Ya es la hora de mudarnos y con morriña me despido de la que ha sido mi casa durante unos años. Ya está todo empaquetado y dentro del camión que lo transportará. Una lágrima roza mi mejilla cuando me meto en el coche de mi madre, que me mira algo triste. Arranca el motor y partimos.
Nos lleva horas organizar la mayor parte de la casa y ni siquiera terminamos, quedan aún muchas cajas. Como ya tenemos hambre pedimos unas pizzas por teléfono y nos vamos al salón medio vacío a comerlas.
—Ahora organizais la ropa y veis cómo os distribuís los armarios—dice mi madre tras hincarle el diente a su trozo.
—Sí, mamá—respondo.
—Y luego nos ayudais a colocar los cuadros—añade mi padre.
—Vale, papá.
—Y después...—intenta decir mi hermana.
—Perfecto, Miriam—respondo interrumpiéndola.
Cuando terminamos de comer, voy a la habitación y coloco mis cosas en uno de los armarios empotrados. Según vamos añadiendo cosas, la casa va quedando más bonita, más personal.
—¡Ese armario lo quería yo!—grita mi hermana nada más entrar a la habitación.
—Haber llegado antes—respondo mientras sigo colocando mis cosas.
—¡Pero no es justo!
—En ningún momento dijiste que lo quisieras, así que como he llegado antes y ya están mis cosas colocadas... Te aguantas—Miriam me fulmina con la mirada.
—Ahora mismo te odio mucho—coge una caja y empieza a colocar su ropa. Si vamos a estar así mientras viva aquí, poco vamos a aguantar.
En silencio, seguimos ordenando todo hasta que terminamos, que decido tumbarme y descansar un rato.
—En esa cama me iba a poner yo, ¿o eso también me lo vas a quitar?—pregunta sarcásticamente. Cojo mi móvil y me subo a la cama de arriba; no quiero más discusiones.
Mi hermana está insoportable. O quizás lo esté yo, tampoco sabría decirte. Te echo de menos. Deberías venir a ver mi nueva casa, está quedando muy bonita.
Mando el mensaje y me relajo en la cama, tanto que me quedo dormida. Unos toques en el hombro me despiertan.
—Tenemos que ayudar a papá a colgar los cuadros—musita en tono seco. De mal humor, me levanto y voy a ayudarle. Cuando le tiendo uno de los cuadros a mi padre —que estaba subido a una escalera— se le resbala de la mano y me cae en la cabeza, golpeándome una de las esquinas. Me llevo la mano a la frente y me agobio al ver sangre en mis dedos. Mi madre asustada enseguida trae cosas para curarme, aunque una vez tranquilas nos damos cuenta de que es una pequeña brecha que sanará pronto. Después de ese momento, decido irme a la habitación y desconectar de la mudanza hasta mañana.
Con lágrimas en los ojos, vuelvo a coger el móvil.
Se me ha caído un cuadro en la cabeza y me he hecho una herida, por si faltara poco. Aunque se curará pronto. Odio compartir habitación con mi hermana, ¿cómo voy a llorar tranquila, sin que se dé cuenta? Todo esto es una mierda.
Cojo uno de los libros que más a mano tengo y comienzo a leer. Poco después, me llega una respuesta.
Hola Claudia. Yo también te echo de menos... ¡Cuando quieras me enseñas la casa! ¿Cómo va la herida? ¿Duele mucho? Si quieres despejarte y verme ya sabes dónde encontrarme.
Respondo que en un par de horas nos vemos en el bar. Me pongo mi playlist favorita y me duermo veinte minutos. Al despertarme, me doy una ducha para quitarme el polvo y la suciedad acumulada durante el día y así, además, despejarme. Por desgracia no tengo aún el acondicionador y el secador no lo encuentro, por lo que mi pelo termina bastante rizado y con una textura extraña.
