CAPÍTULO 16

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El sábado siguiente María y yo quedamos para pasear a nuestros perros. Me hacía mucha ilusión que viera a mi perrito, así que vamos a un parque cerca de mi casa, ella con Kepler y yo con Gru. Además, aprovechando que la semana pasada triunfó la pequeña sesión de fotos y que aún hay sol por la tarde, me vuelvo a llevar la cámara.

Kepler y Gru parecen llevarse bien. Jugamos a diferentes juegos, lanzándoles la pelota y haciendo carreras con ellos. Me animo a hacerles fotos y algún vídeo, aprovechando que están juguetones. María me hace fotos con Gru y yo le hago con Kepler. Después, ella y yo nos hacemos algún selfie, en los que sacamos la lengua, simplemente sonreímos o me da un beso cariñoso en la mejilla. De repente, María se sobresalta.

—¿Kepler?—mira angustiada a su alrededor hasta que clava los ojos en un perro que corre a toda velocidad—. ¡Kepler!

Salimos corriendo deprisa detrás de él, mientras que Gru se encuentra a mitad de camino, ya que también ha salido a perseguirle. Cuando alcanzo a mi perro, le pongo la correa y nos acercamos lo más deprisa a María, aunque ella va a una velocidad increíble. Un minuto después, estamos los cuatro reunidos: yo sin entender nada, mi amiga fatigada y los dos perros como si no hubiera ocurrido nada.

—Odio cuando le dan estos repentes y corre—dice mientras se tumba en el césped cansada—. Aún yendo con correa, tira fuerte y consigue escaparse.

—Pero has corrido muy deprisa, ¿la práctica?

—Qué va, de pequeña hacía atletismo. Era más rápida que ahora—su tono de voz ya no solo parece cansado, sino triste también.

—¿Pasa algo?

—No sé cuánto le queda a mi abuelo de vida. Está ingresado en el hospital desde hace un par de días—una lágrima resbala por su mejilla. Le paso el brazo por sus hombros, apoya su cabeza en el mío e intento aconsejarla y mostrar mi apoyo de la mejor forma que puedo.

Cuando oscurece, la invito a mi casa a tomar un helado para que se despeje. Dejamos las cosas en mi habitación y vamos al salón, donde está mi hermana jugando a la Play Station 3.

—¿Os echáis una?—murmura mientras le dispara a un soldado que pasa por delante suyo. A María no parece convencerle—. Venga, quien gane elige juego.

Las dosa accedemos y cogemos un mando para jugar. María y yo nos ponemos en el mismo equipo contra Miriam.

Después de un intensa partida con sangre, armas y zombies, mi equipo se declara ganador; Miriam sonríe fastidiada. María y yo nos chocamos los cinco y escogemos el FIFA.

—A esta no me ganáis—dice mi hermana introduciendo el disco. Esta vez la dinámica es diferente: se hará un uno contra uno y el que gane jugará contra la que está fuera. Así, empezamos mi hermana y yo, ella con el Real Madrid y yo con el Atleti.

—Qué básicas sois—ríe María.

En esta ocasión, y para el orgullo de mi hermana, me gana ella 5-3. Chasqueo la lengua y le cedo mi mando a María.

—Gánala.—le susurro al oído.

—Secretitos al oído es cosa de viejas—dice mi hermana mirándome.

María elige al Betis y Miriam se centra en la partida. El primer tanto es por parte de mi amiga, un gol por la escuadra. Un minuto más tarde, después de que a un jugador de Miriam le sacaran roja por una falta, María mete gol de penalti. Mi hermana, picada, se concentra y consigue meter dos goles. Llegan a la prórroga y María mete desde mitad del campo, lo que deja a Miriam con la cara a cuadros y a mí llorando de la risa en el sofá. Ha sido un golpe duro para su orgullo. Le cojo el mando y me fulmina con la mirada.

—Hemos llegado a la final—digo alzando el brazo con el mando.

—¿A la final? Pero si has perdido tú la primera. Eso no es jus...

—Cállate y deja de ser tan reventada—interrumpo su comentario.

Atlético del Madrid contra el Real Betis Balompié, ¿quién ganará? Los primeros minutos pasan sin que haya goles, solo tiros a puerta. Cuando me acerco a la portería, chuto lo más fuerte y controlado que puedo, pero va al palo. Suena en mi cabeza el típico "uuuuuh". María me mete gol y golpeo el suelo con el pie. Poco después marco yo un tanto de cornet; le saco la lengua a María y ella pone los ojos en blanco.

Cuando quedan dos minutos para que finalice el partido, María tira a puerta y la pelota cae en manos de mi portero. Decido arriesgarme y subir con él. Regateo como nunca lo había hecho y me acerco al área. Chuto no demasiado fuerte, pero sí muy controlado. Gol.

—¡Gooool!—grito mientras me tiro al suelo y corro por el salón. María ríe y Miriam no parece tan molesta, aunque quiere la revancha—. ¡Ha sido un golazo! Me merezco un premio.

—Te la mereces.—mi hermana saca del bolsillo una chapa y me la tiende. "Enhorabuena. Un logro más en tu miseria de vida" pone. Me río y me la coloco en la camiseta.

La carta heridaWhere stories live. Discover now