora que estamos tan cerca?

—Lo hacía por ti, Claudia. Me interesa este señor hasta cierto punto, pero no quiero recorreme doscientos kilómetros para algo que a lo mejor ni siquiera sirve. —aparta la mirada durante unos segundos pero más tarde clava sus ojos en los míos—. No cuentes conmigo.

María se va y me quedo con la boca abierta, sin saber qué decir, cómo actuar, sin entender cómo ha pasado.

La carta heridaWhere stories live. Discover now