Cuando entro a la habitación para vestirme está mi hermana, que coje el portátil y se va. Abro mi armario y escojo una camisa, unos pantalones rotos y mis botines preferidos. Se nota que estamos en octubre porque las temperaturas han comenzado a descender.
No sé muy bien cómo se va al bar desde mi nueva casa, por lo que salgo salgo un cuarto de hora antes y decido investigar cómo se llega. Me pierdo hasta llegar al metro, pero llego sana y salva al bar. Miquel sale a buscarme con una sonrisa.
***
En el bar hay una pequeña sala en la que nos solemos sentar cuando no tenemos a dónde ir. Hay un desgastado sofá, un armario de madera, una pequeña neverita y una televisión algo anticuada. Miquel rebusca en la nevera y saca dos cervezas no muy frías; en un principio iba a negarla, pero termino aceptándola. Mientras abro los dos botellines, él rebusca en el armario y termina sacando una pequeña radio antigua, a la que sintoniza y enseguida empieza a sonar. Nos sentamos en el sofá y apoyo mi cabeza en su hombro.
—No sé qué pasa. Estas dos semanas están volviendo cargadas de emociones y creo que me he vuelto a perder con lo que quiero y lo que busco.
—¿No estás buscando lo mismo que lo que quieres?—pregunta Miquel mirándome fijamente.
—No. Si no, no estaría aquí.
—¿A qué te refieres?
—No sé qué hago contigo. Hasta hace nada te odiaba, hasta hace nada solo quería estar con una chica, hasta hace nada pensaba que había recuperado la estabilidad en mi vida.
—Pero no sientes lo mismo por mí que por María, podrías estar con ella perfectamente.
—Podría, pero no quiero.
—¿Se puede saber el porqué?
—No quiero hacerle daño.—me pongo de pie y cojo mis cosas—. Ha sido una mala idea venir.
—¿Te vas?—él también se levanta—. No hace falta que hablemos de esto, simplemente vamos a sentarnos y dejarnos llevar.
No muy convencida, me tumbo en el sofá y me acurruco a su lado. Suena "to build a home" y mis ojos se empañan; no había mejor momento para sonar. Una canción que habla de construir una casa para ti, para alguien que quieres, pero que desaparece. Pienso en el que había sido mi hogar hasta ese momento, en el que espero que se convierta mi nueva casa, en el hogar que podría haber creado con María. Pero ese ya no está y no sé si se llegará a construir en algún momento.
Muchos ojalás me han perseguido durante mi vida: ojalá no ser como soy, ojalá nunca hubiera perdido a Elena, ojalá me hubiera dado cuenta de que había personas que me engañaban, ojalá hubiera sacado mejores notas, ojalá fuera más talentosa, ojalá no le tuviera miedo a fallarle a la gente, ojalá...lo que pudo ser y no será.
Pasan las horas sin que yo me dé cuenta, divagando y dejándome llevar por los dedos de Miquel acariciando mi pelo. No quiero odiarlo, pero tampoco quiero tenerle cerca. Sin embargo, de alguna forma de estas dos semanas he recurrido más de una vez a él. Todo comenzó cuando me habló estando yo aburrida, que acepté darle conversación. Siguió cuando tras una pequeña discusión con María no tenía con quién hablar y él se ofreció a escucharme. Continuó cuando él comenzó a contarme su vida y me di cuenta de que teníamos cosas en común. Y debería finalizar ya si no quiero que vaya a más. Esta vez sí, cojo mis cosas disponiéndome a irme sin importarme lo que diga.
—Adiós, Miquel.
—Adiós, Claudia—se levanta y va a darme un beso en la mejilla aunque me retiro a tiempo.
¿Cómo fue tu día?
El mensaje es de María, espero a llegar a casa para responderla.
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La carta herida
Teen FictionClaudia encuentra una carta de amor con una dirección. Curiosa por su origen, se sumerge en una aventura en la que se verá envuelta de misterios y problemas personales que no parecen tener fin.